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Espiritualidad

Acercándonos al Creador: cómo amar a un ser incognoscible

John Hatcher | Jun 9, 2021

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John Hatcher | Jun 9, 2021

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En una oración de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, el suplicante se dirige al Creador de la siguiente manera «¡Por Tu gloria, oh Amado de todos los corazones, el único que puede calmar el dolor del anhelo por Ti!».

La relación de amor que intrínsecamente anhelamos alcanzar con nuestro Creador, como continúa enunciando Bahá’u’lláh, no conoce límites:

¿Cómo puedo yo, entonces, ensalzar y hablar de Tu Esencia, que ni la sabiduría de los sabios ni el conocimiento de los eruditos han llegado a comprender, puesto que nadie puede ensalzar aquello que no comprende ni relatar aquello que no puede alcanzar, en tanto que Tú has sido, desde siempre, el Inaccesible, el Inescrutable? Aunque no pueda ascender a los cielos de Tu gloria ni remontarme a los dominios de Tu conocimiento, puedo al menos referir Tus señales, que dan testimonio de Tu gloriosa obra.

Por supuesto, todo en la creación expresa los atributos del Creador, al igual que todas las obras de arte reflejan al artista. Debido a esta naturaleza esencial de la creación de manifestar algún aspecto de lo divino, podríamos considerar correctamente la realidad física como un salón de clases creado por el Creador precisamente para enseñarnos sobre nuestra naturaleza esencial como seres espirituales.

RELACIONADO: Conociendo a Dios a través de su creación

Si amas la naturaleza, conoces este sentimiento. Si amas el mundo, conoces este sentimiento. Si amas a la humanidad, conoces este sentimiento.

Si estudiamos inteligentemente este afecto que sentimos por el Creador y la creación, nos daremos cuenta de que el fundamento de todo deseo es nuestro anhelo de alcanzar el conocimiento de Dios, si tan solo abrimos las puertas de la percepción.

Cuando nos esforzamos por alcanzar esta comprensión, el conocimiento que adquirimos es entonces capaz de llevarnos a una relación de amor eternamente progresiva con el Creador.

Por lo tanto, aunque los escritos bahá’ís dan amplio testimonio del hecho de que el Creador es esencialmente incognoscible, ahora nos damos cuenta de que la palabra esencialmente debe tomarse literalmente: no podemos conocer la esencia de Dios. Sin embargo, lo que también es evidente es que podemos conocer todo tipo de cosas sobre el Creador. Si todo lo que existe en la creación, incluido nuestro propio ser, da testimonio de la naturaleza de Dios, ya sea en mayor o menor grado, entonces difícilmente podemos sustraernos al conocimiento de Dios, aunque su esencia permanezca siempre velada a un conocimiento completo o exacto por nuestra parte.

La necesidad lógica de un educador

Aunque toda la creación nos exhorte a conocer y amar al Creador para que podamos beneficiarnos y progresar con ese conocimiento, seguimos necesitando una ayuda importante. El hecho es que no vamos a avanzar en el propósito de nuestra vida sin asistencia externa, sin guía, sin un maestro. Porque, a diferencia de la vida animal, nosotros, como seres humanos, estamos formados sin una gran cantidad de comportamiento instintivo. A diferencia de la mayoría de los animales, no tenemos la capacidad de funcionar de forma adulta a las pocas horas o a los pocos meses, o incluso a los pocos años, de haber nacido. Necesitamos que nos enseñen casi todo lo que aprendemos, y el proceso de ese aprendizaje lleva tiempo.

En resumen, no podemos intuir espontáneamente el propósito de todas estas cosas maravillosas que nos rodean, y mucho menos el significado metafísico más profundo de nuestras relaciones, sin la ayuda incesante de maestros que posean el conocimiento y la experiencia para educarnos y empujarnos en la dirección correcta.

Por analogía, si tomáramos a un niño extremadamente brillante al que nunca se le ha enseñado nada, y lo colocáramos en la mejor aula que pudiéramos concebir -llena de juguetes educativos, computadores y herramientas de enseñanza de todo tipo-, difícilmente podríamos esperar que el niño aprendiera algo si simplemente se le abandonara allí sin ayuda.

Incluso después de que hayamos aprendido las habilidades iniciales de supervivencia de nuestros padres -caminar, hablar, alimentarnos, asearnos, y demás- no seríamos capaces de progresar más sin la ayuda continuada de maestros que nos proporcionen incrementos constantes y progresivos de habilidades fundamentales y herramientas básicas para vivir. Como las enseñanzas bahá’ís señalan sistemáticamente, la humanidad necesita educadores que nos enseñen no solo a vivir, sino también a convivir en paz y armonía; en resumen, educadores divinos, los profetas y mensajeros que establecen nuestras grandes fes. En el libro «Contestación a unas preguntas», Abdu’l-Bahá esbozó los requisitos para tales educadores universales:

Si no fuese por un educador, de ningún modo se habrían conseguido los medios para la comodidad, la civilización y las virtudes humanas. Si se abandona a una persona sola en una selva donde no vea a nadie de su propia especie, sin duda se convertirá en un simple animal. Por consiguiente, está claro que se necesita un educador…

Ahora bien, necesitamos un educador que sea a la vez un educador material, humano y espiritual, para que su autoridad tenga efecto en todos los niveles de la existencia.

Desde una perspectiva espiritual, ¿cómo nos enseñan estos educadores universales? En el próximo artículo de esta serie, exploraremos esta cuestión crucial.

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