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«Obviamente eres una persona inteligente y aparentemente agradable», me dijo mi amigo de Facebook Ari. «Por tanto, desde mi punto de vista, expones un buen argumento de por qué soy escéptico respecto a la religión, ya que parece tener la capacidad de imponerse a la razón».
Si se me permite el atrevimiento, le dije a Ari, parafraseando tu planteamiento sobre la suposición de que yo creía en una resurrección física: Obviamente eres una persona inteligente y aparentemente agradable. Por tanto, desde mi punto de vista, expones un buen argumento de por qué soy escéptica respecto al antiteísmo (o «nuevo ateísmo», si lo prefieres). Me parece que muchos de sus partidarios se apresuran a asumir que todas las personas religiosas comparten la misma teología básica y la misma visión del mundo. Que las personas religiosas deben amordazar sus facultades racionales para creer. Que la religión es, por naturaleza, algo monolítico y resistente al cambio.
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Según mi experiencia como bahá’í, la religión es orgánica y evolutiva. Le mencioné a Ari algo que había compartido con él en una charla de Abdu’l-Bahá:
La religión es la expresión exterior de la Realidad divina. Por tanto, debe ser viviente, vital, dinámica y progresiva. Si no tuviese movimiento y no progresase, estaría sin la vida divina; estaría muerta. Las instituciones divinas están continuamente activas y son evolutivas; por lo tanto, su revelación debe ser progresiva y continua… El mundo del pensamiento ha sido regenerado. Las ciencias de edades pasadas y las filosofías de antaño son inútiles hoy día. Las exigencias de la hora presente demandan nuevos métodos de solución; los problemas mundiales no tienen precedente. Las viejas ideas y formas de pensamiento se vuelven rápidamente obsoletas. Las leyes antiguas y sistemas éticos arcaicos no llenan los requisitos de las condiciones modernas…
Estoy seguro de que entiendes, le dije, que tu experiencia del mundo no es la única válida. Te pido que también entiendas que, solo porque no veas una cosa o no la percibas o no le veas la lógica o no la encuentres en el conocimiento sobre el mundo con el que tú personalmente te has encontrado, no significa que esa cosa o esa experiencia sea imposible o delirante o inválida.
Puse un ejemplo de nuestro gusto común por la música: yo escucho armonías. Toco una nota y mi mente busca automáticamente la tercera, la quinta, la séptima o la segunda. Si me pones una canción que nunca he oído, por reflejo e instinto localizo y canto las armonías con la certeza que tiene un ganso canadiense que se dirige a Toronto en agosto. Puede que te convenzas de que seguramente la conocía y la había ensayado.
Sorprendentemente, no todos los seres humanos pueden hacerlo. Lo creas o no, algunas personas, algunas de ellas músicos, dudan de que pueda hacerlo y me dicen que la única manera de aprender armonías es leerlas a primera vista de una partitura o que te las enseñen como una línea melódica. Uno pensaría que escuchar las armonías que produzco convencería a la gente de que tengo la capacidad de escucharlas. Pero no es así. No dudan del resultado, simplemente no creen que la forma en que fui capaz de producirlas sea algo que realmente ocurra.
Muchos seres humanos, incluso algunos que se consideran ateos, tienen la sensación de que existe una inteligencia superior con la que comparten el universo y que, de hecho, puede ser fundamental para el universo. Recordando a Carl Sagan, los elementos que componen nuestro cuerpo son «polvo de estrellas». Es decir, están compuestos por los elementos que se formaron en las estrellas a lo largo de miles de millones de años de evolución cósmica. Los científicos están justificadamente entusiasmados por haber descubierto la fuente del material del que está hecho el cuerpo humano. Algunos de ellos incluso han intentado averiguar el origen del intelecto humano, el espíritu, el alma.
¿Es el alma algo creado por el campo electromagnético generado por las sinapsis del cerebro? Si es así, ¿por qué el ser humano es tan diferente de los demás animales? ¿Qué explica este poder fundamental, esencial, que permite a los humanos deconstruir la matriz misma del universo y hacer MacGyver para que se adapte a nosotros? ¿Por qué ese poder no existe en ninguna parte de la materia estelar de la que están hechos nuestros cuerpos? ¿De dónde procede la parte más esencial del ser humano: su mente?
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Los escritos de la fe bahá’í contienen referencias a esta aparente paradoja. Cuando visitó Europa y Norteamérica tras ser liberado de su encarcelamiento por el Imperio Otomano, Abdu’l-Bahá, hijo mayor de Bahá’u’lláh y nombrado intérprete de sus enseñanzas, pronunció una serie de discursos, alocuciones y charlas sobre el tema de lo que nos hace humanos. La siguiente es de una charla que dio en Nueva York el 5 de abril de 1912:
El mundo fenoménico está totalmente sujeto al dominio y control de la ley natural. Esa miríada de soles, satélites y cuerpos celestes a través del espacio infinito, es toda esclava de la naturaleza… Todos los seres fenomenales… son súbditos y cautivos de la naturaleza. Todos viven dentro de los límites de la ley natural, y la naturaleza es el gobernante de todos ellos, excepto del hombre. El hombre no es cautivo de la naturaleza, porque si bien de acuerdo a la ley natural es un ser terrestre, no obstante, conduce buques sobre los mares, vuela a través del aire en aeroplanos, se sumerge en submarinos… El hombre tiene inteligencia; la naturaleza no. El hombre tiene voluntad; la naturaleza no. El hombre tiene memoria; la naturaleza carece de ella. El hombre posee la facultad del raciocinio; la naturaleza no la posee. El hombre tiene la facultad de percibir; la naturaleza no percibe. Por tanto, es evidente y ha sido demostrado que el hombre es más noble que la naturaleza. Si aceptamos el supuesto de que el hombre no es más que una parte de la naturaleza, nos confrontamos con una aseveración ilógica porque ello equivale a proclamar que una parte puede estar dotada de cualidades ausentes en el todo. Pues el hombre que es una parte de la naturaleza posee percepción, inteligencia, memoria, reflexión consciente y sensibilidad, en tanto la propia naturaleza se halla privada de ello. ¿Cómo es posible que la parte esté en posesión de cualidades o facultades ausentes en el todo? La verdad es que Dios le ha dado al hombre ciertos poderes sobrenaturales.
Para resumir, los bahá’ís creen que, al igual que nuestro yo físico es un reflejo del material del que está hecho el universo, nuestro yo intelectual y espiritual refleja un Intelecto y un Espíritu primordiales que, como milenios de escrituras han tratado de decirnos, se encuentra en el corazón de todo.
Ahora, Abdu’l-Bahá no está usando la palabra «sobrenatural» aquí para significar «mágico» u «oculto» o incluso «milagroso». La está utilizando en su sentido más básico: que los seres humanos, con nuestra capacidad única para descodificar y aplicar ingeniería inversa a los poderes naturales de otras criaturas y crear máquinas que nos permitan emularlos, tenemos algo más allá de la naturaleza que nos permite manipularla incluso a nivel atómico. Creo que quizá el escritor y ensayista cristiano C. S. Lewis, que fue ateo, lo expresó de la forma más sucinta: «Soy un alma; tengo un cuerpo».
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