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Más allá de tu cultura, ¿quién eres?

Deborah Clark Vance | Jul 19, 2021

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Deborah Clark Vance | Jul 19, 2021

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Los viajeros suelen querer ver otras culturas y probar sus cocinas únicas, admirar sus artes, ver sus espectáculos. Piénsalo: ¿qué tiene de único tu cultura?

Imagina que tus amigos de otro continente que hablan un idioma diferente vienen de visita y te piden que les enseñes las cosas que mejor representan tu cultura. ¿Qué elegirías?

Podría mostrarles eventos, comidas y lugares populares, pero no puedo mostrarles mi «cultura». Quizá sea porque nuestra cultura vive dentro de nosotros, en nuestras actitudes, nuestras filosofías de vida, nuestros intereses, nuestra visión compartida del mundo.

Abdu’l-Bahá nos dijo, en una charla que dio en París, que «La realidad del ser humano es su pensamiento, no su cuerpo material». De este simple comentario podemos entender que la realidad en sí no es material sino espiritual. Lo mismo ocurre con nuestra realidad compartida colectivamente, nuestra cultura.

Cuando tenía diecinueve años, me fui a vivir a otro país, con la intención de convertirlo en mi hogar permanente. El idioma era extraño, así como todo lo demás. Incluso mi idea de «americano» era diferente a la de ellos. Yo estaba acostumbrada a ver mi país como el centro del universo, pero ellos eran igualmente etnocéntricos.

Todo esto me confundía, y durante una meditación me imaginé creciendo sola en una isla desierta. Sin nadie con quien relacionarme, ¿cómo iba a saber si era amable, generosa, honesta o cualquier otra cosa? Sentí que mi ser más íntimo era el mismo de siempre y me di cuenta de que ser «americano» es como un conjunto de ropa que se pone sobre mi espíritu interior, mi verdadero ser.

Así que me embarqué en un proyecto a largo plazo para rectificar mis dos yoes: el «yo» que se veía a sí mismo como estadounidense, y el espíritu que representa mi verdadero yo. Abdu’l-Bahá afirmó que con la llegada de un nuevo mensajero divino, el mundo del pensamiento se regenera y «se producen extraordinarios progresos en las mentes, los pensamientos y los espíritus».

Valoro haber llegado a esta comprensión antes de haber completado mi educación formal en ciencias sociales porque me ayudó a identificar los supuestos no declarados en la investigación, y en mi propia cultura.

La cultura puede verse como un universo de significados compartidos. Dentro de cualquier cultura, cada símbolo se relaciona con todos los demás símbolos e impregna todos los aspectos: cómo pensamos, hablamos y nos comportamos. La cultura incluye nuestras ideas, prácticas, experiencias, creencias, normas y las actitudes que guían nuestros comportamientos. Las culturas no son impermeables al cambio, pero son autónomas. Al igual que en un diccionario de inglés, donde todas las definiciones hacen referencia a otras del mismo libro, también lo hacen otros aspectos de cualquier cultura. Por ejemplo, el popular deporte del fútbol americano implica habilidad táctica, organización, fuerza y potencia. Es una batalla entre rivales, y su espectáculo incluye la bandera y el himno nacional. Al valorar su significado (no, no es «solo un juego») nos damos cuenta de cómo defiende una creencia en el poder y la fortaleza que también asociamos con lo que se supone que es «masculino». Las ciudades con un equipo ganador fuerte son vistas positivamente, mientras que las ciudades de un equipo perdedor son compadecidas, lo que refuerza la creencia de que los hinchas contrarios están justificados en un apego a «su» lado, a veces hasta el punto de participar en peleas físicas.  Podemos ver estos mismos valores reflejados en numerosos ámbitos de nuestra cultura, y observar fenómenos similares en otras culturas.

Abordando la necesidad de un lenguaje universal en una charla que dio en París, Abdu’l-Bahá dijo: «Soy un oriental y por ello estoy excluido de vuestros pensamientos y vosotros igualmente de los míos». Si todos compartiéramos un sistema que nos permitiera comprender el marco de referencia de los demás, podríamos abrir nuestro universo de significados compartidos y empezar a apreciar y valorar otras culturas.

De la familia, los amigos, las escuelas, los mensajes de los medios de comunicación, etc., aprendemos nuestra historia y valores culturales compartidos, que generalmente aceptamos como hechos, sin cuestionarlos. Cuando vivía en el extranjero, me sorprendió conocer a personas que se reían de mí por lavarme los dientes. Me decían que ellos nunca se cepillaban los suyos y que abrían la boca para mostrar unos dientes perfectos y sin manchas, mientras que los míos, señalaban, estaban llenos de empastes. Decían que creían que se debía a la calidad de su agua. Yo, sin embargo, vengo de un lugar en el que vemos lo que la ciencia médica nos dice como verdadero en relación con nuestra salud. Para este y cualquier otro tema, cada uno de nosotros podría aportar pruebas de nuestras respectivas culturas para apoyar nuestras nociones, a veces en relación con temas de mucha mayor importancia que los dientes. Por ejemplo, Abdu’l-Bahá escribió:

…la causa fundamental del prejuicio es la ciega imitación del pasado, imitación en religión, en actitudes raciales, en tendencias nacionalistas, en intereses políticos. Cuanto más tiempo persista esta imitación ciega del pasado, tanto más serán lanzadas a los cuatro vientos las bases del orden social y tanto más estará la humanidad continuamente expuesta a grave peligro.

Los mensajeros espirituales de Dios vienen a reorientar y renovar nuestro pensamiento individual. Bahá’u’lláh advirtió constantemente sobre las ociosas fantasías y las vanas imaginaciones -pensamientos no arraigados en la realidad espiritual, como ocurre con muchas creencias culturales heredadas que impregnan nuestra conciencia colectiva, nuestro sistema de símbolos de significados. Esto no quiere decir que todo lo que creemos colectivamente sea malo o erróneo, sino que debemos evitar la imitación ciega:

Levantaos, oh pueblos, y por la fuerza del poder de Dios, decidíos a ganar la victoria sobre vosotros mismos, que quizá toda la tierra sea librada y santificada de su servidumbre a los dioses de sus vanas fantasías.

Al comienzo de un nuevo ciclo religioso, quienes siguen las enseñanzas del mensajero y aprenden a ver con sus propios ojos y a oír con sus propios oídos encuentran la forma de desprenderse de las nociones relacionadas con un yo material y se centran en el desarrollo de su yo espiritual.

Piensa en la frecuencia con la que oyes a la gente utilizar un término para el yo material – «identidad»- como si no hubiera duda de que tal cosa existe. Si te imaginas que eres la única persona en esa isla desierta, puede que te des cuenta, como hice yo, de que nuestro verdadero yo espiritual, desvinculado del mundo material, es nuestra verdadera identidad.

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