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¿Puede cambiar tu personalidad?

Radiance Talley | Abr 22, 2021

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Radiance Talley | Abr 22, 2021

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¿Son nuestras personalidades inherentes y permanentes? ¿O son rasgos aprendidos y adquiridos que siempre están sujetos a cambios?

Merriam Webster define la personalidad como «la totalidad de las características conductuales y emocionales de un individuo». Antes de conocer los estilos sociales y los tipos de personalidad, me resultaba difícil entender por qué la gente se comportaba como lo hacía. Solía preguntarme por qué algunas personas parecían más frías y menos empáticas y por qué otras parecían mandonas y se apresuraban a decirme lo que tenía que hacer, en lugar de preguntarme qué me gustaría hacer.

A su vez, algunas de esas personas probablemente pensaban que yo era demasiado sensible y deseaban que fuera más asertiva. Pero luego me di cuenta de que adoptamos las personalidades que necesitamos para sobrevivir en este mundo.

¿Cómo se forman las personalidades?

Aunque tenemos una «variedad de cualidades heredadas» que son genéticas y provienen «de la fuerza y la debilidad de la constitución», como explicó Abdu’l-Bahá, una de las figuras centrales de la fe bahá’í, también adquirimos características que a menudo se forman y desarrollan a partir de nuestras experiencias en la primera infancia.

En el libro «Star of the West», Abdu’l-Bahá dijo que «adquirimos la personalidad a través del proceso educativo». Nuestra «personalidad no tiene ningún elemento de permanencia, es una cualidad cambiante, modificable en el ser humano que puede cambiar en cualquier dirección» para bien o para mal. [Traducción provisional por Oriana Vento].

Según la revista «Psychological Review» de la Asociación Americana de Psicología, todos nacemos con tres necesidades psicológicas básicas: «la necesidad de predecir nuestro mundo, la necesidad de crear competencia para actuar en nuestro mundo y, como somos seres sociales, la necesidad de aceptación por parte de los demás». La psicóloga Carol Dweck explicó que, de pequeños, empezamos a formar creencias sobre si el mundo es «bueno o malo, seguro o peligroso», y a preguntarnos: «¿Puedo actuar en mi mundo para satisfacer mis necesidades?».

Recuerdo que cuando era pequeña, solía ser muy simpática, sociable, un poco boba y extrovertida. Pero cuando me acercaba a diferentes compañeros de mi escuela primaria para comer o jugar en el recreo, experimentaba repetidamente el rechazo y la exclusión. Me causaba tanto estrés que empecé a ser sonámbula cuando tenía unos 6 o 7 años, y el sonambulismo no cesó sino hasta que llegaron las vacaciones de verano.

Cuando mi gregarismo se encontró repetidamente con la hostilidad, aprendí inconscientemente que no podía estar a salvo de las cicatrices emocionales si seguía siendo extrovertida y amistosa. Así que dejé de intentar acercarme a gente nueva en el recreo y empecé a leer libros para pasar el tiempo. Me volví más retraída, reservada y callada. Desarrollé una ansiedad social que no pude resolver sino hasta una década después. Y a medida que mi personalidad cambiaba, mis aficiones también lo hacían. Cuando era extrovertida, participaba en actividades más extrovertidas que requerían que interactuara con otras personas, como el baile y la actuación. Pero cuando me volví más introvertida, aprendí a amar actividades más individuales como la lectura, la escritura y el dibujo, pasatiempos que todavía disfruto.

En una charla sobre la teoría del impacto, el Dr. Joe Dispenza explicó que «cuanto más fuerte es la reacción emocional que tienes ante alguna experiencia en tu vida, más atención prestas a la causa». Él dijo:

«Si permites que esa reacción emocional -se llama periodo refractario- dure horas o días, eso se llama estado de ánimo… Si mantienes esa misma reacción emocional durante semanas o meses, eso se llama temperamento… Y si mantienes esa misma reacción emocional durante años, eso se llama rasgo de personalidad».

Dijo que cuando la gente tiene un suceso traumático, «sigue recordando el suceso porque las emociones de las hormonas del estrés -las emociones de la supervivencia- están diciendo ’presta atención a lo que pasó porque vas a querer estar preparado si vuelve a ocurrir’. Resulta que la mayoría de las personas pasan el setenta por ciento de su vida viviendo en la supervivencia y viviendo en el estrés, por lo que siempre están anticipando el peor escenario basado en una experiencia pasada».

Curiosamente, los investigadores han descubierto que el neuroticismo y la introversión son los dos rasgos de personalidad más cambiantes. Ahora bien, aunque mi ansiedad fue una experiencia desagradable y tuve que superarla, he llegado a amar el hecho de ser introvertida, y estoy feliz de haber cambiado. Pero lo que mi experiencia -y esta investigación- muestra es que nuestro crecimiento personal y espiritual nunca se estanca. Siempre seremos capaces de adquirir y desarrollar, como dicen los escritos bahá’ís, las «características espirituales y las virtudes loables de la humanidad».

¿Cómo se puede cambiar la personalidad?

Shoghi Effendi, el Guardián de la fe bahá’í, escribió:

La persona tiene que valorar ella sola su carácter, consultar a su conciencia, analizar todos sus aspectos desde una actitud de oración, luchar valientemente contra la inercia natural que le agobia en sus esfuerzos por levantarse, desprenderse heroicamente y de manera irrevocable de los apegos triviales y superfluos que le retienen, vaciarse de cualquier pensamiento que tienda a obstruir su camino…

Explicó que en la medida en que estemos limpios de «impurezas, libres de estas preocupaciones mezquinas y ansiedades agobiantes, libres de estos prejuicios y antagonismos, vaciados de sí mismos, y llenos del poder sanador y sustentador de Dios, podremos combatir las fuerzas que se despliegan contra él» y servir a la humanidad. [Traducción provisional por Oriana Vento].

¿Cómo podemos librarnos de estas ansiedades y pensamientos inhibidores y soltar lo que nos impide adquirir las características espirituales que deseamos?

En una charla a la Sociedad Teosófica en Londres en 1912, Abdu’l-Bahá dijo:

El alcance de un objetivo está relacionado con el conocimiento, la voluntad y la acción. A menos que estas tres condiciones se hallen presentes no puede haber ejecución o consumación.

En primer lugar, tenemos que evaluar nuestra personalidad y saber qué cambios podríamos hacer y qué características podríamos mejorar. Luego, tenemos que tener la voluntad de obtener y desarrollar esas cualidades espirituales. Por último, tenemos que cumplir estos deseos a través de la acción.

Como explica Olga Khazan, escritora galardonada de The Atlantic y autora del libro «Weird: The Power of Being an Outsider in an Insider World», «para cambiar un rasgo hay que actuar de forma que se encarne ese rasgo, en lugar de simplemente pensar en él». En un estudio, las personas fueron capaces de volverse más extrovertidas o concienzudas en el transcurso de cuatro meses simplemente haciendo una lista de los aspectos que les gustaría cambiar y los pasos que darían para conseguirlo. Así, alguien que quisiera ser más extrovertido podría escribir: «Llamar a Andrés e invitarle a comer el martes». Después de suficientes almuerzos con Andrés (y presumiblemente también con otros), las personas se convirtieron en los extrovertidos que esperaban ser».

Esto hace que la frase «finge hasta que lo consigas» sea más bien acertada. Si nos comportamos como las personas que queremos ser, luego nos convertiremos en esas personas. Simplemente hay que imponerlo con la práctica. Así que, si alguna vez has deseado ser más cariñoso o amable o más asertivo, nada te lo impide. Somos capaces de obtener cualquier cualidad espiritual o rasgo de personalidad que deseemos. El cambio simplemente empieza por ti.

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