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El poder de las historias en familia y sus efectos a largo plazo

Duane L. Herrmann | Sep 2, 2022

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Duane L. Herrmann | Sep 2, 2022

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Cuando los más pequeños de mis cuatro hijos tenían ocho y once años, su madre se mudó con ellos a una ciudad a 120 millas de distancia para poder estar más cerca de un hombre que conoció por Internet. Llevábamos unos cinco años divorciados.

Nuestros dos hijos mayores ya eran mayores e independientes, por lo que su mudanza les afectó menos, pero para los dos más pequeños supuso un factor importante en sus vidas.

Durante los primeros años después del divorcio, los dos más pequeños pasaban los martes y jueves por la noche, y los sábados por la noche hasta los domingos por la mañana, conmigo. La niña tenía solo tres años cuando observó que «los días T (en inglés Tuesday/Thursday) y S (Saturday/Sunday) eran días de papá». No me había dado cuenta de ese detalle.

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Al estar a 120 millas de distancia, ya no podíamos tener esos días para nosotros. En cambio, cada dos fines de semana conducía una hora hasta la única ciudad que estaba a medio camino entre nosotros para recogerlos y, más tarde, devolverlos a su madre. Odiaba la necesidad del viaje, pero decidí convertirlo en tiempo de calidad para nosotros.

En lugar de escuchar la radio o CDs, además de charlar sobre sus vidas, les contaba historias.

Las historias han sido, desde los inicios de la raza humana, una de las fuentes, si es que no la principal, de educación. Mis abuelas me contaban historias de su infancia. Los profetas y mensajeros de Dios, cuyas enseñanzas han levantado grandes civilizaciones, han utilizado historias como método de instrucción, y eso continúa hoy en día en los escritos y enseñanzas de Bahá’u’lláh, el fundador de la Fe bahá’í. Él escribió a un individuo aconsejándole: «Recordad la historia de Noé y Canaán».

El propio Bahá’u’lláh contaba historias para ilustrar una idea, para instruir moral y espiritualmente, y para transmitir el gran simbolismo y poder de la fe. En una tabla mística sobre el crecimiento espiritual llamada Los Cuatro Valles, él relató: “Cuentan la historia de un conocedor místico, que salió de viaje con un gramático amigo”.

En una carta dirigida colectivamente a los reyes y gobernantes del mundo amonestándoles por no haber establecido la paz y la armonía mundiales, Bahá’u’lláh dijo: «Relátales, oh siervo, la historia de Alí (el Báb) …». El Bab, heraldo y precursor de Bahá’u’lláh, fue oprimido, perseguido y finalmente ejecutado por enseñar su Fe.

En su tratado sobre el progreso de la sociedad, El Secreto de la Civilización Divina, Abdu’l-Bahá siguió esta instrucción al decir: «Relataremos en este punto una historia que ha de servir de ilustración para todos», narrando una fábula sobre un rey tirano que, debido a la hospitalidad y cortesía de un plebeyo, se convirtió en seguidor de Cristo.

Así que, en esas dos horas de viaje en coche cada dos semanas, intenté seguir el ejemplo de Bahá’u’lláh y de Abdu’l-Bahá contando historias a mis hijos. Les contaba historias de la familia que alguna vez me habían relatado a mí, historias de mis propias experiencias, historias sobre el progreso de la comunidad bahá’í en diferentes partes del mundo e historias de la historia bahá’í. Estas anécdotas les ayudaron a afianzar su identidad, a ser conscientes del progreso que se ha producido a pesar del caos que les rodea, y a tener la confianza de que ellos también podrían algún día realizar algo que se considere digno de ser relatado.

Les encantaban las historias, incluso las más sencillas, como una experiencia cuando era pequeño, probablemente tenía dos o tres años, y salía a jugar después de llover. El camino de entrada a la casa era de grava, pero en las esquinas donde se unía con la carretera, había menos grava. En las hendiduras hechas por los neumáticos al girar, la tierra era muy fina y, después de la lluvia, se convertía en un tipo especial de barro. Solía meterme en ese barro con los pies descalzos y ver cómo ese lodo especial rezumaba entre mis pequeños dedos. Me quedaba mirando ese barro con fascinación. ¡No había nada más en mi mundo sobre lo que pudiera caminar e hiciera eso! ¡Ese barro era increíble! Mis hijos nunca tuvieron esa experiencia: siempre habían vivido en ciudades con cemento por todas partes. Esa experiencia mundana mía se convirtió en una historia interesante para ellos.

También lo fue una historia que me contó mi abuela y que ilustra el progreso de la civilización y cómo esta afectó a nuestra familia. Cuando ella era niña, un vecino fue a su granja y le enseñó a su padre a construir un cuarto de baño exterior. Antes de eso no tenían ningún tipo de lavabo. Los baños se hacían delante de la estufa de la cocina donde calentaban el agua. La vida era muy diferente en una granja de inmigrantes a principios del siglo XX. Mis hijos estaban fascinados, como lo están ahora mis nietos.

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Ojalá hubiera podido compartir esas historias con mis dos hijos mayores, pero nunca se presentó la oportunidad. Estas historias nos unieron a los tres y nos conectaron con los que protagonizaban nuestras historias.

Seguí contándoles estas historias hasta que se graduaron del instituto. Esas historias, y el tiempo que pasamos juntos en el coche por esas pequeñas carreteras rurales, han servido de base para nuestras vidas y continúan siéndolo hoy en día.

Toda esta labor de narración ha cumplido la función de los relatos tal y como aconsejó Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, cuando escribió a una persona que le preguntó sobre la escritura como profesión: «Lo que podrías hacer, y deberías hacer, es utilizar tus historias para convertirlas en una fuente de inspiración y guía para quienes las lean» [Traducción provisional]. Las historias, los mitos y los relatos siempre han inspirado y guiado a la humanidad: aunque nuestras vidas terminen, nuestras historias nunca lo harán.

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