Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Actualmente participo en un proyecto llamado «Haciendo que la pobreza quede en el pasado», y en el proceso de trabajar en él, he estado investigando las causas profundas de la pobreza.
La película «Los dioses deben estar locos» es tan perspicaz hoy como cuando se filmó en 1980, y nos ofrece al menos parte de la explicación de los orígenes de la pobreza.
En la película, una comunidad de bosquimanos del Kalahari se ve desequilibrada cuando una botella de Coca-Cola es lanzada desde una avioneta y aterriza en su aldea. Antes de ese momento, todos tenían todo lo que necesitaban; sabían cómo vivir en su propio entorno y entre ellos. Pero de repente, apareció una botella de Coca-Cola, algo que nunca habían visto antes y con lo que francamente no sabían qué hacer.
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Pensando en ella como un regalo de los dioses, descubrieron que podía ser útil. Poco a poco, la botella pasó de novedad a juguete, a herramienta e incluso a arma. Como sólo había una botella de Coca-Cola, los bosquimanos experimentaron por primera vez la carencia, la injusticia y la privación. Pronto se convirtieron en una comunidad con «ricos» y «pobres». Ya no estaban satisfechos.
Siguiendo con la metáfora de esta película, parece que ahora tenemos un mundo en el que demasiada gente carece de botellas de Coca-Cola. Existe un número suficiente de botellas de Coca-Cola; simplemente hay demasiadas en algunos lugares y no las suficientes en otros.
Reconozco que las circunstancias, elecciones y talentos individuales darán lugar a una serie de diferentes estilos de vida. Lo que me preocupa aquí son los extremos de pobreza y riqueza. Un mundo con personas sin hogar y hambre, con guerras iniciadas por una parcela de tierra o un hilo de agua: estos síntomas de desequilibrio extremo, desmesura e injusticia encierran un importante mensaje que transmitirnos.
Las botellas de Coca-Cola en el mundo actual no se distribuyen equitativamente debido a la ausencia de un acuerdo mundial, derivado a su vez de la desunión. En su lugar, tenemos prejuicios y codicia. Así, se impide a la gente ayudarse a sí misma, ayudar al prójimo y ayudar a desconocidos sin nombre. Las enseñanzas bahá’ís nos dicen que debemos unirnos para encontrar formas de acabar con la pobreza:
No debería existir un financiero con una colosal riqueza mientras cerca de él haya alguien en extrema necesidad. Cuando vemos que la pobreza alcanza los límites del hambre, es un signo seguro de que en alguna parte existe tiranía. La humanidad debe implicarse de lleno en este asunto, y no demorar por más tiempo la modificación de las condiciones que causan la miseria de la tiranía de la pobreza a un gran número de personas. – La sabiduría de Abdu’l-Bahá, p. 183.
La pobreza es un fenómeno global, incluso en el llamado «mundo desarrollado». Desde los indigentes de las ciudades y pueblos de todo el país hasta los desempleados de los suburbios, ningún lugar está exento.
En las zonas menos desarrolladas del mundo, la gente es capaz y tiene recursos, pero los obstáculos a su desarrollo económico son enormes. Sin duda, queremos ayudarles a superar estas barreras compartiendo conocimientos y recursos.
La mayoría de los enfoques para resolver la pobreza hacen hincapié en factores como la geografía, la política, la logística de distribución y la economía. Estoy de acuerdo en que, a nivel práctico, hay que resolver estos problemas, pero no llegan al origen de los extremos de pobreza y riqueza, a menos que estén guiados por una preocupación por la justicia.
Al escribir sobre las causas profundas y las soluciones permanentes a la pobreza en su declaración sobre Derechos Humanos y Extrema Pobreza, la Comunidad Internacional Baha’í señaló que:
Las relaciones económicas de una sociedad reflejan los valores de sus miembros… Hasta que no se valore la justicia por encima de la codicia, la brecha entre ricos y pobres seguirá ensanchándose, y el sueño del crecimiento económico sostenible, la paz y la prosperidad se nos escapará de las manos.
A nivel personal, cada individuo puede ayudar a crear un mundo con una mayor unidad de visión, en el que la justicia y la equidad –en lugar de la fría métrica de la economía de mercado, las soluciones a corto plazo o el interés materialista– sean las bases de la política. Podemos hacerlo estando informados, participando en actividades dirigidas a estos objetivos y compartiendo nuestros propios recursos materiales.
He leído sobre muchos artículos y métodos que cuestan muy poco (en relación con los estándares occidentales actuales) y, sin embargo, pueden lograr mucho. Por ejemplo: un dispositivo parecido a una pajita que permite a los individuos filtrar su propia agua potable; y mosquiteras del tamaño de una cama para reducir la exposición a la malaria, que amenaza más vidas que el VIH/SIDA en muchos lugares. Ambos ofrecen beneficios a largo plazo y cuestan aproximadamente lo mismo que un solo almuerzo en un restaurante de gama media en Estados Unidos o Canadá.
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Si tengo la creencia que todos somos miembros de una misma familia humana, entonces la pobreza de los demás también es mi problema. La omnipresencia de la pobreza es un recordatorio para pensar y volver a pensar. ¿Necesito este o aquel artículo, o podría donar más generosamente a la caridad? ¿Compro artículos que beneficien a la persona que los ha fabricado o cultivado?
Charles Dickens nos recordó una vez más que debemos pensar más allá de nuestro entorno inmediato. Al animarnos a extender la idea de la caridad al nivel de la justicia, nos recordó que pensáramos más allá de nosotros mismos cuando dijo: «La caridad empieza en casa, y la justicia en la puerta de al lado».
Me siento afortunada de no vivir en la pobreza. Ser consciente de mis propios hábitos es un paso para ayudar a los demás a sentirse así. Otro paso es darse cuenta de que tener los medios para la vida diaria también significa tener lo suficiente para compartir, con amor, de forma consciente y coherente.
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