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Cómo descubrí la Fe bahá’í

Duane Troxel | Jul 7, 2022

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Duane Troxel | Jul 7, 2022

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Era 1963, y yo estaba en la Fuerza Naval sirviendo como oficinista (Yeoman) en la Oficina del Capitán a bordo del U.S.S. Hancock (CVA-19), un portaaviones que entonces estaba en dique seco en Hunter’s Point en San Francisco.

Llevaba la vida de un marinero típico, emborrachándome con mis compañeros y haciendo varias de las otras cosas que hacen los marineros en el puerto. Pero comencé a avergonzarme de la forma cómo vivía, así que conseguí una Biblia y la abrí al azar colocando mi dedo en una de las páginas para ver si encontraba alguna guía. Junto a mi dedo decía: «Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá».

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Mis compañeros de copas me vieron con la Biblia y empezaron a burlarse de mí, llamándome «Padre».

Cuando el barco salió del dique seco, zarpamos hacia Hawai. Una noche, frente a la costa de una de las islas, salí a cubierta. Una hermosa luna llena brillaba sobre las aguas del océano. Al no haber operaciones de vuelo en curso, tenía toda la pasarela solo para mí. No era muy dado a rezar, pero miré a la luna y dije sinceramente en voz alta: «Estoy buscando, estoy llamando». Me sentí como un tonto. La luna siguió brillando sobre mí y no pasó nada. ¿Qué creía yo que iba a pasar?

No fue hasta unos meses después que mi oración de medianoche cobraría un nuevo significado para mí.

Unos nueve días más tarde estábamos anclados en Pearl Harbor. El hombre a cargo de nuestra oficina me preguntó: «¿Te gustaría estar asignado a Hawái?», «¡Vaya! ¡Sí!» fue mi respuesta inmediata. Me dijo: «Bueno, me acaban de decir que se necesita un mecanógrafo en el Cuartel General de la Flota. Por supuesto, deben tener una autorización Top Secret, y tú tienes una autorización Top Secret». Me entregó un papel: «Si puedes empacar tu equipo y obtener la autorización en todos los lugares de esta lista de control en las próximas dos horas, podrás ir».

Poco después de llegar a Pearl Harbor conocí a un compañero de la Marina, Charles Shadrack White. Nos hicimos amigos, y finalmente Charles me invitó a ir a una reunión bahá’í. Le dije: «Eso suena a una especie de religión. No quiero tener nada que ver con una religión». Me dijo: «Miss Hawai’i estará en la reunión; te la presentaré, es amiga mía». ¡Eso fue suficiente para mí! ¡Miss Hawai’i! Vaya.

Acudí con Charles a ese evento del viernes por la noche: una introducción informal a la Fe bahá’í. Sin embargo, Miss Hawai’i no apareció. Y peor aún, me enzarcé en una discusión con el orador bahá’í, Maury Willows. Hice tantas preguntas que me paró y me dijo: «No sé en qué crees, en ’La Gran Petunia’ o en qué. Pero te diré esto; si vuelves a tu cuartel esta noche y te pones en un estado serio de oración y preguntas si lo que has oído es la verdad… tendrás tu respuesta».

Siendo el sabelotodo que era pensé: «Sí, haré eso y volveré aquí y te diré delante de todos que ¡NO PASÓ NADA!».

Me equivoqué. No mucho después de la reunión estaba de vuelta en las barracas con una habitación llena de chicos dormidos en sus literas. No podía decir mi oración en voz alta, así que pedí en silencio el vacío. Al instante me sentí transportado a través de velos de luz. Cada fibra de mi cuerpo vibraba de éxtasis. No vi a nadie, no oí a nadie, pero supe en mi corazón que esta «cosa bahá’í» era la verdad de Dios. Me quedé atónito al darme cuenta de ello.

Pero, aun así, mi mente escéptica me atormentaba. El orador había mencionado «libros sagrados» de varias religiones de las que yo no sabía nada: El Bhagavad Gita, el Zend Avesta, el Corán, etc. ¿Podrían estos libros hablar con la misma voz que encontré en la Biblia? Decidí averiguarlo.

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Así que fui a la Biblioteca Pública de Honolulu y leí las traducciones al inglés de estos libros. Una y otra vez me encontraba con frases que expresaban exactamente los mismos pensamientos y enseñanzas que encontraba en mi Biblia. Me di cuenta, poco a poco, de que, para mi asombro, todas las religiones proceden de la misma Fuente y proclaman el mismo mensaje esencial, como atestigua este pasaje del Libro de la Certeza de Bahá’u’lláh:

Los portadores del Depósito de Dios se ponen de manifiesto a los pueblos de la tierra como Exponentes de una nueva Causa y Reveladores de un nuevo Mensaje. Dado que todas esas Aves del Trono celestial son enviadas del cielo de la Voluntad de Dios, y como todas surgen para proclamar Su irresistible Fe, son por tanto consideradas como una sola alma y una misma persona. Pues todas beben del mismo Cáliz del Amor de Dios, y todas participan del fruto del mismo Árbol de la Unicidad…

Si observaras con ojo perspicaz, Los verías a todos habitando en el mismo tabernáculo, remontándose hacia el mismo cielo, sentados en el mismo trono, pronunciando las mismas palabras y proclamando la misma Fe.

¿Y ahora qué hago?

Después de mi propia investigación independiente de la verdad, decidí entrar de lleno y declararme bahá’í. A medida que leía los diversos libros de Bahá’u’lláh me iba confirmando más profundamente en mi nueva Fe. El 31 de octubre de 1963 me inscribí como bahá’í en el Centro Bahá’í de Honolulu.

La boda de Duane Troxel (1964)

Desde ese día he vivido y enseñado la Fe bahá’í a personas de África y Europa, he visitado 29 países, he enseñado en siete universidades de tres continentes, he sido bendecido con tres hijos extraordinarios y estoy casado con la misma mujer maravillosa con la que intercambié votos en 1964.

Este es mi consejo para todo aquel que quiera conocer la verdad: lea los libros sagrados de las distintas religiones, acuda a las charlas bahá’ís, y luego ore y pregunte si Bahá’u’lláh es el mensajero de Dios para esta época.

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