Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Si alguna vez has sentido apatía, sabes de qué forma esta puede cubrir el corazón de frialdad y letargo indiferente. Cuando sentimos apatía, no nos importa lo que le pase a los demás, y a veces ni si quiera lo que nos pasa a nosotros mismo. Nos sentimos impotentes de cambiar, así que ni si quiera lo intentamos.
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La pandemia de la apatía
Esta forma verdaderamente derrotista y deprimente de pensar o sentir sobre uno mismo o sobre lo que ocurre en el mundo parece ser una pandemia en los últimos tiempos. Muchas personas han llegado a la conclusión de que no tienen el poder o la energía personal para marcar la diferencia. Ciertamente, esto puede ocurrir de forma natural cuando individual y colectivamente nos enfrentamos a tantos miles de retos para sobrevivir y prosperar. Con problemas globales de gran envergadura como la guerra, el hambre y el cambio climático, es difícil, dadas las condiciones a las que nos enfrentamos, ver una forma de hacer que la vida sea mejor, más equitativa, igual y más justa.
Las enseñanzas bahá’ís nos animan a no rendirnos, aconsejando a la humanidad que debemos buscar formas de actuar en lugar de imaginar apáticamente nuestra impotencia y nuestra extinción. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, nos aseguró en su libro «Las palabras ocultas» que no debemos temer esos resultados negativos, que el Creador ha destinado una existencia imperecedera para todos nosotros:
Tú eres Mi dominio y Mi dominio no perece, ¿por qué temes perecer? Tú eres Mi luz y Mi luz no se extinguirá jamás, ¿por qué temes la extinción? Tú eres Mi gloria y Mi gloria no se disipa, tú eres Mi manto y Mi manto no se gastará nunca. Mantente entonces firme en tu amor hacia Mí para que me encuentres en el reino de gloria.
Pero no podemos solo sentarnos a esperar que ocurran cosas buenas. El progreso de la humanidad y la continuación de la civilización dependen de nuestros sentimientos y acciones. Si queremos la paz, debemos trabajar por ella. Si queremos seguridad, debemos trabajar para conseguirla. Si queremos algo, debemos trabajar para conseguirlo.
Debemos esforzarnos.
Sí, no podemos obligar a otra persona a hacer algo que no quiere hacer, pero cada uno de nosotros puede transmitir con amabilidad y franqueza lo que siente, lo que piensa y por qué. El conocimiento es poder, la ignorancia es la muerte del alma; la extinción de lo mejor que ofrece la naturaleza humana. Si has amado o has sido amado, sabes lo que es la dicha, porque, en el amor, nuestro único objetivo es estar con nuestro ser amado.
Establecer objetivos espirituales realistas
Establecer objetivos allana el camino hacia el crecimiento y el cambio. Si tienes objetivos espirituales realistas, no solo para ti y el crecimiento de tu espíritu interior, sino para la humanidad en su conjunto, puedes combatir la apatía con la acción. Nadie que se proponga objetivos espirituales para actuar sistemáticamente por el bien de los demás permanece apático durante mucho tiempo.
La Casa Universal de Justicia, organismo que dirige la comunidad mundial bahá’í, escribió en una carta del 26 de noviembre de 2012
Establecer y alcanzar objetivos específicos para mejorar las condiciones es una preocupación legítima de la acción social; sin embargo, mucho más esencial es el aumento de la capacidad de los participantes en un esfuerzo por contribuir al progreso. Por supuesto, el imperativo de crear capacidad no solo es relevante para el individuo, por muy importante que sea; es igualmente aplicable a las instituciones y a la comunidad, los otros dos protagonistas del avance de la civilización.
No basta con fijar objetivos, aunque éstos representen una clave para el progreso. También hay que tener la capacidad, los elementos y los recursos para alcanzarlos.
Mis objetivos, más allá de las necesidades diarias de comida, ropa y refugio, siempre han consistido en ser un buen ciudadano del mundo, lo que incluye ofrecer un servicio a mi comunidad. En un sentido más amplio, ese es realmente el objetivo de todo bahá’í, como lo describió Abdu’l-Bahá:
Es mi esperanza que mediante el celo y el ardor de los puros de corazón sea erradicada la oscuridad del odio y de los disensos, y que brille la luz del amor y de la unidad. Este mundo ha de convertirse en un nuevo mundo. Las cosas materiales se trocarán en espejos de lo divino; los corazones humanos confluirán en un mutuo abrazo; el mundo entero acabará convirtiéndose en una sola tierra natal y las diferentes razas se contarán como una sola.
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Este tipo de objetivos elevados y esperanzadores no se logran por sí solos, pero todos podemos trabajar para conseguirlos cada día. Todos los días podemos llevarnos bien con los demás, trabajar en nuestro propio crecimiento espiritual y ayudar a la humanidad de alguna manera pequeña (o grande). Los objetivos, las metas y los pasos, a veces pequeños, nos ayudan a alcanzar la meta. Cuando se logran incluso pequeños pasos, alcanzar la meta envía endorfinas por todo el cerebro hasta el centro del placer y nos sentimos en la cima del mundo. La esperanza florece y la apatía se disipa.
Así que tómate un momento. Coge papel y lapicero o tu ordenador o teléfono. Empieza y haz una lista de tus objetivos para mañana, para la próxima semana, para lo que queda del año. Comienza con tus propios objetivos espirituales internos preguntándote: «¿Cómo podría mejorarme a mí mismo, ser una mejor persona, extender más amor y cuidado hacia el mundo?». A continuación, céntrate en algunos objetivos externos, como la carrera o la familia, o dónde te gustaría estar el año que viene por estas fechas. Haz de esto una práctica regular, y no importa cómo lo hagas, te sorprenderá, incluso te asombrará, lo que puedes lograr si empiezas. La Casa Universal de Justicia dijo: «Los pequeños pasos, si son regulares y rápidos, suman una gran distancia recorrida».
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