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Cómo influye en otros un pequeño acto de bondad

Radiance Talley | Dic 14, 2022

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Radiance Talley | Dic 14, 2022

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Los escritos bahá’ís dicen:

Esta es la hora en la que debéis asociaros con todos los pueblos de la tierra con suma amabilidad y amor, y ser para ellos los signos y señales de la gran misericordia de Dios.

Muchos de ustedes saben lo que es recibir una palabra o un gesto extremadamente amable. Un acto de bondad, por pequeño que sea, puede alegrar el corazón y elevar el espíritu. Pero lo que muchos no saben es el impacto duradero que un acto de bondad puede tener en una persona.

Cómo influyen en los demás los pequeños actos de bondad

Recuerdo todavía los sinceros actos de bondad que recibí de una mujer llamada Donna Davenjay hace 20 años. La conocí cuando tenía cinco años en una guardería antes y después del colegio.

Los escritos bahá’ís dicen que debemos «ser considerados e infinitamente bondadosos» y «mostrar afecto a toda alma viviente». Y la señora Davenjay hacía exactamente eso.

En la época en que estaba empezando la escuela primaria y me encontraba lejos de mi familia por primera vez, esta mujer se preocupó por mí y me cuidó. Me abrazaba siempre que estaba triste y me limpiaba y cambiaba discretamente si alguna vez me ponía nerviosa y me orinaba. Incluso años después, me visitaba en clase y me traía caramelos durante las vacaciones. Esta mujer me quería y me trataba como de la familia. Estoy muy agradecida por la forma en que la Sra. Davenjay me cuidó en un momento vulnerable de mi vida, cuando estaba aprendiendo a confiar en otras personas.

Cómo pequeños actos de bondad pueden cambiar la vida de alguien para siempre

Los escritos bahá’ís dicen:

Que en todo momento se preocupen por hacer una buena obra para alguno de sus congéneres, ofreciendo a alguien amor, consideración, atenta ayuda.

A veces, estos pequeños actos de bondad pueden cambiar la trayectoria de la vida de alguien. Eso es lo que le ocurrió a mi madre, Barbara Talley.

Cuando era adolescente, mi madre participó en un programa llamado BOCES –Board of Cooperative Educational Services– y se matriculó en un curso de programación informática. Allí conoció a la Sra. Laura Bonadeur, una influyente profesora, que hizo lo que los escritos bahá’ís exigen a todos los bahá’ís: «cuidar, animar y salvaguardar a todas las minorías». Aunque la Sra. Bonadeur no era bahá’í, ella, una mujer blanca, vio el potencial de mi madre, una joven negra, pobre y adolescente en 1970.

«Ella me animaba mucho», dice mi madre. «Me desafiaba cada día y me dedicaba tiempo. Y como era mujer en un campo dominado por hombres, sabía que era posible abrirse camino». Mi madre me recordaba que era una época «en la que la mayoría de la gente no entendía la tecnología, sobre todo las mujeres, de las que se esperaba que fueran profesoras, secretarias o madres en casa».

Como mi madre era una de las mejores programadoras de aquel curso, consiguió ir a un concurso nacional con la ayuda de la señora Bonadeur, que la ayudó a conseguir patrocinio. Recuerda el impacto que el concurso tuvo en ella:

«Aquella experiencia me llevó a mundos que nunca antes había experimentado. Durante mis años de instituto, vivíamos en una vieja granja sin instalaciones interiores, agua corriente, cuarto de baño ni calefacción central. Teníamos que sacar agua de una bomba y calentarla en una estufa de madera. Con la leña, teníamos que hacer fuego para bañarnos en una bañera de metal. Teníamos que usar baldes como retretes y llevarlos a un cobertizo para tirarlos. Ahora, atención, esto es Nueva York, y los inviernos son tortuosos.

La competencia fue en un hotel de lujo, con camareros en cada mesa, retirándome la silla y llenándome el vaso de agua, experiencias a las que no estaba acostumbrada. Y las sorpresas no acabaron ahí. Las camas eran bonitas y cómodas y tenían sábanas gruesas. Tenía mi propia cama, mientras que en casa compartía con mis hermanas. Todas las sábanas con las que habíamos crecido eran muy delgadas, casi transparentes, sobre viejos colchones usados con resortes que se rompían cada noche, nos arañaban las piernecitas y nos hacían sangrar. Cuando éramos niños, mi padre nos llevaba de un pueblo a otro para trabajar en el campo como trabajadores emigrantes, pero nunca nos alojamos en un hotel. Recordándolo ahora, puede que haya sido por las leyes de Jim Crow, que no nos lo permitían. Así que dormíamos en nuestro vehículo al lado de la carretera o en nuestros asientos mientras viajábamos.

Tuve muchos otros profesores durante mi infancia, pero ninguno fue tan amable e impactante como la Sra. Laura Bonadeur, cuya crianza y estímulo cambiaron mi vida. Llegaría a trabajar en muchos puestos, desde programadora para Eastman Kodak a analista de sistemas en Sperry Univac, hasta redactora técnica para GTE Telenet, que se convertiría en Verizon».

Aquel concurso dio a mi madre una visión de a qué aspirar, y los conocimientos que adquirió en informática la ayudaron a salir de la pobreza y cambiaron su vida para siempre. ¿Quién sabe qué habría pasado si hubiera tenido un profesor que no viera su potencial? ¿Cuán inspirada habría estado sin un modelo que la hubiera tratado con la consideración y el cariño que se merecía?

Quizá estos actos de bondad no fueran tan «pequeños» después de todo ya que tuvieron un impacto bastante grande en quienes los recibieron. Uno nunca sabe qué impacto tendrá cuando se esfuerza por mostrar bondad amorosa a cada alma que se cruza en su camino.

Pero esa es la belleza de un acto de bondad. Estos actos considerados y compasivos pueden tener el poder de cambiar la vida de alguien, y estos recuerdos pueden perdurar en sus corazones para siempre.

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