Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Tenemos que identificar y eliminar nuestros prejuicios internos antes de poder empezar a apreciar realmente nuestra diversidad.
El primer paso se parece mucho al primer paso de cualquier programa de doce pasos de superación o cambio: Tenemos que admitir que albergamos prejuicios.
Cuando somos bebés, nacemos sin estos prejuicios, pero es casi imposible no adquirirlos a medida que crecemos en un mundo plagado de ellos. Estados Unidos, por ejemplo, está saturado de prejuicios: raciales, religiosos, de clase y de muchos otros tipos. Si has crecido en Estados Unidos, sin duda has heredado algunos de esos prejuicios.
Todos nosotros tenemos que trabajar para purgar los prejuicios de nuestro corazón. Cuando nos enfrentamos a nuestros propios prejuicios, puede ser útil pedir a Dios que nos perdone y nos ayude a superarlos. También puede ser útil pedir la capacidad de perdonarnos a nosotros mismos, ya que la culpa y el miedo a ella pueden perpetuar fácilmente un problema si tendemos a evitar enfrentarnos a las cosas que engendran esos sentimientos. La transformación de un estado a otro, pasar de descubrir y admitir que se tienen prejuicios a trabajar para liberarse de ellos, es un acto de voluntad.
Tal vez la mejor elección que podemos hacer es convertirnos en personas que se enfrentan sinceramente a nuestros prejuicios internos, en lugar de personas que permanecen sin rendirse cuentas ante sí mismas y ante el efecto que tienen en los demás.
Además, si vivimos en un entorno social que ha establecido fronteras tradicionales entre pueblos definidos como «nosotros» y «ellos», es poco probable que apreciemos la diversidad porque no la vemos ni la experimentamos. Combatir los prejuicios requiere acción, no solo pensamiento, lo que significa cruzar esos límites tradicionales que la sociedad establece para nosotros.
Hoy en día, esa sociedad segregada solo puede mantenerse mediante la negación de la individualidad y el rechazo a considerar lo que compartimos. Por desgracia, esto nos permite decidir no solo quién creemos que es otra persona, sino determinar cómo vamos a tratarla. Cometemos el error de definir quién es otra persona según ciertos rasgos de su apariencia externa, su forma de hablar o su comportamiento.
En una sociedad segregada, esto no tiene por qué determinarse mediante la observación directa, sino simplemente escuchando y repitiendo el folclore peyorativo y los mitos autocomplacientes que hacen circular sus miembros. El resultado no es solo una idea fija, sino una respuesta fija: una reacción visceral predefinida que no requiere más información y que se señala con sentimientos como: «Sabemos todo lo que necesitamos saber» y «Pase lo que pase, no vamos a cambiar de opinión». Una sencilla razón puede explicar a menudo estas actitudes y respuestas: Tenemos miedo a lo desconocido.
Algunos de nosotros tenemos un miedo muy arraigado a no saber qué hacer o cómo responder cuando encontramos diferencias en los demás. Equiparamos este sentimiento con la ignorancia, y a nadie le gusta sentirse ignorante. Sin embargo, olvidamos que cuando nos encontramos con otros que son diferentes a nosotros, no saber qué hacer es exactamente el mismo problema que esos otros tienen con nosotros. La diversidad es un fenómeno mutuo. Las personas no son solamente diferentes de nosotros; las personas son diferentes entre sí:
Considerad el mundo de las cosas creadas, cuánta variedad y diversidad de especies, aun cuando todas tienen un mismo origen. Todas las diferencias que se observan son de forma exterior y de color…
Lo mismo sucede con la humanidad. Está compuesta de muchas razas, y sus pueblos son de diferente color -blanco, negro, amarillo, moreno y rojo- pero todos ellos provienen del mismo Dios, y todos son siervos de Él… Observemos más bien la belleza en la diversidad, la belleza de la armonía… – Abdu’l-Bahá, La sabiduría de Abdu’l-Bahá.
Puede que estemos acostumbrados a mirar a los demás, pero si nos ponemos en el lugar de la otra persona por un momento, puede ser más fácil entender cómo nos ven a nosotros mismos.
Ponernos conscientemente en esa situación constituye el siguiente obstáculo. La gente a veces no está de acuerdo con algo o se opone simplemente porque la comprensión rompe las barreras, y el miedo es que nos convirtamos en el «otro». Si nos detenemos a examinar este miedo, es bastante ilógico. Comprender algo no significa que tengamos que estar de acuerdo con ello o convertirnos en ello. Comprender significa que rompemos las barreras para poder apreciar y conocer los variados enfoques de la vida que existen en la familia humana:
Considera las flores de un jardín: aunque son diferentes en tipo, color, forma y aspecto, sin embargo, por cuanto son refrescadas por las aguas de una sola fuente, son vivificadas por el soplo de una sola brisa, son vigorizadas por los rayos de un único sol, esta diversidad aumenta su encanto y realza su belleza. Así, cuando surte efecto esa fuerza unificadora que es la penetrante influencia de la Palabra de Dios, la diferencia de costumbres, actitudes, hábitos, ideas, opiniones y disposición embellece el mundo de la humanidad. Esta diversidad, esta diferencia es como la disimilitud y la variedad creadas por naturaleza en los miembros y órganos del cuerpo humano, ya que cada uno de ellos contribuye a la belleza, la eficacia y perfección del todo. Cuando estos diferentes miembros y órganos se someten a la influencia del alma soberana del hombre y el poder del alma penetra las extremidades, los miembros, las venas y arterias del cuerpo, entonces la diferencia refuerza la armonía, la diversidad fortalece el amor y la multiplicidad es el más grande factor de coordinación. – Abdu’l-Bahá, Selección de los escritos de Abdu’l-Bahá.
Comentarios
Inicia sesión o Crea una Cuenta
Continuar con Googleo