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Espiritualidad

Amor auténtico versus normas sociales

John Hatcher | Ene 19, 2021

PARTE 3 IN SERIES Desvelando el Huri del amor

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John Hatcher | Ene 19, 2021

PARTE 3 IN SERIES Desvelando el Huri del amor

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¿Alguna vez te has enamorado y luego, un tiempo después, te has desenamorado fácilmente? Si es así, puede que hayas empezado a cuestionar tus sentimientos iniciales, o incluso la idea del amor en sí.

Nuestra cultura todavía acepta y respalda el concepto del amor como un evento, un accidente, una cosa bastante más allá de nuestro control deliberado. Abdu’l-Bahá -el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, el fundador de la fe bahá’í- dijo que ninguno de los tres primeros paradigmas que describimos puede definirse como amor, al menos no en lo referente a su duración, que es de unos seis a diez meses, según mi recién calibrada tabla de Hollywood sobre la longevidad de las relaciones.

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En una charla acerca del amor que dio en París, Abdu’l-Bahá describió este tipo de encaprichamiento temporal que a menudo consideramos como amor:

Pero el amor que alguna vez existe entre amigos no es [verdadero] amor, puesto que está sujeto a la transmuta – ción; no es más que mera fascinación. Cuando sopla la brisa, el árbol tierno se inclina. Si sopla del este, el árbol se dobla hacia el oeste, y si sopla del oeste, el árbol se dobla hacia el este. Esta clase de amor tiene su origen en las circunstancias accidentales de la vida. Esto no es amor, es simplemente amistad; está sujeta a cambios.

Hoy veis dos almas aparentemente unidas por sincera amistad, mañana todo puede cambiar. Ayer estaban dispuestas a morir una por la otra, hoy evitan toda asociación. Esto no es amor; es la condescendencia de los corazones hacia los acontecimientos de la vida. Cuando aquello que ha originado este «amor» muere, el amor también muere; en realidad, esto no es amor verdadero.

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre los sentimientos que comúnmente aceptamos como amor y el auténtico amor al que se alude en Las Palabras Ocultas de Bahá’u’lláh, en el que describe lo que Dios siente por nosotros y lo que desea que nosotros sintamos por Él en retorno?

¡OH HIJ O DEL AMOR! Estás sólo a un paso de las gloriosas alturas y del árbol celestial del amor. Da un paso y con el siguiente avanza hacia el reino inmortal y entra en el pabellón de la eternidad. Presta oído, pues, a lo que ha sido revelado por la Pluma de Gloria.

O, dicho en términos de Los Siete Valles de Bahá’u’lláh, si esta poderosa atracción que sigue a la búsqueda intensa y dedicada es una parte válida de un proceso orgánico, ¿qué puede y debe seguir a esta etapa inicial que parecemos tan dispuestos a confundir con toda la experiencia?

Sócrates retrata este proceso en El Simposio en términos de la metáfora de una escalera de amor. Porque mientras el concepto de «amor platónico» ha llegado a connotar una relación no física, el proceso a menudo comienza con la atracción física o el encaprichamiento y procede por grados a través de etapas graduadas – escalas en la escalera simbólica del refinamiento o ascenso del amor. Así, el amor platónico retrata esta cegadora atracción magnética no como una parte inválida del amor, sino que la describe como una de las primeras etapas de una secuencia de lo que puede llegar a ser una relación cada vez más refinada. Su punto es que esta etapa inicial no debe ser aceptada como la etapa final o como el objetivo de la relación amorosa.

Esta secuencia progresiva, que se convirtió en la base de la mayoría de los tratados místicos tanto en el cristianismo como en el Islam, es similar al proceso descrito por Bahá’u’lláh en Los Siete Valles. Aquí, también, el amor como atracción ardiente no es despreciado, ni percibido como inapropiado. Este intenso ardor y anhelo y pasión puede ser la etapa inicial del auténtico amor, pero sólo si conduce al amante a otras etapas sucesivas de progreso y desarrollo. De lo contrario, la intensidad y la atracción ciega no tienen ningún significado en sí mismas y pueden llegar a ser destructivas si no se produce ninguna progresión.

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Así pues, la etapa siguiente de este proceso consiste en liberarse de este ciego encaprichamiento para examinar la naturaleza o el carácter de aquello a lo que nos sentimos atraídos.

Dado que no es raro que nos atraiga lo que no es saludable para nosotros, incluso una persona con mala salud puede ser atraída hacia alimentos que no son saludables, esta etapa o escalón o valle requiere que retengamos el acceso a la pasión hasta que determinemos si lo que nos atrae es digno de seguir adelante en este proceso.

Pero entender si lo que nos atrae es saludable para nosotros o no requiere que entendamos cómo estamos construidos, es decir, qué es lo que favorece nuestra salud y qué es lo que la perjudica. Por ejemplo, los escritos bahá’ís afirman que Dios nos creó con un amor inherente a la realidad porque la realidad en su conjunto, así como todas sus partes constituyentes encarnan o manifiestan algún atributo divino.

Dicho de otra manera, sabemos que amamos las cosas, y parece que no nos cansamos de ellas porque la primera emanación de Dios a la humanidad es nuestro deseo de descubrirlas.

En una charla que dio en Washington, DC en 1912, Abdu’l-Bahá explica este deseo de la siguiente manera:

La ciencia es la primera emanación de Dios hacia el hombre. Todas las cosas creadas encarnan la potencialidad de la perfección material, pero el poder de la investigación intelectual y la adquisición científica es una virtud superior privativa del hombre. Otros seres y organismos están privados de esta potencialidad y realización. Dios ha creado o depositado este amor de la realidad en el hombre.

Pero ¿por qué somos creados con este amor a la realidad, ya sea un árbol, una flor, una mascota u otra persona? Bahá’u’lláh indicó que el huri -el profundo misterio, detrás de este afecto inherente o «dado por Dios»- implica que todo en la creación manifiesta algún aspecto de la naturaleza del mismo Creador, del que emanamos como un aliento del espíritu:

… todas las cosas, en su más íntima realidad, atestiguan la revelación de los nombres y atributos de Dios dentro de ellas mismas. Cada una, según su capacidad, señala y expresa el conocimiento de Dios. Es tan potente y universal esta revelación, que ha abarcado todas las cosas visibles e invisibles.

Por eso nos gustan las cosas, porque de alguna manera, todo, incluyéndonos a nosotros mismos, nos recuerda nuestro origen sagrado y aquello a lo que anhelamos volver, aunque pasemos nuestras vidas sin conocer la fuente de ese insaciable deseo.

Esta serie de ensayos es una adaptación del discurso de John Hatcher en la Conferencia de la Asociación de Estudios Bahá’ís de 2005, titulada El Huri del Amor, que comprendió la 23ª Conferencia en Memoria de Hasan M. Balyuzi.

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