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¿Existe un «tipo de persona» bahá’í?

Barbara Campbell | Mar 4, 2022

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Barbara Campbell | Mar 4, 2022

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«Realmente no parece el tipo», dijo ella sobre el esposo de una de las bahá’ís, quien estaba en medio de la decisión de hacerse bahá’í él mismo.

Me quedé pensando en ello, preguntándome a qué se refería exactamente y dándome cuenta de que su afirmación no me parecía cierta.

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Según mi experiencia, no hay un tipo concreto de persona que se convierta en bahá’í. Todos los bahá’ís siguen las mismas enseñanzas y principios, pero no todos tienen las mismas opiniones, personalidades o predilecciones.

La Fe bahá’í, creo, es para todos. Abdu’l-Bahá lo dijo en esta charla que dio en París:

De igual modo, cuando os encontréis con personas cuyas opiniones difieren de las vuestras, no les volváis la cara. Todas están buscando la verdad, y existen muchos caminos que conducen a ella. La verdad tiene muchos aspectos, pero siempre es una.

No permitáis que la diferencia de opinión, o la diversidad de pensamiento os distancien de vuestros semejantes, o que sea causa de discordia, de odio y rivalidad en vuestro corazón.

Por el contrario, indagad diligentemente la verdad y haced de todos los seres humanos vuestros amigos.

Todo edificio se construye con muchas piedras diferentes; sin embargo, cada una depende de la otra en un grado tal que si alguna se desplazara, todo el edificio sufriría; y si alguna fuese defectuosa, la estructura sería imperfecta.

Bahá’u’lláh ha trazado el círculo de la unidad; ha hecho un diseño para la unidad de todos los pueblos, y para que todos se reúnan bajo la sombra de la unidad universal. Ésta es la obra de la Munificencia Divina, y todos debemos esforzarnos con alma y corazón hasta que la realidad de la unidad se consiga entre nosotros, y de acuerdo a lo que trabajemos, se nos proporcionarán las fuerzas.

A lo largo de mi vida adulta, había conocido a bahá’ís realmente maravillosos de diversos orígenes y creencias. Pero al reflexionar sobre mi propia experiencia, me di cuenta de que en cada una de las comunidades en las que había vivido, había algunas personas que también sentían lo mismo que mi amiga.

Me crie como luterana y me hice bahá’í en 1968, durante mi segundo año de universidad. Los bahá’ís de la comunidad universitaria eran todos estudiantes de música y teatro. Yo no lo era. De hecho, cuando quise declarar mi creencia en Bahá’u’lláh, la joven con la que hablé me dijo más tarde que había dudado en hablar conmigo porque temía que quisiera chismorrear sobre mi ex novio, ¡que me había introducido en la Fe y que ahora salía con otra chica!

Cuando mi familia se mudó al otro lado del país unos meses después, me trasladé a una nueva universidad y me uní a una hermandad. La mayoría de los jóvenes bahá’ís de la universidad pertenecían a una subcultura diferente y no podían creer que yo pudiera ser bahá’í y seguir formando parte de «lo establecido».

Esa crítica implícita me hizo preguntarme de nuevo si había algo malo en mí. Pero me di cuenta de que Bahá’u’lláh vino a unificar el mundo entero y que vino para todos, no solo para los hippies y los estudiantes de arte. Esos chicos y yo teníamos mucho más en común que lo contrario. Así que decidí que, aunque todavía tenía mucho que aprender sobre mi nueva Fe, estaba bien.

Unos meses más tarde, en una función de la hermandad, conocí y me enamoré de un joven de la fraternidad que luego se convirtió en mi esposo. Mis padres se sintieron muy aliviados: ¡él era presbiteriano, no bahá’í! Tal vez, pensaron, todavía había esperanza para mí. No sabían mucho sobre la fe bahá’í y no estaban interesados en saber más. No era lo que ellos creían, así que tenía que estar mal. ¿Y los bahá’ís? En un baile patrocinado por la comunidad bahá’í, escuché a dos acompañantes hablar de mis nupcias pendientes.

«¿Oíste que Bárbara se va a casar con un no bahá’í?»

«Sí. Y odio cuando una chica bahá’í activa se casa con un no bahá’í. Simplemente no la vuelves a ver».

Unos años más tarde me encontré con un libro de B. Hoff Conow, The Baha’i Teachings. En el capítulo 6, «La naturaleza paradójica de la unidad de los opuestos», habla de «El continuo positivo/negativo» e ilustra cómo pasamos de un nivel inferior de la expresión de una cualidad o virtud a un nivel superior. Utilizando la cualidad neutra «digno», muestra un continuo de varios grados que van desde «censurable» en un extremo, hasta «loable» en el otro.

Esta comprensión me ayudó a darme cuenta de que cada uno de nosotros se encuentra en diferentes niveles de expresión de nuestros atributos y virtudes espirituales interiores, y que tanto mis padres como mis compañeros jóvenes bahá’ís expresaban la virtud del conocimiento desde diferentes puntos de desarrollo. Como las flores de un jardín, escribió Abdu’l-Bahá en su Tabla de la Haya, cada uno de nosotros tiene sus propias características únicas, y esa diversidad puede crear una gran belleza:

Considera las flores de un jardín: aunque difieren en género, color, forma y figura, sin embargo, en la medida en que son refrescadas por las aguas de un mismo manantial, revividas por el soplo de un mismo viento, vigorizadas por los rayos de un mismo sol, esta diversidad aumenta su encanto y se suma a su belleza. Así, cuando esa fuerza unificadora, la influencia penetrante de la Palabra de Dios, surte efecto, la diferencia de costumbres, modales, hábitos, ideas, opiniones y disposiciones embellece el mundo de la humanidad, y esto es digno de elogio. Esta diversidad, esta diferencia es como la disimilitud y la variedad naturalmente creadas de los miembros y órganos del cuerpo humano, pues cada uno contribuye a la belleza, la eficacia y la perfección del conjunto. Cuando estos diferentes miembros y órganos caen bajo la influencia del alma soberana del hombre, y el poder del alma impregna los miembros y las extremidades, las venas y las arterias del cuerpo, entonces la diferencia refuerza la armonía, la diversidad fortalece el amor, y la multiplicidad es el mayor factor de coordinación. – [Traducción provisional de Oriana Vento].

Más tarde, cuando nuestros hijos crecieron, mi marido Steve y yo nos ofrecimos como voluntarios en el Centro Mundial Bahá’í de Haifa (Israel), trabajando con personas de diversos países y orígenes culturales. (Una tarde nos invitaron a cenar en casa de una vecina. Ella cocinó y sirvió una comida encantadora, pero algo en su forma de ser me hizo preguntarme si se sentía atrapada en un papel femenino tradicional. Pero me detuve antes de permitirme decidir que no me gustaba. Le di una oportunidad y, a medida que nos conocíamos mejor, pasé de la indiferencia a la simpatía y luego al amor. Incluso nos fuimos de vacaciones juntos cuando nuestros esposos no pudieron viajar.

Así que creo que el secreto para llevarse bien con personas a las que inicialmente podemos tener una reacción negativa e instintiva es darles una oportunidad, lo que significa que todo el mundo es potencialmente ese «tipo de persona».

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