Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
El Leonard Fulton que recuerdo era alto y delgado, con piel de color café y cabello muy corto de color rojizo y rizado, un marcador genético de su ascendencia afro-irlandesa.
Leonard tenía unos ojos soñolientos y unos rasgos delicados que daban a su rostro una suavidad y fragilidad desarmantes que desmentía las duras circunstancias de su existencia. Criado en el barrio obrero de Jersey City en los años 80 por una madre soltera abrumada y un padre ausente, no estaba preparado para los engañosos encantos de las calles – esas seducciones seductoras que siguen los pasos errantes de los sin rumbo y los ciegos.
Cinco años menor que yo, fue el primogénito de mi hermano mayor y mi único sobrino. Cuando Leonard cumplió doce años se había convertido en un veterano de la pequeña delincuencia; delitos menores de drogas, absentismo escolar y paseos en coches robados. A veces, durante las vacaciones de verano, su madre lo enviaba a quedarse con mi madre y conmigo, con la esperanza de que la distancia lo pusiera fuera del alcance de las tentaciones que siempre parecían perseguirlo.
Durante esos meses cálidos, en los que el calor abrasador cocinaba nuestra piel y nos mantenía empapados de sudor, nos subíamos al tren hacia el sur de Manhattan con mis amigos, caminábamos por el Barrio Chino y el East Village, llenábamos nuestros estómagos con pizza de queso y veíamos a los artistas callejeros en el Washington Square Park. Como el miembro más joven de nuestro grupo, con los ojos muy abiertos e impresionables, Leonard siempre parecía estar buscando algo – una plantilla o un mapa de ruta tal vez – la orientación que podría señalarle una dirección lejos de la vida que había conocido. Pero yo solo tenía 16 años, todavía era un niño, y demasiado inmaduro para entender la privación de los niños sin padre dejados a los caprichos de un mundo indiferente sin forma de saber cómo encontrar el verdadero norte. Si hubiera descubierto la fe bahá’í en ese momento, y comprendido la verdad de este pasaje de Bahá’u’lláh, podría haberlo hecho mejor:
Es el deber de los padres criar a sus hijos para que sean firmes en la fe, debido a que un niño que se aleja de la religión de Dios no actuará de tal manera que gane el buen gusto de sus padres y de su Señor. Porque toda obra loable nace de la luz de la religión, y sin este supremo don el niño no se apartará de ningún mal, ni se acercará a ningún bien. [Traducción provisional por Oriana Vento]
Leonard me admiraba. Lo sabía, pero era una reverencia que no me había ganado ni merecía. Los niños, en ausencia de la guía de un adulto amoroso, buscarán a sus padres y madres donde puedan encontrarlos, incluso si los objetos de su anhelo no están suficientemente cualificados.
Yo era una anomalía en mi familia, en la universidad con una beca de arte y terminé viajando a lugares lejanos que nunca hubiera imaginado. Mi viaje me llevaría en última instancia a espacios muy diferentes, pero en ese momento estaba recorriendo mi propio camino tortuoso hacia la joven edad adulta – uno que no implicaba la criminalidad abierta pero, sin embargo, tenía sus propias trampas y desviaciones destructivas. En cierto modo Leonard vivía más honestamente que el tío que tanto admiraba. Sus ofensas eran más fáciles de ver, mientras que mi ira, mi miedo, tristeza y egoísmo estaban enterrados bajo una fachada de logros académicos y talento artístico. Ambos éramos dos jóvenes confundidos que luchaban con los desafíos de desarrollo que todos los muchachos enfrentan, y empeorados por las complicaciones de la raza, la negligencia y el abuso. Buscamos por todas partes la belleza y la aceptación que no podíamos encontrar dentro de nosotros mismos.
Entendía las preguntas tácitas que Leonard estaba haciendo. Me eran familiares, como lo son para muchos niños negros y morenos que viven en una Norteamérica que sistemáticamente subestima y disminuye su potencial. Aunque hay variaciones en la forma en que se hacen las preguntas, todas están basadas en un duradero y doloroso misterio: ¿por qué? En una carta escrita en su nombre, Shoghi Effendi explicó:
En cada sufrimiento se puede encontrar un significado y una sabiduría. Pero no siempre es fácil encontrar el secreto de esa sabiduría. A veces solo cuando todo nuestro sufrimiento ha pasado nos damos cuenta de su utilidad. Lo que el hombre considera malo se convierte a menudo en causa de infinitas bendiciones. Y esto se debe a su deseo de saber más de lo que es capaz. La sabiduría de Dios es, en efecto, inescrutable para todos nosotros, y no sirve de nada ir demasiado lejos tratando de descubrir lo que siempre será un misterio para nuestra mente. [Traducción provisional por Oriana Vento].
Leonard y yo preguntamos, en nuestra propia manera, pero buscamos respuestas en diferentes lugares. Él buscaba sus respuestas en las crueles realidades del gueto urbano, mientras que yo encontré un santuario, de algún modo, en mi imaginación. Pero en el otoño de mi primer año en la universidad, nuestros caminos divergentes convergieron en una violenta intersección creada por mí, que tendría consecuencias duraderas.
Leonard, que pasaba un fin de semana de vacaciones en mi casa, tuvo un altercado físico conmigo por su continua participación en actividades ilegales. Yo inicié todo el evento, ingenuamente creyendo que podría forzar una transformación en él a través de la violencia. Como adolescente con poca comprensión de las diferencias entre la masculinidad sana y la tóxica, ahora me doy cuenta de que estaba repitiendo un patrón de comportamiento abusivo que se extendía a través de generaciones en la comunidad afroamericana hasta el puesto de azotes en las plantaciones de esclavos. El uso de la violencia física para coaccionar la obediencia y obligar a la sumisión era un elemento fundamental del sistema de esclavitud. La exposición repetida a la brutalidad y la deshumanización en forma de violencia física dio lugar a una internalización subconsciente de la práctica entre las poblaciones esclavizadas como medio de disciplinar a sus hijos para asegurar la supervivencia de la siguiente generación. Sin embargo, el trauma psicológico que tales palizas inducían, a menudo daba lugar a dificultades de desarrollo no deseadas que obstaculizaban el avance, como explica este pasaje de los escritos bahá’ís:
Que las madres consideren de importancia primordial todo lo concerniente a la educación de los hijos. Que se esfuercen al máximo en este sentido, pues cuando el tallo es verde y tierno crece en cualquier forma que se le enseñe. Por tanto, incumbe a las madres criar a sus pequeños como un jardinero cuida sus plantitas. Que procuren día y noche establecer en sus hijos la fe y la certeza, el temor de Dios, el amor hacia el Bienamado de los mundos y todas las buenas cualidades y características. Cuando una madre vea que su hijo se ha portado bien, que le alabe y aliente y le alegre el corazón; y si se manifestare el más mínimo rasgo indeseable, que ella aconseje al niño y le castigue utilizando medios basados en la razón, incluso un leve castigo verbal si fuere necesario. Sin embargo, no está permitido golpear al niño o vilipendiarle, pues su carácter se pervertirá totalmente si es sometido a golpes o a maltrato verbal. – Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá.
Cuando golpeé a mi sobrino con ira, sin saberlo perpetué el legado del sistema de esclavitud. En ese momento, me convertí en un instrumento dispuesto para un largo legado de deshumanización y objetivación. En uno de los grandes arrepentimientos de mi vida, fallé en llamar su atención sobre su inherente nobleza, o en hacer distinciones entre su comportamiento y su inestimable valor. Si tan solo hubiera sabido.
Pasarían tres años antes de que escuchara sobre la revelación de Bahá’u’lláh y aprendiera sobre la distinción espiritual de la gente de ascendencia africana, considerada como la «pupila del ojo», donde «la luz del espíritu brilla» según los escritos bahá’ís.
Ojalá te hubiera entendido mejor, Leonard. Desearía haber sido empoderado con esa información y esa percepción espiritual para poder contarte sobre tu noble destino. Desearía haber entendido la diferencia entre la capacidad transformadora del amor y el estímulo divino, y la naturaleza destructiva del abuso y el ridículo.
Hoy mi sobrino Leonard mira fijamente al mundo a través de las barras de acero en una prisión de máxima seguridad en algún lugar de Norteamérica, alojado en el corredor de la muerte esperando por su sentencia de muerte por un doble homicidio. Cuando pienso en la tragedia de su vida, recuerdo con profundo pesar lo equivocado que estaba en ese momento crucial. Recuerdo lo lejos que he viajado en mi comprensión del amor y la sabiduría necesarios para sembrar una transformación duradera. Pero sobre todo, recuerdo cuán desesperadamente un mundo desconcertado necesita mensajeros de Dios para corregir las falsas percepciones que tenemos de nosotros mismos y de los demás.
Perdóname Leonard, por no ser capaz de ver completamente tu belleza, y sé que incluso ahora me siento como si estuviera en una montaña de cristal buscando aquel diamante que deseché.
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