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Causas de diferencia y división: nosotros y ellos

Deborah Clark Vance | Oct 26, 2021

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Deborah Clark Vance | Oct 26, 2021

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En la década de 1890, los hermanos Lumiere viajaron por todo el mundo con sus primeros equipos cinematográficos, captando breves imágenes de personas en países lejanos.

En el continente americano y en Europa occidental se abrían salas de cine, donde los espectadores quedaban embelesados viendo esas películas de un minuto de duración. Cuando veían estas primeras «secuencias en movimiento», veían un barco viajando por el Nilo hacia El Cairo, escenas en las calles de Jerusalén, Japón y la Indochina francesa, o a dos hombres participando en una danza africana con cuchillos. Pudieron ver el contraste de la ropa, los vehículos y los comportamientos extraños de los «lugares más exóticos», y las similitudes entre ellos y la gente en las escenas cotidianas de las ciudades de Europa occidental y Estados Unidos.

En muchos sentidos, esos marcados contrastes comenzaron a definir la conciencia de la era moderna.

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Encontrando nuestras similitudes

Uno de los primeros pasos en el pensamiento lógico que aprendemos de niños es clasificar las cosas que son similares de las que son diferentes, aprendiendo así a encontrar similitudes y diferencias.

Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, sugiere que este pensamiento básico puede haber sido enseñado por primera vez por los mensajeros de Dios. Señaló que la humanidad ha pasado por múltiples etapas de comprensión intelectual y espiritual con la ayuda de las revelaciones religiosas en sus épocas, afirmando: «Pues de no ser por esas Luces refulgentes que brillan desde el horizonte de Su Esencia, las gentes no distinguirían su diestra de su siniestra».

La gente de todas las épocas rechaza a los mensajeros de Dios durante su vida, y sus motivos para hacerlo son nuestra herencia. Bahá’u’lláh escribió: «Aquello que en días pasados fue la causa del rechazo y oposición de esos hombres, ahora ha ocasionado la perversidad de la gente de esta época».

Al mirar hacia atrás en la historia, me llama la atención que cuando una religión llega a ser dominada por el clero, los que aceptan esa Fe pueden empezar a creer en la idea de que tienen el monopolio permanente de la verdad. Mientras me pregunto qué consideraría Bahá’u’lláh como perversidad humana, me parece que la tendencia a percibir a ciertos grupos como superiores a otros encabezaría la lista.

La humanidad es una sola

Aparentemente, necesitamos aprender la lección de que la humanidad es una, y desaprender la antigua tendencia de percibir diferencias entre los humanos. Cuando observamos el comportamiento de los animales, podemos ver que los conejos son gentiles y los lobos son agresivos. Podemos distinguirlos porque sabemos cómo son, lo que significa que podemos predecir cómo se comportarán cuando nos acerquemos a ellos. Los animales obedecen a sus instintos, lo que los convierte en «sistemas cerrados», y no tienen más remedio que comportarse según las pautas de comportamiento arraigadas en su especie.

Pero este no es el caso de los humanos, quienes tienen libre albedrío para tomar decisiones individuales y colectivas. Como seres espirituales, no estamos limitados por la naturaleza, sino que tenemos libertad de elección en nuestro comportamiento. Por tanto, somos «sistemas abiertos» impredecibles, lo que puede hacer que nos asustemos unos a otros. El público urbano norteamericano y europeo que vio las primeras películas de los hermanos Lumiere pudo pensar: «esa gente no es como nosotros» al ver comportamientos desconocidos que pueden haberles sorprendido o incluso asustado.

Muchas personas solían ser incapaces de comprender algunas de estas verdades. Sin embargo, Bahá’u’lláh dijo que la humanidad está alcanzando la etapa de madurez, y que ahora puede comprender y manejar las enseñanzas espirituales y sociales más avanzadas a las que Jesús aludió cuando dijo: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa».

En una de sus charlas en París, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, Abdu’l-Bahá, dijo:

Desde el comienzo de la historia humana hasta el momento presente, las diferentes religiones del mundo se han anatematizado y acusado de falsedad las unas a las otras… Por tanto, se han apartado las unas de las otras muy rígidamente, empleando la animosidad y el rencor mutuos. Considerad el registro de las guerras religiosas… Por ejemplo, los cristianos y los musulmanes consideraban satánicos y enemigos de Dios a los judíos. Por tanto, los insultaban y perseguían. Gran número de judíos fueron muertos, sus hogares saqueados y quemados y sus hijos llevados en cautiverio. Los judíos a su vez consideran a los cristianos como infieles y a los musulmanes como enemigos y destructores de la ley de Moisés. Por tanto claman venganza sobre ellos y los maldicen incluso hasta el presente.

En cambio, las enseñanzas de Bahá’u’lláh dicen que todos somos seres espirituales que procedemos del mismo Dios.

Nuestras diferencias percibidas se derivan del hecho de que cada uno de nosotros ha crecido en culturas entre otras personas que comparten supuestos similares. Cuando somos niños, aprendemos la visión del mundo de nuestros padres, y llega a parecernos «natural». Seguimos construyendo nuestra identidad social interactuando con otros en nuestra cultura compartida que, junto con una historia compartida, sigue ayudándonos a formar, mantener y modificar nuestra identidad de grupo. Nuestras suposiciones sobre la realidad permanecen sin examinar y sin cuestionar a menos que sean desafiadas por un encuentro con un «otro», es decir, con alguien que percibimos como diferente. Abdu’l-Bahá dijo:

Cuando la luz de Bahá’u’lláh asomó en el Este, Él proclamó la promesa de la unidad de la humanidad. Se dirigió a toda la humanidad, diciendo: “Sois todos frutos de un solo árbol. No hay dos árboles; un árbol de la merced divina y otro de Satán” … Por tanto, debemos emplear mutuamente el máximo amor. Debemos ser amorosos con todos los pueblos del mundo. No debemos considerar a ningún pueblo como el pueblo de Satán, sino saber y reconocer a todos como siervos del único Dios. En suma: algunos no saben, deben ser guiados e instruidos.

La fe bahá’í nos insta a observar nuestra unidad espiritual y a considerar las diferencias materiales, como la apariencia, la cultura, el comportamiento e incluso las creencias, como adornos y no como algo fundamental.

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Para ello, el principio bahá’í de la investigación independiente de la verdad nos insta a todos a examinar nuestros valores y creencias y a determinar qué es esencial en nosotros mismos y qué es relativo. Para sentirnos conectados con quienes percibimos como diferentes, debemos aumentar la conciencia de nuestros propios supuestos culturales, así como la conciencia de que los demás también tienen una cultura.

Con todo esto, somos libres de decidir si no nos gustan algunas partes de nuestra propia cultura, y de encontrar los elementos positivos de otras culturas que queramos emular, construyendo así un repertorio de estrategias conscientes. El hecho de que podamos controlar esos pensamientos indica que no estamos limitados por nuestra cultura, sino que tenemos control sobre la cantidad de cooperación que deseamos extender a nuestros semejantes. Cuando esa cooperación está impulsada por la conciencia de nuestra humanidad común, el resultado es el amor por cada miembro de la familia humana.

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