Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
El gobierno persa creía que encarcelar a Bahá’u’lláh en el Pozo Negro pondría fin a su vida, a su Fe o a ambas cosas. Pero el calabozo no consiguió acabar con él, sino que contribuyó a crearlo.
Las personas que conocieron a Bahá’u’lláh de niño o de joven siempre habían esperado de él alguna grandeza futura. El padre de Bahá’u’lláh había sido ministro en la corte del sha. Cuando su padre murió, a Bahá’u’lláh le ofrecieron un puesto lucrativo y prestigioso en la corte, pero él lo rechazó. Al enterarse de que Bahá’u’lláh había rechazado la oferta, el primer ministro comentó:
Dejadle en paz. Tal posición es indigna de él. Tiene un objetivo más alto en mente. No puedo entenderlo, pero estoy convencido de que está destinado a una carrera elevada. Sus pensamientos no son como los nuestros. Dejadle en paz.
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Ahora bien, en la oscuridad del Pozo, surgió dentro de Bahá’u’lláh una visión revolucionaria tan intensa que su luz se extendería desde esta oscura mazmorra de Teherán a prácticamente todo el mundo. Más tarde, Bahá’u’lláh escribió sobre su estado espiritual mientras se encontraba en el Pozo Negro:
Durante los días que pasé en la prisión de Teherán, a pesar de que el mortificante peso de las cadenas y la atmósfera hedionda Me permitían sólo un poco de sueño, aun en aquellos infrecuentes momentos de adormecimiento, sentía como si desde la corona de mi cabeza fluyera algo sobre Mi pecho, como un poderoso torrente que se precipitara sobre la tierra desde la cumbre de una gran montaña. A consecuencia de ello, cada miembro de Mi cuerpo se encendía. En esos momentos, Mi lengua recitaba lo que ningún hombre soportaría oír.
Al describir esta visión profética, Bahá’u’lláh utilizó el símbolo de una Doncella enviada del cielo, signo de sabiduría, perspicacia espiritual y verdad universal:
Estando sumido en tribulaciones oí una voz por demás maravillosa y dulce que llamaba por encima de Mi cabeza. Al dar vuelta el Rostro, vi a una Doncella que era la encarnación del recuerdo del nombre de Mi Señor, suspendida en el aire ante Mí. Tanto se regocijaba ella en su misma alma, que el semblante le brillaba con el ornamento de la complacencia de Dios, y sus mejillas fulguraban con el brillo del Todomisericordioso. Entre el cielo y la tierra hacía un llamamiento que cautivaba los corazones y mentes de los hombres. A Mi ser interior y exterior le impartía buenas nuevas que regocijaban Mi alma y las almas de los siervos honrados de Dios. Señalando con el dedo Mi cabeza, se dirigió a todos los que están en el cielo y a todos los que están en la tierra, diciendo: ¡Por Dios! Éste es el bienamado de los mundos; mas no lo comprendéis. Ésta es la Belleza de Dios entre vosotros, y el poder de Su soberanía dentro de vosotros, si lo comprendierais. Éste es el Misterio de Dios y Su Tesoro, la Causa de Dios y Su gloria para todos los que están en los reinos de la Revelación y de la creación, si sois de los que entienden.
A lo largo de la historia, las grandes almas que llamamos profetas, mensajeros y manifestaciones de Dios han experimentado un impulso incesante por elevar espiritualmente a su pueblo. En la vida de cada profeta llegó un momento como este, en el que esa llamada, esa visión profunda, se dio a conocer y no pudo ser negada.
Los ejemplos abundan. Moisés experimentó un momento así, cuando el miedo y el temblor lo envolvieron cuando encontró la Zarza Ardiente y habló con la voz de Dios. Cuando Jesús resucitó de su bautismo en el río Jordán, el Evangelio nos dice que los cielos se abrieron. Una paloma celestial –otro símbolo del espíritu– le habló y le anunció su destino.
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Antes de la iluminación de Buda bajo el árbol bodhi, se sentía perdido en preguntas: ¿Por qué hay tanto sufrimiento? ¿Qué sentido tiene vivir sabiendo que el resultado será la vejez, el dolor y la muerte? Cuando llegó su iluminación, conoció las respuestas a esas preguntas y se dispuso a intentar transmitirlas a la humanidad.
Muhammad vio un ángel mientras rezaba en las montañas cercanas a su casa. Corrió y se escondió tras el terror que le produjo la visión de Gabriel, que le ordenó recitar los versículos que Dios le había dado.
En las revelaciones de cada uno de estos fundadores de las grandes religiones del mundo residen profundas reservas de verdad mística que el profeta ofrece a la humanidad. Esas revelaciones han guiado a la humanidad, han fundado grandes civilizaciones y nos han aportado a todos enormes flujos de conocimiento, guía moral y sabiduría.
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