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Cultura

Cómo la unidad mundial podría detener las pandemias

David Langness | Mar 31, 2020

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David Langness | Mar 31, 2020

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Imagina este escenario: una nueva pandemia estalla en algún lugar del mundo, una aún más grave y mortal que la del Covid-19, y un gobierno mundial recién establecido actúa rápidamente para resolver la crisis.

Dado que los departamentos de salud y los organismos de investigación de los diversos países del mundo -finalmente conectados, vinculados y debidamente financiados para la investigación y la notificación de nuevos brotes- tienen la capacidad de descubrir y aislar rápidamente las infecciones virales emergentes con mayor rapidez que nunca, ahora podemos identificar rápidamente una nueva enfermedad, incluso antes de que se extienda más allá del país en el que surge por primera vez.

Una vez que se produce ese proceso científico, el parlamento mundial entra en sesión de emergencia, decidiendo sellar las fronteras del país de origen de la nueva enfermedad y dejar inactivas sus fábricas e industrias. En ese país, ahora en cuarentena, no hay aviones, ni trenes, ni autos, ni barcos que se muevan fuera de las fronteras de la nación, pero los doctores y enfermeras de las ONG y agencias de socorro del mundo inundan el país para ayudar a salvar la oleada de nuevos pacientes enfermos por el virus.

Entonces, el resto de la humanidad, en espíritu de unidad, se moviliza rápida y ágilmente para ayudar a sus semejantes en la nueva nación afectada. Los científicos y las organizaciones para las que trabajan, ahora libres de regulaciones restrictivas y burocracia, aceleran el desarrollo de nuevas vacunas y tratamientos. La ayuda económica de todos los demás países fluye para ayudar a aquellos cuyos empleos se han detenido temporalmente o cuyas empresas han sufrido. El planeta entero y todos sus recursos masivos dirigen todos sus esfuerzos a contener, aislar y aliviar la crisis en un lugar antes de que pueda extenderse a todos los demás lugares.

No es de sorprender que este nuevo enfoque global unificado cueste menos y salve muchas más vidas que la antigua modalidad de permitir que la enfermedad infecte a todo el mundo y luego tratar de hacer frente a su impacto país por país.

Este breve esbozo especulativo de un futuro mundo potencialmente unificado dirigido y liderado por un gobierno internacional soberano es traído a ustedes por la Fe Bahá’í, la religión mundial que promueve un singular principio fundamental: la unificación de toda la humanidad.

Que no quede ninguna duda sobre el propósito que anima a la Ley universal de Bahá’u’lláh. Lejos de apuntar a la subversión de las bases actuales de la sociedad, trata de ampliar su apoyo, de reestructurar sus instituciones en consonancia con las necesidades de un mundo en constante cambio. No puede estar en conflicto con ninguna lealtad legítima ni socavar lealtades esenciales. Su propósito no es ni sofocar la llama de un sano e inteligente patriotismo en el corazón de los hombres, ni abolir el sistema de autonomía nacional tan esencial cuando se busca evitar los males de un excesivo centralismo. No pasa por alto ni intenta suprimir la diversidad de orígenes étnicos, de historia, de idioma y de tradición, de pensamiento, y de costumbres, que distinguen a los pueblos y naciones del mundo. Requiere una lealtad más amplia, una aspiración mayor que cualquiera de las que la raza humana ha sentido. Insiste en la subordinación de móviles e intereses nacionales a las imperativas exigencias de un mundo unificado. – Shoghi Effendi, El orden mundial de Bahá’u’lláh.

Hoy, por desgracia, aún no hemos logrado ese mundo unificado. En lugar de eso, seguimos funcionando con un anticuado sistema de doscientas naciones soberanas, sin que ninguna de ellas tenga suficientes recursos o autoridad o medios para contrarrestar las graves amenazas mundiales, virales o de otro tipo, que ponen cada vez más en peligro a todo el planeta y a sus pueblos.

Así que, si el principal propósito de un gobierno es proteger a sus ciudadanos, nuestros gobiernos nos están fallando gravemente.

Gran parte de ese fracaso se debe a que nuestro sistema nacionalista descoordinado y productor de conflictos, que tiene ya unos pocos cientos de años, no ha sido capaz de adaptarse a las realidades del comercio, el mercado y la tecnología internacionales, ni a la conciencia emergente de la ciudadanía mundial y la interdependencia cada vez más vital de todas las personas del planeta. En su lugar, las naciones del mundo continúan operando con un derrochador e ineficiente conjunto de estructuras, sistemas, normas, leyes y reglamentos dispares, todo lo cual dificulta su capacidad de responder rápida, adecuada y eficazmente a las verdaderas amenazas mundiales.

Debido a este caótico y desordenado sistema, nos vemos constantemente forzados a enfrentar nuevos desafíos con herramientas viejas. No podemos responder bien a las amenazas mundiales utilizando una combinación de enfoques y métodos nacionales diferentes y a veces en competencia, especialmente porque muchas naciones se centran más en el rendimiento económico que en la salud de la población. En lugar de proteger y vigilar el medio ambiente natural, los países y sus sistemas jurídicos privilegian el dinero y el poder en detrimento de las personas. Gastamos más en el poderío militar que en la educación y la salud juntas. Un cúmulo de leyes y reglamentos en conflicto entre sí detiene el progreso y nos hace lentos para responder a cualquier emergencia real como una pandemia.

 “los virus no son extranjeros o nacionales, son universales, lo que significa que para derrotarlos se requiere un enfoque universal”

Sí, tenemos organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud y los diversos organismos de las Naciones Unidas, pero sufren de una constante falta de financiación y restricciones que les impiden ir más allá de la difusión de consejos no obligatorios a las diversas naciones. En consecuencia, las naciones despilfarran continuamente sus recursos, compiten innecesariamente con otros países en armamento y guerra, y no cosechan los beneficios de la fuerza, la protección, la seguridad y las economías de escala que podría ofrecer un sistema federado de gobierno mundial.

Científicamente, ahora sabemos que las enfermedades se dispersan rápidamente más allá de las fronteras nacionales debido a esa falta de unidad y coordinación. Pandemias como la de Covid-19 tienen vía libre para propagarse por todo el mundo e infectarnos a todos, principalmente porque nuestras silenciadas y tristemente anticuadas estructuras gubernamentales del siglo XVII no pueden ocuparse de ellas y contenerlas de forma rápida, eficiente o eficaz.

Después de todo, los virus no son extranjeros o nacionales, son universales, lo que significa que para derrotarlos se requiere un enfoque universal.

Ahora sabemos, científicamente, que experimentaremos muchos más de estos ataques virales globales en el futuro. El Covid-19, aunque es mortal para algunos, resulta ser en última instancia mucho menos virulento y peligroso que la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, la enfermedad del virus del Ébola, la enfermedad del virus de Marburgo, la fiebre de Lassa, la fiebre de Nipah y otras enfermedades henipavíricas, la fiebre del Valle del Rift y muchas más enfermedades virales zoonóticas aún no identificadas. De hecho, la reciente aparición del SARS, el MERS y el Covid-19 sólo representa el comienzo de una era de patógenos desconocidos con el potencial de causar graves pandemias internacionales.

Considéralo: ¿qué pasaría si un nuevo coronavirus, diferente y aún más mortal que el Covid-19, apareciera mañana? ¿Tendría su país de origen la capacidad, la previsión o la autoridad para hacer inmediatamente todo lo posible para detener la propagación de esa enfermedad? Probablemente, no. En cambio, debido a la confusión generalizada, desorganizada y desunificada de unos pocos cientos de gobiernos nacionales, con una coordinación mundial insuficiente entre ellos, esa nueva enfermedad se extendería rápida y desenfrenadamente por todo el planeta, exactamente como lo ha hecho Covid-19, y amenazaría el bienestar físico y económico del mundo entero.

Claramente, esta pandemia actual nos está mandando una advertencia, fuerte y clara: desháganse del viejo e ineficaz sistema de gobierno humano antes de que su anticuado revoltijo de conflictos y objetivos contrapuestos permita que una aflicción aún peor nos visite a todos. Implementemos un sistema universal capaz de hacer frente a los problemas universales. Los virus no respetan a las personas. Son contagiosos en igualdad de oportunidades para todos, sin importar nuestra nacionalidad, religión, clase o raza. Estamos siendo atacados como especie – lo que significa que debemos responder urgentemente como especie, como una familia humana unida.

Así que, ¿qué alternativas sugieren las enseñanzas bahá’ís? Por encima de todo, los bahá’ís creen que debemos integrar las naciones de este planeta en una única Mancomunidad, un sistema federal mundial:

La unidad de la raza humana, tal como es concebida por Bahá’u’lláh, implica el establecimiento de una mancomunidad mundial en la que todas la naciones, razas, creencias y clases estén estrecha y permanentemente unidas, y en las que la autonomía de sus Estados miembros y la libertad personal y la iniciativa de los individuos que la componen están definitiva y completamente resguardadas…

En semejante sociedad mundial, la ciencia y la religión, las dos fuerzas más potentes de la vida humana, se reconciliarán, cooperarán y se desarrollarán armoniosamente…

Cesarán las rivalidades, odios e intrigas nacionales, y la animosidad y el prejuicio raciales serán reemplazadas por la amistad, el entendimiento y la cooperación entre las razas. Las causas de la contienda religiosa serán eliminadas permanentemente, las barreras y restricciones económicas serán abolidas y será suprimida la excesiva distinción entre clases. Por un lado, desaparecerá la indigencia y, por otro, la acumulación excesiva de bienes. La enorme energía disipada y desperdiciada en la guerra, ya sea económica o política, será consagrada a aquellos fines que extiendan el alcance de las invenciones humanas y del desarrollo tecnológico, al aumento de la productividad de la humanidad, al exterminio de las enfermedades, a la extensión de la investigación científica, a la elevación del nivel de salud física, a la agudización y refinamiento del cerebro humano, a la explotación de los recursos no utilizados e insospechados del planeta, a la prolongación de la vida humana y al fomento de todo organismo que estimule la vida intelectual, moral y espiritual de toda la raza humana. – Ibid.

¿Te lo imaginas? Bueno, también lo hacen los millones de bahá’ís en el mundo. De hecho, los bahá’ís hacen más que solo imaginarlo – trabajan activamente hacia el objetivo global de la unificación mundial cada día. Nos encantaría tener tu ayuda.

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