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Amistad entre vecinos: un paso hacia la unidad y la fuerza

Michelle Goering | Ene 27, 2022

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Michelle Goering | Ene 27, 2022

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En el verano de 2020, nuestro vecino hizo algo increíble por nuestra familia. Mi marido Tim y yo volvíamos a casa desde Kansas, donde habíamos ido a ver a mi madre, cuya salud estaba decayendo.

Estaba agradecida de que nuestros hijos Miles y Gabe pudieran quedarse solos en casa mientras viajábamos. Nuestro viaje había transcurrido sin problemas, pero justo el primer día de nuestro largo viaje de regreso a casa, recibí una llamada de Gabriel. Estaba llorando, frenético de preocupación por nuestra gallina mascota.

«Es Minerva, mamá. Algo la ha desgarrado, quizá un halcón. Está muy herida. No sé qué hacer».

Mi corazón latía con su angustia; me sentía perdida estando tan lejos, cuando su necesidad de orientación y consuelo era tan inmediata.

Mientras repasaba mentalmente las opciones, me vino a la mente la cara de nuestro amable, ingenioso y generoso vecino Michael. Le dije a Gabe: «Creo que deberías ir a la casa de al lado, a ver si Michael puede ayudarte a averiguar qué hacer».

Gabe llamó una hora después. Su voz era tranquila ahora, y triste. «Fui a casa de Michael, y vino directamente a ver a Minerva. Dijo que no iba a sobrevivir. Dijo que habría que sacrificarla, que eso sería lo correcto».

«Me alegro mucho de que Michael estuviera en casa, mamá. Michael nos dijo: ’Yo no estoy encariñado a Minerva como ustedes. ¿Quieren que me encargue yo de ella?’. Cogió su hacha y nos dijo que no miráramos, luego la metió en una caja, así que ahora podemos enterrarla».

¿Cuál es, me pregunté, el agradecimiento apropiado por tan misericordiosa gentileza vecinal? No hay forma de agradecérselo y, conociendo a Michael, cuando lo intentara él solo sonreía y se encogía de hombros. A menudo parece claro, cuando le observo con otras personas del vecindario, que su alegría proviene de compartir, servir y conectar con los demás. Mis hijos ya tenían una relación con Michael, porque se aseguró de que nos conociéramos. Hemos visitado la casa del otro, nos hemos ofrecido comida y ayuda. Su espíritu de vecindad va más allá de las palabras, y me recuerda la advertencia de Abdu’l-Bahá en los escritos bahá’ís: “No os contentéis con demostrar amistad sólo con palabras; dejad que vuestro corazón se encienda con amorosa bondad hacia todos los que se crucen en vuestro camino”.

Crecí en una comunidad rural en la que conocíamos bastante bien a nuestros vecinos, pasábamos tiempo en las casas de los demás y a menudo nos ayudábamos mutuamente. Pero todos éramos del mismo origen social, étnico y religioso. En mi vida adulta en la ciudad, a menudo no he conocido a los vecinos que vivían justo al lado. Nuestra proximidad no es por elección; nos han puesto al azar unos al lado de otros, y esa diversidad puede hacer que algunas personas se sientan incómodas, o que simplemente se sientan tímidas con otros con los que claramente no son parecidos. Pero las enseñanzas bahá’ís nos llaman a ir más allá de nuestras fronteras:

No veáis extraños; más bien, ved a todos los hombres como amigos, pues difícilmente se origina amor y unidad cuando fijáis la mirada en la otredad … Puesto que cada una de las criaturas es un signo de Dios, y fue por la gracia del Señor y Su poder que cada una entró en el mundo; por tanto, no son extraños, sino familiares; no son ajenos, sino amigos, y deben ser tratados como tales.

También podemos desear el anonimato y la privacidad. A veces, cuando la gente vive muy cerca, quiere mantener la distancia. Pero conocer y compartir con nuestros vecinos, anteponiendo su bienestar, es un consuelo y un placer, y favorece nuestra prosperidad colectiva. Hace que el vecindario sea más fuerte cuando pensamos en los demás y tratamos de servirnos mutuamente, y estas acciones tienen un efecto dominó. En su versión de la Regla de Oro, que se puede encontrar en todas las religiones, Bahá’u’lláh escribió: «Y si tus ojos están vueltos hacia la justicia, elige para tu prójimo aquello que elegirías para ti mismo”.

Tengo la suerte de tener otros vecinos encantadores en mi calle. Compartimos el espacio del jardín y las hortalizas, nos ocupamos del riego y del correo cuando alguien sale de la ciudad, nos reunimos en la calle para charlar y damos la bienvenida a los recién llegados con comida y flores. Algunos de mis vecinos comparten café y oraciones conmigo en algunas ocasiones, junto con conversaciones sinceras sobre nuestras vidas. Estas acciones tienen un efecto contagioso, haciendo que el sentimiento general del bloque sea amistoso y esté impregnado de un sentimiento de confianza en una época de desconfianza. Bahá’u’lláh dijo «Sé digno de la confianza de tu prójimo y mírale con rostro resplandeciente y amistoso».

Pero he aprendido que estas conexiones empiezan cuando alguien sale de su zona de confort. La amistad entre vecinos crece al ser demostrada y practicada hasta que se convierte en parte de la cultura del barrio.

Una amiga mía que lleva mucho tiempo viviendo en la misma casa es muy decidida y directa en su deseo de establecer relaciones con sus vecinos. Se esfuerza por entablar amistad con ellos y reunirlos. Les presenta a unos y a otros. En su calle, los vecinos celebran juntos las fiestas, y cada 4 de julio cierran la calle y celebran una gran comida y un desfile. Con el tiempo, cada vez más residentes han creado espacios de reunión en sus patios delanteros. Ahora que se conocen y se sienten cómodos entre ellos, sus vecinos quieren pasar tiempo juntos, no esconderse detrás de la casa en sus patios privados. El resultado es que su calle resulta íntima y acogedora, un lugar donde la gente se detiene a charlar con amigos. Gracias a ella, la cultura de la calle ha cambiado, conscientemente. En tiempos de dificultad, estos vecinos probablemente acudirán unos a otros en busca de ayuda y apoyo.

Hace falta valor para conocer a nuestros vecinos. A veces me siento tímida y reticente, pero casi siempre he sido recibida con calidez y franqueza por los vecinos cuando hago el intento de hacerme amiga de ellos. Cuando nuestros gemelos eran pequeños, no éramos los vecinos más deseables. Nos desbordábamos en una casa pequeña, y el ruido de los chillidos de los niños pequeños era omnipresente. Decidí que debía disculparme con mi desconocida vecina de al lado. Me armé de valor y llamé a su puerta. Me sonrió amablemente, sin inmutarse por el ruido, y me dijo: «¡Oh, no hay ningún problema! Son niños. Siento su alegría». Desarrollamos una amistad, gracias a mi valentía y a su disposición a pasar por alto nuestro caos familiar.

Esto es lo que puede llegar a ser un barrio; un lugar donde sentimos la alegría del otro, donde nos cubrimos las espaldas, donde estamos disponibles para las emergencias del otro, incluso cuando sea algo difícil. Espero poder ofrecer una verdadera ayuda a mis vecinos cuando la necesiten, a través de la inspiración y el estímulo que recibo de las enseñanzas bahá’ís. ¡Aunque espero que mi ayuda nunca implique un hacha y la mascota de alguien!

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