Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Los esfuerzos de paz se verían beneficiados si más mujeres participaran en el gobierno de nuestro mundo, en todos los niveles?
El mundo ha visto mujeres jefas de gobierno en el pasado, y según las Naciones Unidas, hoy contamos con 18, de los casi 200 países del mundo. No parece que haya habido una gran diferencia en la política mundial todavía, pero tal vez el número de mujeres en puestos de liderazgo internacional es todavía demasiado pequeño para ver las tendencias que están emergiendo en medio de ese mar de masculinidad.
Entonces, ¿cómo escapamos de aquella fuerza gravitatoria de nuestros sistemas heredados y construimos sistemas de gobierno más equilibrados que reflejen el futuro equitativo y pacífico que realmente queremos?
La historia muestra que los más poderosos y agresivos entre nosotros son los que normalmente han gobernado. Pero este dominio ha comenzado a cambiar gradualmente hacia una era más pacífica que hace hincapié en los derechos humanos y las soluciones diplomáticas, una tendencia examinada por pensadores como Steven Pinker y Mary-Wynne Ashford. Ambos han monitoreado nuestro constante progreso hacia una menor violencia y menos guerras, a pesar de las generalizadas impresiones en sentido contrario.
Es interesante observar que este cambio a largo plazo fue previsto por las enseñanzas bahá’ís:
“El mundo del pasado ha sido gobernado por la fuerza, y el hombre ha dominado a la mujer debido a sus cualidades más potentes y agresivas, tanto físicas como mentales. Pero el equilibrio está variando, la fuerza está perdiendo su dominio, y la viveza mental, la intuición y las cualidades espirituales de amor y servicio, en las que la mujer es fuerte, están ganando en poder. En adelante, tendremos una época menos masculina y más influida por ideales femeninos; o, para explicarnos más exactamente, será una época en la que los elementos masculinos y femeninos de la civilización estarán más equilibrados”.
Por supuesto, vincular a las mujeres con la paz a menudo provocará la reacción de que las mujeres no son intrínsecamente más pacíficas que los hombres. Es muy cierto que no deberíamos prejuzgar a ningún individuo en base a su género, su raza o su etnia. Pero colectivamente, en todos esos casos, existen argumentos que señalan el aumento de estadísticas numéricas para reflejar la diversidad social. Es necesario, entonces, superar las expectativas y los patrones de pensamiento tan arraigados que son invisibles para nosotros.
Recuerdo que en los años 70, cuando era joven, se me animó a «entrar al mundo de hombres» y «competir en igualdad de condiciones». Esta terminología era incuestionable en ese momento, incluso entre las feministas. Hemos recorrido un largo camino. El siguiente paso parece evidente: apreciar y respetar las diferencias de género por igual. Las enseñanzas bahá’ís dicen que cuando las mujeres reciban mayor dignidad y los hombres aspiren a aquellas cualidades tradicionalmente consideradas femeninas, estaremos en el camino hacia una edad de oro:
“La emancipación de las mujeres, el logro de la igualdad total entre ambos sexos, es uno de los más importantes requisitos previos para la paz, aunque sea uno de los menos reconocidos. La negación de dicha igualdad perpetra una injusticia contra la mitad de la población del mundo y provoca en los hombres actitudes y costumbres nocivas que se llevan de la familia al trabajo, a la vida política y, por último, a las relaciones internacionales. No existen bases morales, prácticas ni biológicas para justificar tal negación. Sólo en la medida en que las mujeres sean aceptadas con plena igualdad en todos los campos del quehacer humano, se creará el clima moral y psicológico del que puede surgir la paz internacional”. – La Casa Universal de Justicia, La promesa a la paz mundial.
Es alentador saber que enseñanzas bahá’ís como estas fueron consideradas radicales alguna vez, sin importar en qué parte del mundo vivas. Desde su fundación en 1844 en Irán, la igualdad de los sexos ha sido una de las enseñanzas fundamentales de la fe bahá’í. Siempre he encontrado esta visión a largo plazo inspiradora y un buen antídoto para cualquier malestar político momentáneo.
En el Día Internacional de la Mujer de 1993, hace casi 25 años, la declaración emitida por las Naciones Unidas expresó una verdad que continúa teniendo relevancia:
La lucha por los derechos de la mujer y la tarea de crear unas nuevas Naciones Unidas, capaces de promover la paz y los valores que la sustentan, son una y la misma. Hoy, más que nunca, la causa de la mujer es la causa de toda la humanidad.
A pesar del constante pero desigual progreso, aquel momento decisivo para elegir colectivamente la paz mundial nos ha eludido hasta ahora. Se requerirá un enorme esfuerzo y un amplio cambio filosófico para construir conscientemente sistemas de gobierno comprometidos con la colaboración mutua, la no violencia y el fomento del espíritu humano. Tiene sentido intuir que una mayor participación de las mujeres aceleraría esta evolución cultural, y que se necesitarán cantidades importantes para inclinar la balanza. Tarde o temprano, llegaremos a eso.
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