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¡Feliz Naw-Ruz! El año nuevo bahá’í

David Langness | Mar 20, 2023

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David Langness | Mar 20, 2023

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Cuando era niño, volvía locos a mis padres con preguntas. «La curiosidad mató al gato», me decía mi madre, pero nuestro gato estaba bien, así que seguía preguntando. Uno de los primeros enigmas filosóficos que recuerdo haber preguntado se me ocurrió cuando tenía cuatro años, el día de año nuevo. Mi familia vivía en una comunidad agrícola del este del estado de Washington, cerca de la frontera con Canadá, y, como es habitual en pleno invierno, había varios metros de nieve sobre el suelo. Les pregunté a mis padres: «¿Por qué llega hoy el año nuevo? El año aún no es nuevo, todavía es viejo y frío».

Invierno en el noroeste de Washington

Se rieron -los niños dicen las cosas más raras- y me dijeron que así son las cosas. Aun así, después de aquello siempre me pregunté por qué el año nuevo no caía en el primer día de la primavera, donde mi mente de cuatro años, por alguna razón desconocida, insistía en que pertenecía lógicamente y con razón.

Once años después conocí la fe bahá’í. Me intrigó, así que investigué, fui a reuniones bahá’ís, leí y traté de profundizar en mi conocimiento de la fe durante tres años más. Las enseñanzas bahá’ís tenían un sentido inminente para mí, especialmente la unicidad de la humanidad, la unidad esencial de todas las creencias y la concordancia entre ciencia y religión. Con el tiempo, a medida que estudiaba las enseñanzas y llegaba a conocer a los propios bahá’ís, descubrí que mis preguntas eran bienvenidas, no se burlaban de ellas ni las rechazaban. Me di cuenta de que esa era la razón por la que la fe bahá’í no tenía clero, porque el principio bahá’í de investigación independiente de la verdad fomenta las preguntas.

Y después de que mis preguntas fueran respondidas, estaba a punto de declarar mi creencia en la hermosa fe de Bahá’u’lláh. Entonces, por alguna razón extraña y completamente desconocida, me vino a la cabeza la inquietud de aquel niño de cuatro años sobre el año nuevo.

«¿Existe un calendario bahá’í?» le pregunté a mi amigo bahá’í Bob Gulick.

«Oh, por supuesto», dijo, feliz de hablarme de él. «Cada nueva dispensación religiosa trae consigo un nuevo calendario. El calendario bahá’í tiene 19 meses de 19 días cada uno, con un período de días intercalares de cuatro días, cinco días en un año bisiesto, lo que suma muy bien 365 días. Es un calendario solar, y uno muy avanzado científicamente, porque su estructura permite variaciones en la órbita de la tierra alrededor del sol». A Bob le encantaba la ciencia.

«Eso es fascinante», dije. Pero estaba pensando en mi gran pregunta. Tampoco entendía del todo por qué este pequeño detalle me parecía tan importante. Tal vez tenía algo que ver con mi infancia, y la forma rígida en que fui criado en una tradición protestante. La investigación independiente de la verdad, la búsqueda de respuestas a todas las preguntas que tenía de niño, estaba definitivamente desalentada en nuestra iglesia. Me habían enseñado a aceptar y creer lo que me decía el ministro. Eso no funcionaba para mí, y por eso estaba buscando. Finalmente, lo solté: «¿Cuándo es el año nuevo bahá’í?».

«¡Ah!», me dijo Bob, «Se llama Naw-Ruz, que sólo significa año nuevo en persa. Siempre es en el equinoccio vernal, el primer día de la primavera».

Emocionado, solté un gran suspiro que no sabía que estaba conteniendo. «¡Maravilloso!» dije, las palabras salieron de golpe. «Nunca pude entender por qué el año nuevo no era el primer día de la primavera. Parecía tan extraño, tan equivocado ponerlo en pleno invierno…».

Bob pareció entenderlo, pero me corrigió gentilmente. «Bueno, tienes razón; el Naw-Ruz es el primer día de la primavera aquí en el hemisferio norte, donde vive la mayoría de la gente del mundo. Casi todos los credos celebran esa renovación de la vida. Pero, por supuesto, el equinoccio de primavera es el primer día del otoño en el sur del mundo. Lo importante es que ese día el sol ilumina el mundo por igual. Los escritos bahá’ís dicen que es un símbolo del mensaje de Dios». Entonces Bob fue a su extensa biblioteca bahá’í, sacó un libro y me leyó esta cita sobre Naw-Ruz:

Desde tiempo inmemorial este día ha sido consagrado como un símbolo.

En este momento el sol aparece en el meridiano y el día y la noche son iguales. Hasta ese momento el polo norte ha estado en la oscuridad. Este día sagrado, en el cual el sol brilla igualmente en toda la tierra, se llama equinoccio, y el equinoccio es un símbolo de la Divina Manifestación de Dios. El Sol de la Verdad se levanta sobre el horizonte de la Divina Merced y envía sus rayos sobre todos. Este día está consagrado a conmemorar ese hecho. Es el comienzo de la primavera. Cuando el sol aparece en el equinoccio mueve todas las cosas vivientes. El mundo mineral se pone en movimiento, las plantas empiezan a germinar, el desierto se convierte en pradera, los árboles brotan y toda cosa viviente responde, inclusive los cuerpos de los animales y los hombres.

La salida del sol en el equinoccio es símbolo de vida, y la realidad humana es revivificada; nuestros pensamientos son transformados y nuestra inteligencia es avivada. El sol de la verdad otorga vida eterna, al igual que el sol solar es causa de vida en la tierra.

Al día siguiente me hice bahá’í.

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