Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Sacrificio: esta palabra puede hacernos pensar en rituales, sangre, sudor y lágrimas. Implica seriedad y connota constricción de obediencia. Para muchos de nosotros, el sacrificio se siente como algo oscuro.
He escuchado sobre todo discusiones sobre el sacrificio en situaciones en las que una persona no se siente capaz de cosechar los beneficios de lo que renuncia.
Pero uno de mis amigos describe el tan diferente concepto bahá’í sobre el sacrificio como «el lenguaje de amor de Dios». El sacrificio, desde esa perspectiva, permite a los seres humanos expresar mejor el amor a su Creador: «Quien ha llegado al estado del autosacrificio ha obtenido la verdadera dicha«. – Abdu’l-Bahá, La sabiduría de Abdu’l-Bahá, pág. 217.
El sacrificio requiere desprendimiento, al que puede ser difícil aspirar cuando también estás muy apegado a tu propia felicidad y bienestar temporal. Naturalmente, todos queremos hacernos felices a nosotros mismos como una forma de honrar el gran potencial de crecimiento y belleza que cada uno de nosotros tiene. De lo que me he dado cuenta es que cuando hacemos un sacrificio saludable no cuestionamos nuestro valor individual, sino que simplemente nos reconocemos como una pequeña pieza de un universo mucho más grande. Queremos honrar el gigantesco potencial dentro de cada uno de nosotros, al mismo tiempo que reconocemos que somos uno de los muchos que son dignos de felicidad, crecimiento y seguridad.
Este pasaje de las enseñanzas bahá’ís me ha ayudado a comprender las formas en que el sacrificio puede beneficiar tanto a las personas que nos rodean como a cada uno de nosotros individualmente:
…si plantáis una semilla en el suelo, de ella nacerá un árbol. La semilla se sacrifica por el árbol que surgirá de ella. En apariencia la semilla se pierde y se destruye; pero la semilla, la misma semilla que se sacrifica, es absorbida y se incorpora al árbol en sus capullos, frutos y ramas. Si la identidad de esa semilla no se hubiera sacrificado por el árbol que creció de ella, ni las ramas ni los frutos ni los capullos hubieran nacido. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 438.
A medida que sacrificamos nuestras comodidades egoístas por el bien común, y practicamos la disciplina de deshacernos de los viejos hábitos individualistas, podemos florecer en algo mucho mayor, algo que quizás ni siquiera hubiéramos podido imaginar.
Aunque una semilla debe romperse para germinar en una planta, al romperse, sin saberlo, se pierde a sí misma para convertirse en algo mucho más grande que antes. Me gusta pensar que nuestras almas se transforman de esta manera. Aunque nuestros instintos más primarios se desvían hacia la protección de nuestra propia pequeña tribu o la acumulación de riqueza para la superveniencia y alcanzar comodidad, si trabajamos para superar estos instintos, estaremos alimentando a nuestras almas. Al hacerlo, brotan en nuestras almas nuevas virtudes como la generosidad y la capacidad de expresar amor, para que de estas emane una luz que atraiga una relación más profunda con Dios.
Otra forma en que muchas personas entienden el sacrificio es a través de la comprensión del sacrificio de Jesucristo por la humanidad. Los bahá’ís reconocen la estación sagrada de Cristo y los escritos bahá’ís explican su vida y su importancia:
Para comprender la realidad del sacrificio consideraremos la crucifixión y muerte de Jesucristo. Es cierto que Él se sacrificó por nosotros. ¿Cuál es el significado de esto? Cuando Cristo apareció, sabía que tendría que proclamarse a sí mismo en oposición a todas las naciones y pueblos de la tierra. Sabía que la humanidad se levantaría en su contra y el infligiría toda clase de daños. No cabe duda de que cualquiera que presentara una demanda como la que Cristo anunció, levantara la hostilidad del mundo y fuera víctima de abusos personales. Se dio cuenta de que su sangre sería derramada y su cuerpo desgarrado por la violencia. A pesar de saber lo que le sucedería, se levantó y proclamó Su Mensaje, sufrió toda tribulación e injusticia en manos del pueblo y finalmente ofreció Su vida como sacrificio para iluminar a los hombres; dio Su sangre para guiar al mundo de la humanidad. Aceptó toda calamidad y sufrimiento para conducir a los hombres a la Verdad. Si hubiera deseado salvar Su propia vida, y no hubiera deseado ofrecerse en sacrifico, no hubiera sido capaz de guiar una sola alma. No había duda de que Su bendita sangre sería derramada y Su cuerpo destrozado. Sin embargo, aquella alma santa aceptó la calamidad y la muerte por Su amor a la humanidad. Este es uno de los significados del sacrificio. – Ibid., pág. 438.
Si bien ninguno de nosotros puede siquiera acercarse a la forma de sacrificio que Jesucristo hizo por el bien de la humanidad, los bahá’ís creen que nosotros también podemos desprendernos de los aspectos temporales de este mundo para tener un impacto eterno. Podemos esforzarnos por emular los atributos de Dios, pero al hacerlo, sacrificaremos otras cualidades menores:
Por ejemplo, considerad la sustancia que llamamos hierro. Observad sus cualidades: es sólido, negro y frio. Estas son las características del hierro. Cuando absorbe el calor del fuego, sacrifica su atributo de solidez por el de fluidez. Sacrifica su atributo de oscuridad por el de la luz, la cual es una cualidad del fuego. Sacrifica su atributo de frialdad por la cualidad del calor que el fuego posee; de modo que en el hierro ya no queda ninguna solidez, oscuridad ni frialdad. Se ilumina y transforma sacrificando sus cualidades por las cualidades y atributos del fuego. – Ibid., pág. 439.
Tomemos el tiempo para reflexionar sobre el sacrificio por el bien común, reconociendo que puede sentirse incómodo o que tal vez tengamos que presionar a una parte de nosotros que busca la seguridad individual en lugar de priorizar a los demás. Cuando suficientes personas priorizan el bienestar de la generación futura por encima de nuestra propia gratificación instantánea, el mundo puede llegar a transformarse.
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