Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Alguna vez has tenido la sensación de que una intervención divina está actuando en tu vida?
Las enseñanzas bahá’ís nos aseguran que cualquier ayuda que necesitemos está disponible para nosotros si la pedimos:
Dios es misericordioso. En Su misericordia responde las oraciones de todos Sus siervos cuando, de acuerdo con Su suprema sabiduría, ello es necesario. – La promulgación de la paz universal.
Por supuesto, lo que Dios, como médico divino, considera una respuesta adecuada a nuestras peticiones puede no coincidir siempre con nuestros deseos actuales o nuestra estimación personal de lo que sería propicio para nuestro crecimiento y desarrollo.
Eso significa que no siempre podemos predecir cuándo o cómo intervendrá Dios en nuestras vidas, o de qué manera responderá a nuestras súplicas. Solo podemos saber que esa intervención ocurrirá si la buscamos con ahínco, si es beneficiosa para nosotros y si desarrollamos la percepción para reconocerla cuando se produzca, lo que supone un gran condicionante. Entonces, cuando ocurre algo tras nuestra súplica, ¿cómo sabemos si se trata o no de una intervención divina o simplemente de un acontecimiento aleatorio?
La respuesta: en esta vida, nunca podemos saberlo con certeza. En consecuencia, lo mejor que podemos hacer es asumir siempre que lo que ocurre está destinado a enseñarnos algo sobre nosotros mismos. Si nos esforzamos por discernir cuál es esa lección, inevitablemente descubriremos una lección en ella, porque todas nuestras experiencias durante nuestra existencia física están dotadas del poder de educarnos espiritualmente.
Esta observación nos lleva a un segundo axioma sobre la cuestión de por qué Dios no impide nuestra experiencia negativa. La mayoría de las veces, los acontecimientos que percibimos como negativos tienen una inmensa capacidad para educarnos. Tales pruebas forman parte de todo el esquema metafórico en el que nuestra experiencia física nos transforma espiritualmente. Para comprender los méritos o las recompensas de esas experiencias negativas, hablemos de la analogía del atleta.
Para un atleta, el esfuerzo, incluso el que llega a ser doloroso, no se percibe como algo negativo. El atleta inteligente es consciente del objetivo del entrenamiento y sabe cómo la experiencia aparentemente negativa del esfuerzo diario aumentará gradualmente la fuerza y la potencia a largo plazo. El atleta distingue el «final» en el «principio». Como resultado, el atleta bien entrenado llega a ver el entrenamiento como algo estimulante, beneficioso y a menudo incluso agradable.
Para nuestra propia educación en el aula metafórica de la realidad física, todas las pruebas y el sufrimiento son igualmente cruciales. En los escritos bahá’ís abundan las discusiones que afirman este principio:
Las pruebas son favores de Dios, por lo que debemos estarle agradecidos. Las penas y las desgracias n o nos vienen por casualidad; la Misericordia Divina nos las envía para nuestro perfeccionamiento. – La sabiduría de Abdu’l-Bahá.
La mente y el espíritu del ser humano avanzan cuando es probado por el sufrimiento. Cuanto más se are la tierra mejor crecerá la semilla y tanto mejor será la cosecha. – Ibid.
Las enseñanzas de Bahá’u’lláh responden así a las cuestiones planteadas por ambos tipos de experiencia negativa y resuelven así los dilemas presentados en el Libro de Job y en La Consolación de la Filosofía. Como parte integral de la actuación metafórica de la virtud, las pruebas evalúan el grado en que hemos comprendido y habituado verdaderamente los atributos espirituales: «Si no fuera por las pruebas, el oro puro no podría distinguirse del impuro».
Sin duda, es por esta razón que «las pruebas y los desafíos de Dios tienen lugar en este mundo, no en el mundo del Reino». Sin embargo, aunque se nos asegura que a través del sufrimiento «alcanzaremos una felicidad eterna» y que «pronto (Dios) tu Señor te concederá lo que te satisfaga», también se nos dice que nuestra negativa a reconocer nuestras debilidades nos asegura que seremos sometidos a la misma prueba de forma recurrente con una severidad cada vez mayor hasta que aprendamos a responder adecuadamente:
Las pruebas son un medio por el que se mide la aptitud de un alma y se prueba por sus propios actos. Dios conoce de antemano su aptitud, y también su falta de preparación, pero el hombre, con un ego, no se creería incapaz a menos que se le diera una prueba. En consecuencia, su susceptibilidad al mal se le demuestra cuando cae en las pruebas, y estas se continúan hasta que el alma se da cuenta de su propia falta de aptitud, entonces el remordimiento y el arrepentimiento tienden a desarraigar la debilidad.
La misma prueba se repite en mayor grado, hasta que se demuestra que la anterior debilidad se ha convertido en una fortaleza, y se ha establecido el poder para superar el mal. – Abdu’l-Bahá, The Baha’i World, Volumen 18, p. 950. [Traducción provisional por Oriana Vento]
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