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Celebrando a Abdul-Bahá y observando su ascensión

Susan Gammage | Nov 21, 2021

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Susan Gammage | Nov 21, 2021

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Los bahá’ís de todo el mundo conmemorarán pronto el centenario del fallecimiento de Abdu’l-Bahá, hijo del fundador de la Fe bahá’í y ejemplo perfecto de las enseñanzas de Bahá’u’lláh.

Su nombre de nacimiento fue Abbas Effendi, pero él eligió el nombre de Abdu’l-Bahá, que significa «siervo de la gloria». Cuando adoptó su nuevo nombre, explicó:

Mi nombre es Abdu’l-Bahá. Mi calificación es Abdu’l-Bahá. Mi realidad es Abdu’l-Bahá. Mi alabanza es Abdu’l-Bahá. El trono a la Bendita Perfección [Bahá’u’lláh] es mi gloriosa y refulgente diadema, y la servidumbre a toda la raza humana mi religión perpetua … Ningún nombre, ningún título, ninguna mención, ningún elogio he tenido, ni tendré jamás, excepto Abdu’l-Bahá. Este es mi anhelo. Este es mi mayor anhelo. Esta es mi vida eterna. Esta es mi gloria eterna. – [Traducción provisional por Oriana Vento]

Abdu’l-Bahá entendió el servicio a la humanidad como la estación más alta de cualquier ser humano. Él enseñó:

Sabed que nada os beneficiará en esta vida salvo la súplica y la invocación a Dios, el servicio en Su viñedo y, con un corazón lleno de amor, estar en constante servidumbre a Él. – [Traducción provisional]

Convertirse en bahá’í significa seguir el ejemplo de Abdu’l-Bahá de servicio desinteresado a la humanidad, y he tratado, como todo bahá’í, de desarrollar las cualidades espirituales internas que él mostró tan resplandecientemente.

Incluso mientras Abdu’l-Bahá estaba confinado en la cárcel, cada viernes un centenar de pobres y enfermos de muchos credos se reunían para esperar su caridad. Abdu’l-Bahá daba a cada persona una moneda, una palabra amable y un toque gentil. Los conocía a todos y les preguntaba por sus familias. Visitaba a los enfermos en sus casas. Como no había hospitales, a menudo cuidaba a los enfermos y moribundos con sus propias manos. Cuando no podía, pagaba a un médico para que atendiera a los más pobres.

Abdu’l-Bahá vivía de forma muy sencilla. Llevaba ropa barata, y si recibía un regalo de ropa cara, lo regalaba. Esto frustraba a su familia, pero él solo respondía: «¿Cómo podría ser feliz teniendo dos abrigos, sabiendo que hay quienes no tienen ninguno?».

Abdu’l-Bahá anticipó que la llegada de la Primera Guerra Mundial provocaría escasez de alimentos, y animó a los agricultores a cultivar más grano en las tierras de su propiedad. Parte de la cosecha se escondió en antiguos pozos de almacenamiento romanos para que el ejército turco no la confiscara. Cuando los bloqueos navales impidieron que los alimentos llegaran a Haifa, distribuyó el grano a todo el mundo, independientemente de su religión o nacionalidad, salvando a miles de personas que habrían muerto de hambre.

Cuando la guerra terminó, los británicos reconocieron rápidamente los logros de Abdu’l-Bahá y quisieron nombrarlo caballero como «Sir Abdu’l-Bahá Abbas, Caballero del Imperio Británico» en una ceremonia celebrada en Haifa especialmente para él. Aunque no le impresionaban los honores mundanos ni las ceremonias, consintió en aceptar el título de caballero, para que los peregrinos de Oriente y Occidente pudieran venir a Tierra Santa con facilidad y seguridad y para aumentar el reconocimiento de la Fe bahá’í. 

Cuando viajó a Occidente en 1912, rechazó todas las donaciones, aconsejando a quienes se las ofrecían que distribuyeran sus fondos entre los pobres. Sus admiradores estadounidenses le enviaron miles de dólares para conseguir un billete en el Titanic y le rogaron que viajara en la mayor opulencia, pero él declinó y donó el dinero a la caridad, realizando el viaje en cambio en un modesto barco de vapor.

Los servicios que prestó no solo se ofrecieron a la comunidad bahá’í, sino también a los habitantes de Akka y Haifa en general.

A la edad de 78 años, Abdu’l-Bahá falleció alrededor de la 1:00 de la madrugada del lunes 28 de noviembre. (Este año, los bahá’ís conmemorarán la Ascensión de Abdu’l-Bahá en las primeras horas de la mañana del 27 de noviembre, debido a las variaciones en la conversión de la fecha lunar al calendario bahá’í).

Por la mañana, cuando se anunció su fallecimiento, la noticia se extendió rápidamente por toda la zona, causando una conmoción y un tumulto sin precedentes, y llenando los corazones de un dolor indecible.

El funeral de Abdu’l-Bahá desencadenó una expresión unida de pesar y respeto, como nunca se había visto en Tierra Santa. A las siete de la mañana del martes, ya había soldados alineados a ambos lados de la calle. Se vio a un soldado árabe que hacía guardia, apoyado en su arma con lágrimas en el rostro.

Durante el cortejo fúnebre, la larga fila de dolientes, entre los sollozos y gemidos de muchos corazones afligidos, recorrió su lento camino por las laderas del Monte Carmelo hasta el Santuario del Bab. El cortejo estaba encabezado por una guardia de honor formada por el cuerpo de policía de la ciudad, seguido por los Boy Scouts de las comunidades musulmana y cristiana que sostenían sus estandartes, una compañía de coristas musulmanes que entonaban sus versos del Corán, los jefes de la comunidad musulmana encabezados por el muftí, un número de sacerdotes cristianos latinos, griegos y anglicanos, todos ellos precediendo su sagrado féretro, levantado sobre los hombros de sus seres queridos. Inmediatamente detrás venían los miembros de su familia, y junto a ellos caminaban el Alto Comisionado británico, el Gobernador de Jerusalén y el Gobernador de Fenicia.

En total, participaron unas diez mil personas, más de una cuarta parte de la población de la ciudad. La multitud incluía a los jefes de varias comunidades religiosas, los líderes de Palestina, judíos, cristianos, musulmanes, drusos, egipcios, griegos, turcos, kurdos, y una gran cantidad de amigos americanos, europeos y nativos de Abdu’l-Bahá, hombres, mujeres y niños, de todas las clases y culturas, todos afligidos por una gran pérdida -gente de todas las religiones, razas y colores unidos de corazón por el trabajo humanitario de toda la vida de Abdu’l-Bahá.

Nueve oradores, en representación de las confesiones musulmana, judía y cristiana, y el muftí de Haifa, alzaron sus voces en elogio y dolor, rindiendo su último homenaje de despedida a quien tanto respetaron y amaron. Tan unidos estaban en sus elogios hacia él, que parecía que no había nada más que los bahá’ís pudieran decir.

Ese día, Abdu’l-Bahá fue enterrado en una bóveda bajo la sala norte del Santuario del Bab. Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, indicó que este sería un arreglo temporal, y que en el momento apropiado se erigiría un santuario de acuerdo con los deseos de Abdu’l-Bahá, quien le había dicho a uno de los primeros creyentes que deseaba ser enterrado bajo las arenas entre Haifa y Akka, por donde caminarían los pies de los peregrinos a los santuarios bahá’ís. Un mensaje de 2019 de la Casa Universal de Justicia, el órgano de liderazgo global democráticamente elegido de los bahá’ís del mundo, galvanizó al mundo bahá’í cuando indicó que «ha llegado el momento» de erigir el santuario de Abdu’l-Bahá. Desde entonces, los bahá’ís de todo el mundo han contribuido con alegría a un fondo dedicado a la construcción del santuario que, en palabras del arquitecto, será nuevo y único, y a diferencia de cualquier otro edificio, albergará para siempre el lugar de descanso físico de Abdu’l-Bahá.

El legado de servicio de Abdu’l-Bahá y su perfecto ejemplo de cómo poner en práctica los ideales bahá’ís de paz, amor y unidad, me han conmovido profundamente. Estoy deseando ir a mi peregrinaje bahá’í dentro de un año, para orar en este lugar sagrado, para que mi vida se alinee más estrechamente con el plan de Bahá’u’lláh para el despliegue de la Más Grande Paz. Es un año maravilloso para estar vivo, ¡y estoy agradecida! 

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