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Jaellayna Palmer | May 29, 2020

PARTE 7 IN SERIES Un camino personal con pies prácticos

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«Intentaré cumplir con mi deber hacia Dios y mi país». Esas palabras eran parte del compromiso de las niñas exploradoras que repetí innumerables veces durante mis muchos años en el mundo de los scouts.

Me acordé de ellas hoy temprano cuando vi mi vieja banda de placas, entre otros recuerdos. Cuando miro las insignias ahora, los recuerdos se desdibujan, aunque en aquel momento cada una era distinta y significativa para mí.

Las niñas exploradoras participan en un desfile del Día de Conmemoración de los Caídos en Canaán, Connecticut

En ese momento, el deber como principio general se incorporó en el programa de los scouts. En retrospectiva, me doy cuenta de que estábamos siendo entrenadas para crecer como ciudadanas responsables. Ese sigue siendo un objetivo digno, considerando que vivo en una parte del mundo donde somos libres de participar a través del activismo social, de votar, y de usar nuestro intelecto para evaluar asuntos y personas por nosotros mismos.

Sin embargo, comparando mis días de exploradora scout con los tiempos modernos, ahora escucho menos sobre el deber y más sobre los derechos y responsabilidades. Esas dos palabras describen la relación recíproca entre lo que mi país me debe y lo que yo le debo a él.

¿Qué me debe mi país? La lista incluiría elementos como la seguridad en el país y en el extranjero; la justicia; una sociedad ordenada; una moneda estable; la libertad de expresión; el respeto del medio ambiente físico; un alto nivel de educación y salud; y la representación en las Naciones Unidas y a nivel internacional.

Por el otro lado – lo que yo le debo – incluiría temas como la contribución financiera a través de los impuestos; mantenerse comprometido e informado; contribuir al pensamiento y al discurso a través de una variedad de medios de comunicación; participar en el proceso electoral mediante el voto; y vivir de acuerdo con las normas de comportamiento y los valores cívicos generalmente aceptados.

Estas listas, por incompletas que sean, destacan los derechos y responsabilidades de la ciudadanía nacional. También veo paralelos entre la ciudadanía nacional y otros niveles de vida organizada – incluyendo la familia, la comunidad, e incluso el mundo mismo.

La familia es la estructura social fundamental y más vital para los humanos. Es donde comenzamos a experimentar derechos y responsabilidades, sin importar cómo se definan y se cumplan dentro de una familia específica. La Comunidad Internacional Bahá’í ha enfatizado repetidamente no sólo esta idea, sino también nuestro papel colectivo en la protección de las familias:

«La protección de la familia y la promoción de su bienestar debe convertirse en el centro de los procesos comunitarios. La familia es la principal institución de la sociedad y la principal incubadora de valores, actitudes, creencias y comportamientos. Cuando es espiritualmente saludable, contribuye significativamente al desarrollo de ciudadanos felices y responsables …

La armonía y la cooperación en la familia, como en el mundo, se sostienen en el equilibrio entre los derechos y las responsabilidades». – Comunidades sostenibles en un mundo en integración; la familia en una comunidad mundial.

A su vez, la familia retribuye con su participación en la comunidad, lo que constituye el inicio del concepto de ciudadanía. Lo hace a través de ser miembros reflexivos de la comunidad y apoyándola de manera similar al nivel nacional, como se mencionó anteriormente.

Luego está nuestra relación con el mundo mismo, donde expresamos nuestra conciencia superior a través de la acción. Cuando reconocemos la unidad de la humanidad, nuestra visión se amplía. Podemos entonces conectar nuestros actos individuales con la mejora de la sociedad, así como con nuestro propio crecimiento individual. Como explicó Abdu’l-Bahá:

“El hombre alcanza la perfección por medio de las buenas acciones… la partición voluntaria, el libre desembolso de los propios bienes, conducen a la comodidad y la paz de la sociedad”.

Al unir todo esto y tomando una perspectiva global a largo plazo, podría resumir diciendo que el amor por la familia crecerá hasta convertirse en una preocupación y respeto para todas las personas. El servicio a los amigos y vecinos será un servicio a la humanidad. La mejora de la vida comunitaria estimulará la mejora de los estándares de vida. Nos aseguraremos de que el acceso a los sistemas – como el ambiental, de infraestructura, social, económico, legal y político – se extienda a todas las personas, no solo a los ricos y poderosos. Los derechos humanos serán defendidos en todas las naciones. La guerra será considerada tan aborrecible como la violencia familiar. El abuso del medio ambiente será considerado como un atentado contra el planeta.

Bahá’u’lláh es el primero de los mensajeros de Dios que ha vivido en una época en la que nuestro planeta físico es reconocido y comprendido en términos de su tamaño, sus características físicas y sus diversos pueblos. Es el primero en una época de conectividad real entre todos los pueblos, con el advenimiento de las comunicaciones masivas y los viajes con facilidad. Es el primero en haber vivido en una época con un serio intento de integración social y política a escala mundial, como es el caso de las Naciones Unidas. Poniendo esto en una perspectiva histórica confiere una importancia aún mayor a sus muchas enseñanzas y percepciones sobre esta noción de nuestro mundo, incluyendo estas poderosas palabras: “La tierra es un solo país y la humanidad sus cuidadanos”.

Después de convertirnos en adultos, no habrá más insignias de exploradores que ganar. En su lugar, nos motiva e inspira la visión de un mundo pacífico unido en la amistad. Nos acercamos a él al alinear nuestros pensamientos y acciones individuales. Nuestra recompensa es saber que algún día la gente reconocerá que somos ciudadanos del mundo, que pertenecemos a una sola familia humana, aunque no tengamos una insignia en una banda para demostrarlo.

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