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Buscando la aceptación de Dios —no la aprobación de otras personas

Makeena Rivers | Jul 15, 2023

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Makeena Rivers | Jul 15, 2023

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Como criaturas sociales, naturalmente queremos encontrar un grupo de personas con las que podamos conectar para ser parte de algo más grande que nosotros mismos. Es fácil caer en la trampa de luchar por la aprobación de los demás. ¿Cómo podemos escapar de esta mentalidad dañina?

He aprendido que si no tengo cuidado y este impulso no se controla, puedo fácilmente ser arrastrada a ser complaciente con la gente.  Cuando me concentro demasiado en obtener la aprobación de los demás, empiezo a olvidarme de esforzarme por ser la persona más desinteresada, amable y cariñosa que pueda ser. Mis objetivos se vuelven muy dispersos porque cada quién tiene diferentes ideas de quién debo ser, y esas ideas a veces provienen de normas culturales problemáticas.

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No es que deje de lado completamente cualquier intento de ser una buena persona, pero me concentro menos en buscar la aprobación de Dios, así que mis intenciones se desvían. Podría ser amable con los demás porque espero que me reafirmen que soy una buena persona en lugar de ser amable sólo por amor al servicio. Los actos generosos se convierten fácilmente en indicadores de una relación transaccional. He visto a amigos que se esfuerzan por dar sin tomar nota mental de lo que la otra persona les debe a cambio.

La aceptación de una persona no debería ser el indicador del valor de otra. En mi propio viaje para alejarme de buscar la aprobación de los demás, he recurrido a textos espirituales para encontrar orientación sobre dónde debo enfocar mis objetivos.

En lugar de definir mi excelencia por los estándares de otras personas, Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, escribió que deberíamos volvernos hacia Dios:

Es de hecho aceptable, oh mi Dios, quien haya vuelto su rostro hacia Ti, y es verdaderamente desposeído, aquel que haya descuidado el recuerdo de Ti en Tus días.

Cuando amamos a la gente por sí misma, dicen los escritos bahá’ís que nuestro amor «tiene su origen en las circunstancias accidentales de la vida» y que puede cambiar, dando lugar a sentimientos negativos. Las condiciones accidentales de la vida pueden verse como amar a alguien por las tradiciones familiares comunes que comparten o las cosas que disfrutan haciendo para divertirse juntos. Abdu’l-Bahá, el hijo de Bahá’u’lláh y su sucesor designado, sugirió que cultiváramos un profundo amor basado en el amor de Dios. En una charla que dio en Chicago en 1912, dijo:

Amad a las criaturas por amor a Dios y no por sí mismas. Jamás estaréis enojados o impacientes si los amáis por amor a Dios. La humanidad no es perfecta. Existen imperfecciones en cada ser humano; seréis siempre desdichados si miráis a la gente. Pero si miráis a Dios, los amareis y seréis amables con ellos, porque el mundo de Dios es el mundo de la perfección y de la completa merced.

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Este pasaje me recuerda que debo basar mi amor por la gente en las cualidades divinas que veo en ellos. Prestar atención a la forma en que una persona actúa independientemente de si le agrado o no, desprenderme de la idea de que necesito agradar a los demás, y reafirmar mi valor como persona son herramientas que han sido útiles para redirigir mi atención desde la simpatía hacia la visión de lo divino dentro de los demás.

No es la aprobación de los demás lo que debería buscar, sino la de Dios. Recordarme a mí misma sobre esto me empuja fuera de la mentalidad de tratar a los demás con amor por razones irrelevantes y me reorienta para tratarlos bien por el amor de Dios. Cuando estoy menos enfocada en ganar alguna forma de aprobación de los demás soy más capaz de ver y amarme a mí misma por lo que soy. También soy más capaz de ver y amar a los demás por lo que son en su totalidad.

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