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¿Quiero ser bahá'í?
Religión

Cómo el crecer en un ambiente interreligioso fortaleció mi fe

Nour Azuagh | Jul 11, 2021

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Nour Azuagh | Jul 11, 2021

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A veces la vida nos coloca en lugares y en situaciones como parte de un propósito, una enseñanza. Nos ofrece una forma de ver la vida desde otra perspectiva, un entendimiento más amplio, o una capacidad para ver la otra cara de la moneda. Y, sobre todo, para entender la pluralidad reinante – en especial la diversidad religiosa y la coexistencia implícita en la misma.

Eso es lo que puede ocurrir al nacer en el seno de una familia que profesa una fe distinta a la oficial – o por lo menos la “socialmente aceptada o establecida”. En mi caso, nacida en el sur de España, de origen marroquí y ascendencia musulmana, llegué a declararme oficialmente bahá’í a la edad de 18 años, siendo mis padres la primera generación bahá’í de la familia. Viví desde los 4 años hasta la mayoría de edad en Tánger (Marruecos), ciudad en la cual crecí y en la que conocí de cerca a la comunidad musulmana: sus ritos, sus valores, sus semejanzas y diferencias con respecto a la fe bahá’í. Desde entonces me siento muy conectada al islam, y siento un respeto tan profundo que me es imposible ignorar, tanto por ser la cuna de la fe bahá’í – al igual que el judaísmo lo es del cristianismo – como por sus enseñanzas y su relevancia en la mayoría de los países del mundo.

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Todo ello me ayuda a comprender y asimilar en mi día a día el concepto bahá’í de “Revelación Progresiva”: la evolución de la religión conforme a las necesidades de la humanidad, propias de cada etapa. Es decir, cada una de las grandes religiones del mundo forman parte de una sola religión, la religión de Dios, que se ha manifestado de tiempo en tiempo con el remedio celestial necesario para su época.  Remedio del cual desgraciadamente aún no somos del todo conscientes.

Sin embargo, y pese a lo dicho previamente, las principales religiones monoteístas siguen vigentes y con millones de adeptos, manifestando así la diversidad de circunstancias, ideologías y formas de afrontar la vida espiritualmente.

La humanidad está llegando a su etapa de madurez y, con ella, a la capacidad de tomar decisiones de forma individual y de ejercer de forma plena nuestro libre albedrío. Estamos en la era en la que la fe es un asunto tan íntimo que no es necesario la intermediación de un clérigo o de interpretaciones ajenas. Sin embargo, no todos podemos (o no sentimos la necesidad) de ahondar más allá de lo conocido y saltar a la próxima etapa, o simplemente averiguar por curiosidad sobre temas religiosos.

El islam y la fe bahá’i: dos pilares de mi entendimiento sobre la revelación progresiva

El islam me hizo comprender tantas cosas sobre la tolerancia, el hecho de participar y compartir en festividades religiosas fomentando la amistad y la unión de personas de misma procedencia étnica y que creen en Dios de distinta manera, según su fe. 

Pero ¿qué supone esto? ¿Significa que los creyentes de las religiones anteriores se han quedado de alguna manera “estancados” en la evolución espiritual antes explicada?

Bueno, no necesariamente, ya que las enseñanzas fundamentales de la justicia y el amor al prójimo son una sola en todas las religiones de Dios y aquel quien vive acorde a estas enseñanzas es sin duda también un bahá’í. Así lo afirma ‘Abdu’l-Bahá, hijo del profeta fundador de la fe bahá’í Bahá’u’lláh:

“El hombre que vive la vida de acuerdo con las enseñanzas de Bahá’u’lláh, es de hecho un bahá’í. Por otra parte, una persona puede llamarse a sí misma un bahá’í durante cincuenta años, pero si vive una vida diferente, no es un bahá’í”. – ‘Abdú’l-Bahá, BNE, págs. 75-76. Extraído de la compilación “Fuente de Todo Bien”.

Además, cabe destacar también que las leyes espirituales son las mismas en todas las religiones: son leyes inamovibles e invariables en espacio y tiempo, pues suponen el reflejo de los atributos de Dios. No obstante, lo que sí cambia son las leyes sociales y las formas de orar – una vez más, adaptándose a las circunstancias y a la capacidad de entendimiento de las naciones en las épocas concernientes.

De igual manera, la fe bahá’í me ha hecho entender todo respecto a lo profético – y que se ha visto cumplido con la llegada de Bahá’u’lláh –, a los errores cometidos en el pasado por aquellos que defendían violentamente y de manera ignorante su “verdad”. La historia es clave para discernir lo falso de lo evidente, y la fe es el vínculo indestructible e inmortal entre el Creador y Su creación. Los escritos bahá’ís dicen lo siguiente:

… las divinas religiones de las santas Manifestaciones de Dios son en realidad una sola, aunque en nombre y nomenclatura difieran. El hombre debe ser amante de la luz, no importa de qué luminaria proceda. Debe ser amante de la rosa, no importa en qué suelo esté creciendo. Debe ser un buscador de la verdad, no importa de qué fuente provenga. Apego a la linterna no es amar la luz. – ‘Abdu’l-Bahá, La Promulgación de la Paz Universal, página 162.

Tenemos, ciertamente, la capacidad de aceptar nuestra parte espiritual y reconocerla en las Manifestaciones Divinas, y obviar su existencia y su realidad es negar lo más importante de nuestro ser: nuestra relación con Dios.

La diversidad interreligiosa

Ser bahá’í por convicción, aun siendo criada como tal desde mi nacimiento, supone un largo camino de dudas e investigación. De hecho, uno de los principios bahá’ís es el de la “búsqueda independiente de la verdad”. Es nuestra responsabilidad conocer el camino correcto, o por lo menos encontrarnos en la franja más próxima a la meta.

Siendo bahá’í, no solo reconozco a la Bahá’u’lláh, sino a todos los que le precedieron: Buda, Krishna, Zoroastro, Moisés, Jesucristo, Muhammad, El Báb. Reconozco igualmente la importancia de unirnos en armonía con los demás credos, y colaborar para edificar un mundo mejor, más próspero y sobre todo más cercano a Dios:

“¡Oh Dios! Haz que nuestras almas dependan de los Versos de tu Divina Unidad, que nuestros corazones se regocijen por las efusiones de tu Gracia, que nos unamos como las olas de un solo mar, y lleguemos a fundirnos como los rayos de tu Luz refulgente; para que nuestros pensamientos, nuestras miras y nuestros sentimientos se conviertan en una sola realidad, que manifieste el espíritu de unión por todo el mundo”. – ‘Abdú’l-Bahá, SEAB. Pág. 88. Extracto de la compilación “Fuente de Todo Bien”.

Es más, el hecho de ser bahá’í no me exime del deber de seguir leyendo e investigando, y precisamente cuando se trata de la religión musulmana. El Guardián de la fe bahá’í, Shoghi Effendi, se refiere al islam como “la fuente y fundamento de nuestra Fe”, y nos insta a que adquiramos “un buen conocimiento de la historia y los principios del islam” ya que para “apreciar mejor nuestra Fe hemos de estar familiarizados [con el islam]”. Es más, debemos “defender el islam” ante la aún inminente islamofobia, presente en tantos países y sociedades, por desgracia. (“Seis lecciones sobre islam” de Marzieh Gail, pág. 8).

Mi relación con el islam desde mi identidad como bahá’i

Mi abuelo paterno era un predicador de la rama chiita Alawí: un hombre de convicciones férreas y dedicado en cuerpo y alma a su misión. Mis abuelas maternas, de igual manera, eran mujeres muy religiosas, las cuales fueron educadas en el islam sunní propio de muchos de los países musulmanes existentes. Ambas cumplían sus obligaciones religiosas con absoluto fervor, tales como las 5 oraciones obligatorias, el ayuno en el sagrado mes de Ramadán, entre otras.

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Ciertamente la religión, en términos generales, ha marcado mi vida incluso desde antes de nacer. Mi padre, Mustapha, fue un joven inquieto por sus creencias religiosas y muy valiente que se convirtió a la fe bahá’í con tan solo 16 años, en medio de una sociedad que no se encontraba preparada para tales eventos y ante el rechazo inicial de su madre y hermanos. Como si de una premonición se tratara, una de las anécdotas relatadas al respecto fue cuando mi abuela paterna esperaba la venida de mi padre al mundo. Una noche tuvo un sueño revelador: soñó que mi padre quemaba todos los escritos de su progenitor. Aquel sueño simbólico, que refleja la transición espiritual de mi padre adentrándose en una nueva fe, profetizó en menor medida el inicio de un acontecimiento muy importante dentro la fe bahá’í: la aparición de los primeros bahá’ís de origen marroquíes. Y yo tengo la dicha de ser hija de un hombre que hizo historia en este aspecto.

Así, pese a que mi núcleo familiar y gran parte de mi familia materna son bahá’ís, el vínculo que tengo con la comunidad musulmana es de vital importancia para mí. Mis parientes lejanos, mis amigos, la gente con la que trato en mi día a día. El islam forma parte de mi vida, así como las tradiciones culturales ligadas a la misma. Es una parte de mi realidad que hace que me reafirme aún más en mis creencias religiosas.

Siento gratitud y alegría al haber crecido en un ambiente interreligioso, el cual me enriquece como persona y sobre todo afianza mi relación con Dios y mi admiración y profundo respeto por los profetas del pasado.

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