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Las opiniones y puntos de vista expresados en este artículo pertenecen al autor únicamente, y no necesariamente reflejan la opinión de BahaiTeachings.org o de alguna institución de la Fe Bahá'í. El sitio web oficial de la Fe Bahá’í es Bahai.org y el sitio web oficial de los bahá’ís de los Estados Unidos es Bahai.us.
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¿Cómo cultivar empatía en los niños a través de la experiencia?

Rachelle Mohajer | Sep 19, 2018

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Rachelle Mohajer | Sep 19, 2018

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Mis hermanos y yo tuvimos una infancia multicultural y poco ortodoxa: nuestra inusual educación definitivamente estaba fuera de lo convencional.

Nacimos en la India, siendo hijos de una madre australiana y un padre iraní. Para darles una idea de cómo fue nuestra crianza, esta cita de las enseñanzas bahá’ís era una de las preferidas de mi padre, especialmente la parte que habla sobre acostumbrar a los hijos a las dificultades:

“Los niños son el tesoro más precioso que puede poseer una comunidad, pues en ellos reside la promesa y garantía del futuro. Portan la semilla del carácter de la sociedad futura, semilla que en gran parte deriva su molde de lo que los adultos que constituyen la comunidad hacen o dejan de hacer con respecto a ellos. Son un fideicomiso que ninguna comunidad puede descuidar con impunidad. Un amor omnímodo hacia los niños, la forma de tratarlos, la calidad de la atención que se les dispense, el espíritu de la conducta adulta hacia ellos—todos estos se cuentan entre los aspectos vitales que reclama esa actitud. El amor exige disciplina, el valor de acostumbrar a los niños a las dificultades, a no dar rienda suelta a sus caprichos, a no dejarlos enteramente a su albur. Debe mantenerse una atmósfera en la que los niños sientan que pertenecen a una comunidad y comparten su propósito”. – La Casa Universal de Justicia, mensaje de abril del 2000.

Puede que estés pensando que tuvimos una infancia muy difícil, o que tuvimos que esforzarnos mucho durante nuestra niñez, pero eso no es lo que quiso decir mi padre cuando decía que quería acostumbrarnos a las dificultades. Tuvimos una vida relativamente cómoda y tuvimos la mayoría de las cosas que deseábamos, pero nuestro padre quería que viéramos cómo era el otro extremo de la vida, e India era uno de los mejores lugares para hacerlo.

Crecimos presenciando de primera mano la pobreza extrema en la que vivían algunas personas, en contraste con la decadencia de los sectores ricos, la clase alta de la sociedad, y no solo lo presenciamos, sino que lo hemos experimentado. Pasamos mucho tiempo en las aldeas locales, donando ropa y todos nuestros juguetes (excepto uno) a los menos afortunados cada año, y nunca nos hicieron sentir privilegiados o mejores que cualquier otra persona. Viajamos en tren sentados en el piso sobre periódicos de papel, a veces amontonados en los vagones de los trenes locales en Mumbai, y nos dimos cuenta de que miles de personas viajaban así todos los días. Fue una experiencia de humildad.

Raramente comíamos fuera de casa, a menos que fuera un evento familiar, y generalmente comíamos sencilla comida hogareña. Desde pequeños nos enseñaron a no desperdiciar y a solo tomar lo que pudiéramos terminar. De vez en cuando acompañaba a mi madre a visitar a las personas más pobres, que vivían en refugios improvisados, donde ella les enseñaba sobre la salud y brindaba educación en lectoescritura a mujeres jóvenes.

Entonces, ¿cómo nos ayudó el ser testigos de todas estas dificultades? Por un lado, cultivó un profundo sentido de gratitud dentro de nosotros. A menudo escuchamos sobre personas pobres que no tienen nada, pero aun así son mucho más felices que muchas personas ricas que poseen todo lo que necesitan. Esta era una cruda realidad en India. La gente era agradecida por las cosas más pequeñas, como la electricidad, o que un amigo las visite, o cuando alguien les mostraba un poco de amabilidad. La gente hacía todo lo posible para ayudarse unos a otros. Recuerdo innumerables momentos en que, personas que no tenían absolutamente nada, nos daban todo lo que tenían: un agricultor de mango que conocía a mi padre y tenía ocho hijos propios para alimentar nos traía un saco de mangos cada verano; las personas que vivían en barrios muy pobres, nos ofrecían té y bocadillos a mi madre y a mí cuando los visitábamos, a pesar de nuestra resistencia, incluso cuando ellos mismos no podían permitirse más que una sola comida cada día.

Los escritos Bahá’ís dicen:

Los niños son como una rama fresca y tierna; crecen de la manera que se les eduque. Poned el mayor cuidado en darles elevados ideales y metas, para que cuando lleguen a la mayoría de edad, como cirios brillantes, difundan sus rayos sobre el mundo y no sean manchados por la lujuria y la pasión a la manera de los animales, descuidados e inconscientes, sino que dirijan sus corazones hacia el logro del honor eterno y la adquisición de todas las excelencias de la humanidad. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, p. 103.

Es así que he experimentado a través de mi educación y mis propias interacciones con niños que el «amor duro» no significa ser cruel con un niño o negarles sus necesidades básicas. Significa que tenemos el coraje de llevarlos más allá de sus zonas de confort, para ayudarlos a comprender la difícil situación de los menos afortunados, y no solo para entenderlo sino para experimentarlo de primera mano.
Los niños necesitan saber cómo es ser privado de las cosas que quieren, experimentar cómo las personas viven sus vidas sin las comodidades básicas que damos por sentadas, y aprender que los problemas de los demás a menudo son mucho más grandes que los nuestros cuando cultivamos la compasión y el mirar más allá de nosotros mismos para comprender la realidad de otra persona.

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