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Cómo se vería una ciudad espiritual

David Langness | Ene 3, 2025

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David Langness | Ene 3, 2025

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Acabo de pasar un fin de semana en San Francisco, una ciudad en la que viví y amé, y me he dado cuenta de que la urbanidad ya no me emociona como antes. De hecho, algunas ciudades me parecen casi inhabitables.

Es cierto que esta percepción puede estar relacionada con mi (avanzada) edad. Cuando uno es joven, las ciudades parecen lugares llenos de vida, de energía y de acontecimientos. Estás rodeado de mucha gente joven, y eso es divertido y emocionante. Pero a medida que uno envejece, la familia se amplía y aumenta la necesidad de espacios tranquilos, a muchos nos resulta más difícil soportar los costes, los compromisos y las complejidades que exige vivir en una ciudad.

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San Francisco, en su entorno de gran belleza natural en una península montañosa rodeada por el mar y una enorme bahía, sigue teniendo un enorme encanto y riqueza cultural, pero sus problemas a veces parecen abrumar sus aspectos positivos. A pesar de lo que dice la letra de aquella canción, es posible que no quieras dejar allí tu corazón.

Muchos de esos arraigados problemas no se limitan a San Francisco, por supuesto: son de naturaleza claramente estadounidense e incluso mundial, y aquejan a zonas urbanas de todo el mundo. Sin embargo, dentro de los límites del área geográfica relativamente pequeña que ocupa San Francisco, parecen magnificados e incluso más problemáticos de lo que podrían ser en cualquier otro lugar.

Los problemas de la ciudad de la bahía –la gran brecha que separa a los más ricos de los más pobres, el hacinamiento inherente a las zonas urbanas de alta densidad y suelo limitado, los problemas de saneamiento, delincuencia, drogadicción, falta de vivienda, enfermedades mentales y, simplemente, la inasequibilidad y el estrés de vivir tan cerca de tanta gente– pueden parecer insuperables.

El paisaje hostil predomina por todas partes, recordando constantemente a todo el mundo que, como cantaba Joni Mitchell, «han pavimentado el paraíso y puesto un estacionamiento». Todo ese hormigón y piedra hacen de la ciudad un lugar premonitorio y poco acogedor para mucha gente, sobre todo los que carecen de medios.

Entonces, ¿cuál es la solución bahá’í para estos males urbanos, no sólo en San Francisco, sino en las zonas urbanas en general?

Según las enseñanzas bahá’ís, las ciudades deben esforzarse por alcanzar la equidad y la igualdad. En un discurso que ofreció en la Iglesia de la Hermandad de Nueva Jersey en 1912, Abdu’l-Bahá explicó el remedio bahá’í:

A través de la manifestación de la gran equidad de Dios, los pobres del mundo serán recompensados y ayudados plenamente, y habrá un reajuste en las condiciones económicas de la humanidad para que en el futuro no haya anormalmente ricos ni pobres abyectos. Los ricos disfrutarán el privilegio de esta nueva condición económica tanto como los pobres, pues debido a ciertas provisiones y restricciones no podrán acumular tanto como para agobiarse con su administración, en tanto los pobres serán aliviados de la tensión de la privación y la miseria. El rico disfrutará en un palacio, el pobre tendrá su cómoda cabaña. – La promulgación a la paz universal, p. 147.

Las enseñanzas bahá’ís, por tanto, exigen un nuevo orden mundial que ya no permita la acumulación de riqueza masiva ni la existencia continuada de pobreza extrema y falta de vivienda.

En su Tabla a La Haya, escrita al Comité Ejecutivo de la Organización Central para una Paz Duradera, Abdu’l-Bahá, hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, escribió:

La civilización material es como el cristal de la lámpara. La Civilización divina es la lámpara misma y el cristal sin la luz es oscuro. La civilización material es como el cuerpo. Por muy agraciado, elegante y hermoso que pueda ser, está muerto. La Civilización divina es como el espíritu y el cuerpo recibe vida del espíritu, de lo contrario pasa a ser un cadáver. – p. 6.

Nuestras civilizaciones, señalan las enseñanzas bahá’ís, no se componen sólo de edificios, calles y empresas, sino que están animadas por inefables lazos espirituales de cooperación, conexión, propósito unificado, cuidado mutuo y, en última instancia, amor. Puede sonar un poco efímero, pero no lo es. Al contrario, esas cualidades, que los escritos bahá’ís comparan con la luz misma, iluminan los rincones oscuros de nuestras ciudades y pueblos con buenas intenciones, con un deseo de unidad, con un sentido de humanidad compartida.

En las aldeas, pueblos y ciudades más grandes del mundo se pueden ver los resultados de ese sentido de humanidad compartida. Esos lugares tratan a la gente con justicia y compasión. La pobreza extrema, la falta de vivienda y aflicciones como la adicción y las enfermedades mentales se tratan de forma humana en lugar de dejar que se pudran en público. Las ciudades que dan prioridad a la equidad suelen ser limpias, seguras y acogedoras. En los lugares donde prevalecen los valores espirituales, donde nos cuidamos los unos a los otros y respetamos los derechos de cada persona independientemente de su estatus social, todo el mundo puede sentirse realmente parte de una familia humana.

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Hace más de un siglo, en 1911, durante su primer viaje a Inglaterra, Abdu’l-Bahá pasó unos días de otoño en la Clifton Guest House de Clifton, Bristol. He aquí un relato, extraído del libro Abdu’l-Bahá en Londres, de lo que vio allí y cómo le afectó:

La primera tarde, mientras conducíamos, ’Abdu’l-Bahá expresó un gran interés por la Inglaterra rural, maravillándose de los árboles centenarios y el verde vivaz de los bosques y colinas, tan diferentes del árido Oriente. «Aunque es otoño parece como si fuera primavera», manifestó. Las casas con sus pequeñas parcelas de tierra trajeron al recuerdo una cita que ’Abdu’l-Bahá hizo de los escritos de Bahá’u’lláh en la que se alude a que cada familia ha de disponer de una porción de tierra. ’Abdu’l-Bahá comparó el campo al alma, y la ciudad al cuerpo del hombre, diciendo: «El cuerpo no puede vivir sin el alma. Es bueno -señaló- vivir bajo el cielo, al sol y al aire libre»… el mundo se ha embarcado en la senda del progreso y en el campo del desarrollo, en donde el poder del espíritu sobrepasa al del cuerpo. Pronto el espíritu ejercerá su dominio sobre el mundo de la humanidad». – Abdu’l-Bahá en Londres, p. 29.

Cuando eso ocurra –cuando el espíritu tenga dominio sobre el mundo de la humanidad– nuestras ciudades se transformarán en acogedores centros de cultura y creatividad.

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