Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando mi abuelo era un niño, su padre fue secuestrado y llevado como rehén a las montañas.
En otra ocasión, mi abuelo y su familia tuvieron que atrincherarse en la puerta de su casa con sofás y sillas para que no entrara la turba enfurecida que gritaba y sacudía cadenas afuera.
Cuando era niño, los chicos del barrio le lanzaban piedras mientras caminaba por la calle. Cuando iba a los baños públicos, le exigían que vaciara la piscina en la que se había bañado porque el agua que había tocado se consideraba sucia e impura.
Esta persecución le fue infligida a él y a su familia por una cosa: son bahá’ís. Cualquier seguidor de la fe bahá’í era (y sigue siendo) muy perseguido por el gobierno y el clero de Irán. Como resultado de este prejuicio y resentimiento, muchos bahá’ís son asesinados, torturados, se les prohíbe la educación y son objeto de burla. Recientemente, el gobierno de Irán ha anunciado que los bahá’ís no pueden tener documentos de identidad a menos que renuncien a su fe. Esta nueva norma hace imposible que los bahá’ís reciban asistencia sanitaria, obtengan tarjetas de crédito y consigan pasaportes.
Para escapar de esta persecución, mi abuelo, que entonces tenía 19 años, se embarcó hacia Nueva York en busca de una vida mejor en la década de 1960. Cuando llegó a Estados Unidos, estaba solo y apenas sabía inglés. Para salir adelante, trabajó en muchos empleos mal pagados, como botones, ayudante de camarero, lavaplatos, mesero y en la línea de una fábrica donde pegaba cepillos en sus mangos una y otra vez. Como tenía un visado de estudiante, tenía que ir a la escuela a tiempo completo mientras trabajaba a tiempo completo para pagar el alquiler y toda la matrícula de la escuela. En una ocasión, se quedó fuera de su pequeño apartamento porque no podía pagar el alquiler semanal de 7 dólares, por lo que esa noche durmió en una banca en una zona verde que separa el tráfico en Broadway, en Manhattan. Mi abuelo ha escrito ahora estas historias y recuerdos en su nuevo libro, «Foreigner: From an Iranian Village to New York City».
Mi abuelo Hussein Ahdieh, al que llamamos «Baba Aziz» (que en persa significa «querido padre»), siempre nos ha contado a mi hermana y a mí historias de su vida en Irán y de su viaje a América. Algunas historias eran divertidas (le gusta bromear mucho), otras eran tristes y otras esperanzadoras. Sin embargo, después de leer Foreigner, me di cuenta de que esas historias que habíamos crecido escuchando solo revelaban una pequeña parte de un panorama más amplio. Empecé a relacionar lo mucho que trabajó y los muchos obstáculos a los que se enfrentó. Llegó a un país extranjero sin hablar el idioma ni tener dinero, y obtuvo un doctorado en educación, se convirtió en fundador y director de una escuela en Harlem para los que abandonan la escuela secundaria, (o los forzados, como a él le gusta llamar a los individuos expulsados del sistema a causa de la injusticia), y luego se convirtió en un exitoso hombre de negocios y un autor. Se enfrentó a un obstáculo tras otro, pero nunca se rindió. Al igual que Abdu’l-Bahá, el hijo de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, escribió que perseveró a través de grandes pruebas para mejorar el mundo:
…que todas vuestras intenciones se concentren en el bienestar de la humanidad, y que podáis encontrar el modo de sacarificaros a vosotros mismos en la senda de la devoción a la humanidad. Así como Jesucristo ofrendó Su vida, podéis también vosotros ofreceros a vosotros mismos en la senda de la devoción a la humanidad. Así como Jesucristo ofrendó Su vida, podéis también vosotros ofreceros en el umbral del sacarifico para el mejoramiento del mundo, y así como Bahá’u’lláh sufrió severas pruebas y calamidades durante casi cincuenta años, por vosotros, ojalá estéis dispuestos a sufrir dificultades y a soportar catástrofes por la humanidad en general. Que podáis soportar estas pruebas y ordalías gustosamente y con alegría, pues toda noche es seguida de un amanecer, y todo día tiene su ocaso. Toda primavera tiene un otoño y todo otoño tiene su primavera. – Abdu’l-Bahá, La promulgación de la paz universal.
Empecé a pensar en dónde encontró toda su fuerza y sus agallas, que le llevaron al lugar en el que está hoy, y me pregunté: ¿cómo podría yo encontrar esa determinación?
Me di cuenta de que la lectura de Foreigner me hizo estar más agradecido por lo que tengo. Vivo en un país que me permite practicar mi religión, tener libertad de expresión, solicitar una plaza en cualquier escuela y recibir una educación. Puedo encontrar cualquier cosa que quiera aprender con solo ir a la biblioteca y abrir un libro. Tengo dos padres que me apoyan, una hermana mayor y amigos que me ayudan a afrontar cualquiera de mis problemas.
Pero sé que pocas personas en el mundo tienen todas estas ventajas en la vida. Mi familia vivía en Etiopía cuando yo tenía unos tres años, y los niños sin zapatos a veces corrían detrás de nuestro coche pidiendo dinero, mientras yo me sentaba en mi asiento alto en un coche con asientos de cuero y aire acondicionado. Después de leer «Foreigner», empecé a preguntarme por qué algunas personas nacen en el lujo mientras otras nacen con tan poco.
Me di cuenta de que, si no aprovecho al máximo mis oportunidades, desperdiciaré los recursos del mundo. Tengo dos opciones: puedo limitarme a decir que estoy agradecido por lo que tengo, y luego malgastar mis oportunidades, o puedo mostrar realmente mi agradecimiento a través de la acción, ayudando a otros que no tienen esas oportunidades. Puedo mostrar mi agradecimiento de forma activa ayudando a impartir clases de capacitación a los niños del lugar en el que vivo, siendo un buen amigo de otras personas en situaciones difíciles, sirviendo en refugios para personas sin hogar y organizando colectas de alimentos con nuestro grupo de jóvenes bahá’ís.
Leer la historia de mi abuelo me inspiró a superar cualquier obstáculo y a perseverar ante cualquier problema, pero también me hizo reflexionar sobre cómo quiero vivir mi vida. Puedo vivir una vida arruinando mis oportunidades y dando por sentado lo que tengo, o puedo estar agradecido por lo que tengo y por quien tengo y mostrar mi agradecimiento ayudando a los demás y devolviendo al mundo.
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