Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La magnitud de nuestro poder espiritual reside en lo que hacemos, no en lo que decimos. Las enseñanzas bahá’ís piden a todos que manifestemos las enseñanzas y los poderes de Dios en nuestra conducta diaria, no solo en nuestras palabras.
Las palabras y los hechos deben ir de la mano. Mucha gente defiende ideales nobles pero no los cumple. Casi todo el mundo dice estar a favor del bien y en contra del mal, pero muchos no cumplen sus palabras, como señalan las enseñanzas bahá’ís:
Que la veracidad y la cortesía sean vuestro adorno. No permitáis ser privados del manto de paciencia y justicia, para que las deleitables fragancias de la santidad sean exhaladas desde vuestros corazones sobre todas las cosas creadas. Di: Cuidado… no sea que andéis por los caminos de aquellos cuyas palabras difieren de sus hechos. Esforzaos para que seáis capacitados para manifestar a los pueblos de la tierra los signos de Dios y reflejar Sus mandamientos. Que vuestros hechos sean una guía para toda la humanidad, pues lo que profesa la mayoría de los hombres, sean de distinguida o de baja condición, difiere de su conducta. Es por vuestros actos que podéis distinguiros de los demás. Por ellos puede ser derramado sobre toda la tierra el brillo de vuestra luz.
Algunas personas dicen lo que las hará parecer puras y nobles, pero en su interior están motivadas por intereses y pasiones egoístas. Solo se preocupan por sí mismos y no por el bienestar de los demás. Dicen una cosa pero hacen otra. Sus palabras pueden ser nobles y edificantes, pero sus actos son vergonzosos y degradantes. El mundo y las personas que lo habitan sufren por su deshonestidad e hipocresía y muchos son engañados por sus mentiras, falsas promesas y afirmaciones vacías.
Nadie es inmune, incluidos los bahá’ís. Todos tenemos un ego, una naturaleza inferior, un yo en la sombra, y todos tenemos batallas espirituales que luchar.
Sin embargo, a medida que estemos más informados y seamos más conscientes, comprenderemos cada vez mejor la confusión, el daño y la desconfianza que causa esta hipocresía, pero hasta que no quitemos los velos de nuestra ignorancia y prejuicios, con los que a menudo juega esta gente interesada, nuestro mundo seguirá sufriendo. Cuando nuestros cuerpos mueran, prometen las sagradas escrituras de todos los credos, todos podremos ver con claridad lo que puede haber permanecido velado aquí, en esta «primera vida». Aquellos que actuaron de forma malvada y dañina saborearán lo que sus manos han forjado en este plano, y aquellos que actuaron de forma buena experimentarán tal gozo y placer que nadie puede relatar. Bahá’u’lláh escribió:
Los misterios de la muerte física del hombre y de su retorno no han sido divulgados, y aún permanecen sin ser leídos. ¡Por la rectitud de Dios! Si fuesen revelados, evocarían tal miedo y tristeza que algunos perecerían, mientras que otros se llenarían tanto de alegría que ansiarían la muerte e implorarían, con anhelo incesante, al único Dios verdadero –ensalzada sea Su gloria– que apresurase su fin.
La muerte ofrece a todo creyente seguro la copa que es, en verdad, la vida. Confiere regocijo y es portadora de alegría. Concede el don de la vida eterna.
No solo nos daremos cuenta de las cosas buenas que hemos hecho, sino también de las que no hemos hecho. En presencia del Creador, daremos cuenta de nuestras vidas y actos aquí, que serán la causa de nuestra alegría o tristeza allí, y como la vida solo avanza, no podremos volver atrás y cambiar nada. Cada uno de nosotros tendrá que vivir con la realidad que creó aquí en su vida futura.
El mundo físico no es más que una contraparte o una sombra de los mundos espirituales que todo lo abarcan. Las leyes que operan en uno también operan en el otro. Podemos obtener algunas ideas estudiando sus análogos espirituales en la naturaleza. También podemos aprender mucho de los escritos bahá’ís, que hacen una comparación entre este mundo y el otro y el mundo del vientre materno: «El otro mundo es tan diferente de este mundo como lo es éste del mundo de la criatura mientras está en el vientre de la madre».
En muchos sentidos, nuestro desarrollo embrionario en el mundo del vientre refleja el desarrollo de nuestras almas en el vientre de este mundo. En un discurso que pronunció en la ciudad de Nueva York en 1912, Abdu’l-Bahá explicó:
Al comienzo de su existencia humana el hombre era un embrión en el mundo de la matriz. Allí recibió la capacidad y las dotes para enfrentar la realidad de la existencia. Las fuerzas y poderes necesarios para este mundo le fueron proporcionados en esa limitada condición. En este mundo él necesitaba ojos; los recibió potencialmente en el otro. Necesitaba oídos; los obtuvo allí listos y preparados para su nueva existencia. Los poderes necesarios para este mundo le fueron conferidos en el mundo de la matriz para que cuando entrara en este reino de la existencia real no sólo poseyera todas las funciones y poderes necesarios, sino que también encontrara las provisiones para su sustento material.
Por lo tanto, él debe prepararse en este mundo para la vida en el más allá. Todo aquello que necesita en el mundo del Reino lo debe obtener aquí. Así como se preparó en el mundo de la matriz adquiriendo las fuerzas necesarias para esta esfera de la existencia, del mismo modo las fuerzas necesarias de la existencia divina deben ser potencialmente obtenidas en este mundo.
Aunque el mundo del vientre materno es un mundo aparte, está contenido dentro de este mundo y forma parte de él, al igual que este mundo está dentro de un mundo espiritual mayor. Cuando estábamos en el vientre de nuestra madre, también estábamos en este mundo, aunque no teníamos forma de saberlo. También formábamos parte de este mundo mayor, pero nuestra realidad en el vientre materno era muy diferente y nos mantenía ajenos a él.
Al igual que la delgada pared de tejido que nos impide experimentar este mundo físico mientras estamos en el vientre de nuestra madre, nuestras almas que operan a través de la carne de nuestros cuerpos en este mundo también nos impiden ver la realidad del mundo espiritual. Solo un fino velo nos impide darnos cuenta de ese reino celestial, aunque ya estemos en él. Ambos velos se quitan cuando salimos de esta etapa limitada de nuestra existencia y entramos en la siguiente, más expansiva. Pero aplicándonos a nuestro propio crecimiento espiritual, podemos hacer que ese velo sea cada vez más transparente, lo que nos permitirá ver la verdadera realidad de nuestra existencia eterna.
Hay una gran sabiduría, proclaman las enseñanzas bahá’ís, en nuestra falta de comprensión sobre lo que revelará nuestra próxima etapa de existencia:
Si se dijera a alguien lo que ha sido ordenado para tal alma en los mundos de Dios, el Señor del trono de lo alto y de aquí en la tierra, todo su ser se inflamaría instantáneamente en su gran anhelo por alcanzar aquella exaltadísima, santificada y resplandeciente estación (…) La naturaleza del alma después de la muerte nunca podrá ser descrita, ni es conveniente ni permisible revelar todo su carácter a los ojos de los hombres.
Por ejemplo, el mundo del útero era un mundo oscuro y estrecho, sin aire ni capacidad para vivir por nosotros mismos. Nos envolvían en un saco caliente que flotaba en líquido amniótico y nos implantaban en la pared del útero. Nuestro propósito allí era desarrollar nuestros cuerpos para que pudieran funcionar en este mundo de luz, aire y libertad y capacidad para utilizar de forma independiente todas las facultades que desarrollamos en el útero. Del mismo modo, nuestras almas embrionarias tienen que desarrollarse a través del vientre relativamente oscuro y estrecho de este mundo utilizando nuestros cuerpos materiales para preparar nuestras almas para nacer en un mundo de luz espiritual, libertad y plenitud.
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Vivimos en el vientre de nuestra madre por un tiempo y con un propósito limitados. Cuando nuestros cuerpos han desarrollado todas las capacidades que necesitan para entrar en la siguiente etapa de su desarrollo físico, mueren de ese mundo y entran en éste. Si no muriéramos de aquel mundo para nacer en éste, nuestra existencia allí no habría tenido sentido ni propósito. Nuestro único papel allí consiste en desarrollar las facultades que podríamos utilizar aquí, que no tenían ningún valor ni utilidad en aquel mundo.
Del mismo modo, habitamos este mundo por un tiempo y con un propósito limitados. Solo podemos crecer hasta cierto punto en este mundo hasta que estemos preparados para la siguiente etapa de nuestro crecimiento espiritual. Al igual que el embrión se vuelve progresivamente más capaz de manifestar los atributos físicos que serán esenciales para su funcionamiento aquí, la capacidad de nuestras almas para manifestar cualidades espirituales en este mundo también aumenta a medida que envejecemos. Todos los órganos y sentidos que desarrollamos en el vientre materno silo pueden utilizarse en este mundo; del mismo modo, las capacidades de nuestra alma solo pueden encontrar su plena expresión en el otro mundo.
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