Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Las enseñanzas bahá’ís dicen que el verdadero despertar espiritual comienza con el conocimiento de Dios, pero ¿cómo podemos entender a un Ser tan exaltado, al que nadie ha visto nunca a simple vista?
¿Cómo obtenemos el conocimiento de nuestro Creador, cuyo conocimiento se extiende como el más bello tapiz a través de Su creación?
Ciertamente, no aprendemos sobre Dios de la forma en que normalmente lo hacemos, a través de libros o clases. Existen al menos cuatro canales, abiertos a cualquier alma, independientemente de sus creencias, para acceder a Dios.
Una señal de su conocimiento
Una de las formas de recibir los «dones y poderes misericordiosos» de Dios es a través de su conocimiento. Según Bahá’u’lláh, el conocimiento de Dios abarca toda la creación, al igual que el sentido del tacto abarca todo el cuerpo. Las enseñanzas bahá’ís dicen que todo objeto, visible o invisible, grande o pequeño, refleja uno o varios de los atributos de Dios. Bahá’u’lláh escribió: «Desde la fuente excelsa y de la esencia de Su favor y generosidad Él ha encomendado a toda cosa creada un signo de Su conocimiento…».
El aprendizaje es la puerta de entrada al conocimiento, que alcanzamos a través de la facultad del entendimiento. Una de las primeras lecciones que aprende un recién nacido es cómo tomar la leche del pecho de su madre. Después de este momento crucial, la vida continúa a medida que nuestro apetito por comprender se traduce en un descubrimiento interminable de este mundo. Los niños pequeños no pueden dejar de hacer preguntas, a veces volviendo locos a sus padres. Esto muestra cómo la adquisición de conocimientos se convierte en una parte esencial del desarrollo humano; sin estos nos enfrentamos a muchos retos, algunos de ellos lo suficientemente grandes como para hacer la vida insoportablemente difícil.
De todos los conocimientos, descubrir el propósito de la vida ha sido una búsqueda humana milenaria. Todos nos preguntamos «¿Por qué fui creado?». Los bahá’ís recitan una corta oración a diario, que comienza así: «Soy testigo, oh mi Dios, de que Tú me has creado para conocerte y adorarte». En esta oración, uno da testimonio de la existencia de Dios, reconociendo la conciencia que surge del nacimiento espiritual, y uno acepta que conocer a Dios es el propósito principal de la existencia.
Un Creador que no podemos ver
Esta respuesta a una pregunta milenaria puede no sentar bien en algunos pensadores de nuestro tiempo, ya que les resulta difícil aceptar un Creador al que nadie ha observado. Muchos de ellos, profesionales inteligentes con magníficas credenciales y asombrosas capacidades para sondear el funcionamiento del universo, no han percibido la presencia de un Creador entre la creación. Al mismo tiempo, miles de millones de personas dan fe de la existencia de un Ser Divino. ¿Por qué algunos «ven» a un Dios invisible y otros no?
El don de la comprensión se otorga a todos, independientemente del sistema de creencias de cada uno. Este don, dicen los escritos bahá’ís, «… no es otro que permitir a Su criatura conocer y reconocer al único Dios verdadero». Sin embargo, el enfoque que adoptamos a veces marca la diferencia entre «ver» el reino espiritual y quedar completamente excluido de él.
Esto se debe a que tenemos dos tipos de entendimiento: uno adquirido a través de la mente, y el otro adquirido a través del corazón. A través de la mente acumulamos gradualmente el conocimiento del mundo material. Pero para indagar en el reino invisible, tanto la mente como el corazón se hacen necesarios. En su libro místico Las Palabras Ocultas, el mensaje de Bahá’u’lláh a cada alma humana es: «Tu corazón es Mi morada; santifícalo para Mi descenso».
El corazón humano, una vez limpiado, será guiado al Reino de Dios.
Descubrir nuestra verdadera naturaleza
Además del conocimiento del propósito de la creación, también necesitamos descubrir nuestra verdadera naturaleza interior. Según la Biblia, Dios creó al hombre para que fuera inmortal y lo hizo a su imagen y semejanza. En el Génesis, Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Esta misma idea, reiterada en muchos de los escritos de Bahá’u’lláh, explica que cuando las Escrituras hablan de que la imagen de Dios está grabada en nosotros, quieren decir que los nombres y atributos de Dios forman parte de nuestro ser más íntimo. Las siguientes cuatro ideas explican esta realidad con mayor profundidad:
1. Las esferas en las que existen Dios y la humanidad son distintas y están separadas. Dios, el Creador, no puede formar parte de su propia creación. Por ejemplo, un artista está claramente separado de su obra de arte. Aunque los cuadros reflejan muchos de los atributos del pintor, nunca viven en el dominio del otro. Un retrato nunca se convertirá en su pintor.
2. Aunque hayamos sido creados a imagen y semejanza de Dios, no hay que concluir que Dios tiene una forma física como los humanos. Es nuestro espíritu el que está hecho a imagen de Dios. Nuestros poderes son limitados, sin embargo, los poderes de Dios no tienen restricciones.
3. Cuando nacemos, la bondad que heredamos está en potencia, al igual que un árbol poderoso está latente en una semilla. No nacemos en pecado ni en degradación, dicen las enseñanzas bahá’ís, somos seres nobles: dentro de nosotros está consagrada la capacidad y la responsabilidad de reflejar la belleza de Dios. Esto no ocurre automáticamente, como todos sabemos muy bien. El florecimiento de un espíritu bello y pleno requiere la educación y el entorno adecuados, así como un esfuerzo constante. Es una meta al alcance de todos.
4. Dios nos dota de libre albedrío, lo que significa que las decisiones que tomamos a veces pueden desviarnos del plan de Dios para conocerlo y adorarlo. Algunos cometen crímenes, asesinatos y otros actos atroces. Sin embargo, la imagen de Dios permanece estampada en sus seres. Para ellos siempre hay esperanza de cambio, si solo se esfuerzan. El libre albedrío nos hace responsables de nuestros actos.
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