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El racismo -una construcción artificial basada en la negación de la unidad de la humanidad- solo recibió su nombre recientemente, cuando se acuñó la palabra a principios del siglo XX.
El racismo encarna la falacia de que podemos dividirnos en subgrupos superiores e inferiores. Históricamente, esto ha aportado a las civilizaciones humanas la base de la esclavitud, el Holocausto, el colonialismo, las castas, el apartheid, los pogromos, la subyugación de los pueblos indígenas y todas sus brutales variaciones.
El racismo ha dado forma a nuestro mundo. Ha dado lugar a elaborados sistemas de imposición cultural, jurídica y económica que han infundido nuestro tejido social mundial, se han incorporado a nuestros sistemas educativos y, en última instancia, se han incrustado en nuestros gobiernos e instituciones a todos los niveles. Para los que tienen la piel blanca, las ventajas que otorga a cada generación posterior son el equivalente racial del pecado original.
Las formas más flagrantes de racismo se han atenuado durante los últimos ciento cincuenta años. La esclavitud ha disminuido en todo el mundo y la ciencia falsa de la eugenesia, que una vez trató de legitimar el racismo, ha quedado relegada a ser una nota histórica absurda. Pero el legado de la supremacía blanca permanece y prospera. Su naturaleza sistémica y profundamente arraigada se asemeja a un virus que muta constantemente sin desaparecer nunca del todo. Sólo cuando se exponga a la vista de todos -y se aborden sus dolorosas consecuencias de forma honesta, abierta y colectiva- podrá erradicarse.
La lucha por la justicia racial representa una de las crisis globales preeminentes que debe abordarse para que el resto de nuestras cuestiones colectivas se resuelvan con éxito. En 1985, la Casa Universal de Justicia, el órgano de gobierno internacional de los bahá’ís elegido democráticamente, dirigió un mensaje a los pueblos del mundo en el que les invitaba a considerar que se puede fomentar un nuevo orden social si todos los pueblos se ven a sí mismos como miembros de una familia universal. Este mensaje fue presentado a los líderes mundiales y a muchos otros durante el Año Internacional de la Paz de las Naciones Unidas. Un extracto dice así:
El racismo, uno de los males más funestos y persistentes, es un gran obstáculo para la paz. Su práctica perpetra una violación tan ultrajante de la dignidad de los seres humanos que no debe fomentarse bajo ningún pretexto. El racismo retrasa el desarrollo de las potencialidades ilimitadas de sus víctimas, corrompe a los que lo cometen y malogra el progreso humano. El reconocimiento de la unidad de la humanidad, llevado a cabo por medidas legales adecuadas, debe ser universalmente defendido para poder superar este problema.
Al igual que los Estados Unidos de América han establecido históricamente un estándar global para la democracia, a pesar de los desafíos que actualmente enfrenta en este sentido, los bahá’ís creen que el país está destinado de manera similar a ayudar a elevar el estándar de la justicia racial en el mundo. Obsérvese, en particular, la última línea de este extracto de un mensaje escrito en 2020 por la Asamblea espiritual nacional bahá’í de Estados Unidos:
Los bahá’ís de Estados Unidos nos unimos a nuestros conciudadanos en el dolor por la muerte de George Floyd, Breonna Taylor, Ahmaud Arbery y tantos otros cuyas vidas fueron arrebatadas repentinamente por atroces actos de violencia. Estas desgarradoras violaciones contra otros seres humanos, debidas únicamente al color de su piel, han ahondado en la consternación causada por una pandemia cuyas consecuencias para la salud y los medios de vida de las personas de color han sido desproporcionadamente graves. Esto ha sucedido en un contexto de injusticia racial de mucho tiempo atrás en prácticamente todos los aspectos de la vida estadounidense. Está claro que los prejuicios raciales son el problema más vital y desafiante al que nos enfrentamos como país. – [Traducción provisional por Oriana Vento].
El movimiento Black Lives Matter, por ejemplo, ha crecido de forma exponencial, galvanizando el apoyo y el compromiso de un amplio sector de la población. «Parece que estas protestas están logrando lo que muy pocos consiguen: poner en marcha un periodo de cambio social y político significativo, sostenido y generalizado», señaló Douglas McAdam, profesor emérito de la Universidad de Stanford que estudia los movimientos sociales. «Parece que estamos experimentando un punto de inflexión en el cambio social, algo tan poco frecuente en la sociedad como potencialmente trascendente».
La siguiente fase de la lucha contra el racismo consistirá en reconocer y aprender cómo afecta todos los aspectos de nuestras vidas. En el caso de la gente blanca, en particular, tenemos que entender los diferentes niveles de racismo individual, institucional y sistémico, refiriéndose este último a los «efectos acumulativos y compuestos de una serie de factores sociales, incluyendo la historia, la cultura, la ideología y las interacciones de las instituciones y las políticas que sistemáticamente privilegian a la gente blanca y perjudican a la gente de color». Lo importante será observar cómo el aumento de la conciencia se traduce en nuevas leyes, políticas, planes de estudio, reglamentos y otras medidas para reducir la desigualdad racial.
Las enseñanzas bahá’ís animan a todos, sin importar su color, clase o país, a unirse a la batalla para erradicar el racismo y los prejuicios. Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, escribió:
Hoy en día, la imperiosa necesidad es la unidad y la armonía… pues deberían tener entre ellos solamente un corazón y un alma, y deberían, en la medida que de ellos dependa, resistir solidariamente la hostilidad de todos los pueblos del mundo; deben poner fin a los ignorantes prejuicios de todas las naciones y religiones, y deben dar a conocer a todo miembro de la raza humana que todos son las hojas de una sola rama, los frutos de un solo tallo.
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