Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Los mensajeros indígenas de Dios se han manifestado a los pueblos antiguos de todo el continente americano, aunque probablemente no conozcamos mucho de las tradiciones espirituales de América del Sur.
En este artículo, sin embargo, exploraremos la vida y las enseñanzas de uno de los mensajeros indígenas de lo que ahora es la nación de Colombia: Bochica.
Este mensajero aportó enseñanzas morales, éticas y espirituales a los pueblos que vivían en el Altiplano Cundiboyacense, el altiplano andino que ahora rodea la ciudad de Bogotá. Como todos los profetas y mensajeros sagrados, dicen las enseñanzas bahá’ís, Bochica fue un «centro de iluminación» para su pueblo. En un discurso que pronunció en Chicago en 1912, Abdu’l-Bahá desgranó ese término:
En nuestro sistema solar el centro de iluminación es el propio sol. A través de la voluntad de Dios, esta luminaria central es la única fuente de existencia y desarrollo de todas las cosas fenomenales…
Del mismo modo, en el reino espiritual de la inteligencia y de las ideas debe haber un centro de iluminación, y ese centro es el Sol eterno, la siempre resplandeciente Palabra de Dios. Sus luces son las luces de la realidad que han brillado sobre la humanidad, iluminando el reino del pensamiento y la moral, confiriendo al hombre las bondades del mundo divino. Estas luces son la causa de la educación de las almas y la fuente de la iluminación de los corazones, enviando con un resplandor refulgente el mensaje de las buenas nuevas del Reino de Dios. En resumen, el mundo moral y ético y el mundo de la regeneración espiritual dependen para su ser progresivo de ese Centro celestial de iluminación. Da la luz de la religión y otorga la vida del espíritu, impregna a la humanidad de virtudes arquetípicas y confiere esplendores eternos. Este Sol de la Realidad, este Centro de refulgencia, es el Profeta o Manifestación de Dios. [Traducción provisional de Oriana Vento]
P: Kevin, me he dado cuenta de que Vinson Brown, a pesar de su relativamente rica «Bibliografía», proporciona muy pocas notas a pie de página a lo largo de su excelente libro Voces de la Tierra y el Cielo. Esto es un inconveniente notable, porque el lector no tiene ninguna pista inmediata sobre sus fuentes de información, ningún lugar donde comprobarla, y ninguna manera de seguir adelante para encontrar más información. Así, por ejemplo, en la página 99, Brown habla de «Nemterequeteba», el mensajero colombiano del pueblo chibcha o muisca, también conocido como Bochica, y con muchos otros nombres: Chimizapagua, Nemqueteba, Neuterequeteua, Sadigua, Sugumonxe, Sugunsua, Xué, Zuhá o Zuhé.
Parece que el nombre más común para este mensajero indígena de Dios es Bochica, del que se sabe muy poco, ya que los relatos son muy fragmentarios. Adolph F. Bandelier, quien escribió «Tradiciones de desembarcos precolombinos en la costa occidental de Sudamérica», en el American Anthropologist en 1905, ofreció alguna información:
Casi paralela a la tradición de Tonapa [Tunupa] y Viracocha es el mito de Bochica o Nemqueteba (Nemterequeteba), también llamado Zuhé, entre los indios Muisca o Chibcha de Colombia. Los cuatro nombres se aplican, según Piedrahita, a un solo individuo. Fray Pedro Simón, que escribió algo antes, discrimina entre Bochica y Nemterequeteba. Piedrahita afirma que, según la tradición chibcha, Bochica «llegó» a la meseta de Bogotá, pero no dice de dónde. Lo describe con una larga barba y vistiendo ropas largas, como si caminara con los pies descalzos y anduviera predicando y enseñando a los indios un mejor modo de vida. En Sogamoso, en el altiplano colombiano, Bochica vivió dos mil años y murió allí después de realizar muchos milagros, entre los que destaca la apertura de la hendidura de Tequendama.
Esta breve nota antropológica sobre Bochica (también conocido como Xue, el dios del sol) de los muiscas o chibchas de Colombia no aporta muchos detalles, pero ofrece un sorprendente paralelismo con Tunupa y Viracocha. Esta fuente, de Fray Pedro Simón, fraile franciscano español del siglo XV y cronista de los pueblos indígenas de la actual Colombia y Venezuela, presenta una fuente aparentemente fiable de información temprana:
Según las leyendas chibchas, Bochica era un hombre con barba que vino del este. Enseñó a los chibchas primitivos normas éticas y morales y les dio un modelo para organizar sus estados, con un líder espiritual y otro secular. Bochica también enseñó al pueblo la agricultura, la metalurgia y otros oficios antes de marcharse a Occidente para vivir como asceta. Cuando los muiscas abandonaron las enseñanzas de Bochica y se entregaron a una vida de excesos, una inundación arrasó la Sabana de Bogotá, donde vivían. Al pedir ayuda a su héroe, Bochica regresó en un arco iris y, con un golpe de su bastón, creó el Salto del Tequendama, a través del cual las aguas de la inundación pudieron desaguar.
Avancemos hasta el reciente análisis de los estudiosos. Según John Holmes McDowell, autor de Dichos de los antepasados: La vida espiritual de los indios sibundoy, Bochica forma parte de un complejo más amplio de «héroes culturales» andinos:
El estudio de los sistemas religiosos precolombinos de los Andes, tal y como aparecen en los documentos etnohistóricos, permite hacerse una idea de la distribución general de los elementos clave de la cosmología del Valle de Sibundoy. El conocimiento de las creencias y prácticas religiosas en el norte de los Andes es escaso pero muy sugerente. El complejo de la cultura-héroe entre los Paez, Guambiano y otras naciones Chibchas del centro de Colombia, asociado con figuras como Guequiau (Castillo y Orozco 1877), Bochica (Simon 1953 y Triana 1951), y Juan Tama (Rappaport 1978), evidencia numerosos paralelos con los motivos del Valle Sibundoy.
En palabras más sencillas, McDowell parece decir que existe un «complejo de cultura-héroe» entre las naciones chibchas del centro de Colombia, en el que la figura de Bochica encuentra paralelos con otros mensajeros indígenas como Guequiau, Juan Tama del pueblo Páez y Wangetsmuna del Sibundoy. Este concepto encaja bien con el principio bahá’í de revelación progresiva, que el Guardián de la fe bahá’í, Shoghi Effendi, definió citando los escritos de Bahá’u’lláh:
…la verdad religiosa no es absoluta sino relativa, que la Revelación Divina es un proceso continuo y progresivo, que todas las grandes religiones del mundo son de origen divino, que sus principios básicos están en completa armonía, que sus objetivos y propósitos son uno y el mismo, que sus enseñanzas no son más que facetas de una sola verdad, que sus funciones son complementarias, que sólo difieren en los aspectos no esenciales de sus doctrinas, y que sus misiones representan etapas sucesivas en la evolución espiritual de la sociedad humana.
Que la memoria de Bochica, Viracocha y otros mensajeros indígenas de Dios, según sus respectivas tradiciones sagradas, se conserve hasta el día de hoy es notable, sobre todo si se tienen en cuenta las vastas extensiones de tiempo y los estragos de la colonización. No debe sorprendernos que estas venerables tradiciones sean un tanto fragmentarias y tal vez embellecidas míticamente.
¿Qué opina?
R: Hola Chris, buena pregunta y buena observación. Sí, es casi milagroso que incluso fragmentos de la memoria de estos grandes mensajeros indígenas de Dios, a los que los antropólogos de la vieja escuela se refieren a menudo como «héroes culturales» que trajeron códigos morales a sus respectivos pueblos, hayan persistido hasta nuestros días. Por tanto, no debería sorprendernos que muchos de estos relatos, que se basan en recuerdos lejanos mantenidos vivos por las tradiciones orales sagradas indígenas durante siglos, sean fragmentarios, y quizás también estén mezclados con otros elementos narrativos.
Cuando el conocimiento de la fe bahá’í llegó a zonas indígenas remotas, un tema persistente que surgió fue la expectativa de los pueblos de la llegada de un «Día del Cumplimiento», o el «Día de Dios». Uno de los signos omnipresentes de este esperado tiempo en que las profecías se harían realidad sería la reunión de los diversos y dispersos pueblos indígenas del hemisferio occidental.
Tal vez esta expectativa no pueda asociarse con ninguno de los innumerables santos que han caminado por estas tierras, pero todos ellos han utilizado analogías y metáforas similares al transmitir su guía divina de los pueblos indígenas de las antiguas Américas, que representan colectivamente la herencia espiritual original y el legado del hemisferio occidental.
Todos deberíamos honrar, reconocer y respetar esa profunda herencia espiritual.
Una analogía común, que se puede encontrar en todas las enseñanzas religiosas de antaño y en los escritos bahá’ís, es la «primavera divina». Muchos de los pueblos indígenas de América tienen sistemas de parentesco o clanes de inspiración divina, en los que todos están relacionados con los elementos de la naturaleza. Esos clanes suelen dividirse a su vez entre «clanes de la tierra» y «clanes del cielo», o de la tierra y el mar, o de criaturas tiernas y feroces. Estas dicotomías aparentes se resuelven dentro de cada individuo, ya que los padres de uno deben ser de clanes complementarios, por ejemplo, el clan del cielo se casa con el clan de la tierra, etc. Así que no solo cada individuo manifiesta la unidad de la creación, sino que cuando las familias extensas o el cuerpo de la tribu se reúnen, se convierten en un microcosmos de la totalidad de la creación.
A pesar de que este sistema lo engloba todo, parece que todas las Primeras Naciones Indígenas eran conscientes de que un signo de cumplimiento sería cuando las diversas tribus y naciones dispares y ampliamente separadas volvieran a tener un contacto amoroso y armonioso, y que, un día, colectivamente, podrían compartir y llevar sus entendimientos espirituales a una gran mesa de unidad en toda América y en todo el mundo.
Una de las iniciativas bahá’ís más notables de los años 70 y 80 fue el «Camino de la Luz», un gran intercambio entre los indígenas de Norteamérica y Sudamérica.
Ese movimiento se centró en la unidad espiritual, reconociendo a las diversas poblaciones indígenas de este hemisferio occidental como verdaderos cimientos de la unidad y la unicidad hemisférica, y como peldaño para la inevitabilidad de la reunión global de todos.
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