Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Creo que todos estamos de acuerdo: el mundo necesita menos hipocresía. Todos estaríamos mejor si hubiera menos engaños, mala fe y palabrería allá afuera.
Pero, ¿qué hay de pronunciarse hacia algún ideal elevado, con la esperanza de que otros lo sigan, aunque yo no lo practique? ¿Sería eso mejor que el silencio o el apoyo abierto a un comportamiento censurable? Mucha gente se inclinaría a decir: «Sí, vayamos por el menor de dos males».
No sé si estoy de acuerdo con esa idea o no. Pero quiero compartir algunos pensamientos de precaución contra decir que sí, que tienen que ver con el papel del conocimiento como base para los actos.
Hace unos meses pensaba en escribir unos ensayos sobre las diferentes formas en que la espiritualidad puede contribuir a la productividad y eficiencia de un lugar de trabajo. Pensé que un buen punto de partida sería la murmuración, aquel hábito de hablar de los defectos de los demás cuando no están cerca. Sabía que sería relativamente simple de escribir y que probablemente resonaría con las experiencias personales de mucha gente. Solo había un problema, uno grande: no soy muy bueno con esto en mi propio lugar de trabajo. Me di cuenta de que esto era especialmente cierto cuando se me ocurrió la idea de escribir mi ensayo.
Tal vez mi creciente conciencia de que yo personalmente tenía un problema fue lo que inspiró mi pensamiento sobre el ensayo. Eso es posible, y supongo que podría haber escrito sobre mi propia lucha personal. Pero, ¿por qué escribir sobre ello, si no tengo resultados positivos de los que hablar? Consideré el caso de la hipocresía ilustrada, esbozado anteriormente, pero no me convenció. Pensé que era mejor poner esa energía en criticar menos a mis compañeros de trabajo, que en lanzar algo hipócrita a la red. Así que mantuve la boca cerrada y no pensé en ello durante un tiempo.
Recientemente he pensado en otras cosas, y esos pensamientos me han llevado al dilema original. Esta cita de las enseñanzas bahá’ís establece los fundamentos de lo que tenía en mente:
Los pensamientos pueden ser divididos en dos clases:
1.- Pensamientos que sólo pertenecen al mundo del pensamiento.
2.- Pensamientos que se expresan en acción.
Es sabio separar estas dos clases de pensamiento, no solo porque toman dos formas diferentes, sino también porque tienen un contenido específico: nuestros pensamientos conscientes difieren de nuestros pensamientos inconscientes. Mientras que nosotros expresamos nuestros pensamientos conscientes abierta y claramente en nuestras mentes, palabras y acciones; nuestros pensamientos inconscientes son más difíciles de precisar. No siempre somos conscientes de ellos, y pueden dar forma a lo que decimos y hacemos sin mostrar sus caras.
Como se puede ver, la distinción que Abdu’l-Bahá explica no es la distinción entre las mentes conscientes e inconscientes, pero esa segunda distinción que hace ayuda a ilustrar algunos aspectos importantes de lo que explica.
Bahá’u’lláh dijo que la murmuración «apaga la luz del corazón y extingue la vida del alma«. Conscientemente, sé eso y puedo explicar lo que significa. Pero si continúo murmurando de todos modos, eso significa que la parte inconsciente de mi mente, que influye en mis palabras y acciones, no entiende realmente la advertencia de Bahá’u’lláh. Mirando hacia atrás, creo que fue por eso que tomé la decisión correcta de no escribir sobre la murmuración en el lugar de trabajo en ese momento, porque realmente no lo entendía en un sentido práctico. Como no actuaba en base al conocimiento que tenía, sabía que debía penetrar más profundamente en mi mente inconsciente.
Actuamos basados en nuestra comprensión de cualquier situación dada. Hacemos las cosas por razones definidas, pero una cosa que deja a los humanos tan perplejos es que podemos creer que pensamos de una manera, pero nuestras acciones muestran que pensamos de otra. Esto crea un conjunto de retos complicados para cualquiera que intente influir positivamente en alguien más. Si le hablamos a la gente solo con palabras e ideas conscientes, el mensaje no necesariamente se entiende. El lenguaje de los hechos resuena a un nivel mucho más profundo.
Considere una analogía: imagine que quiere tener una conversación con una persona muy poderosa. Si solo tienes una conversación con su publicista, el mensaje que quieres enviar podría no llegar. Después de todo, no sabes si ella escucha a su publicista, y ciertamente, no es el publicista quien toma las grandes decisiones. Es más probable que la influencies si puedes hablar con ella cara a cara. Ahora, piensa en ese publicista como tu mente consciente, y en esa persona poderosa como la sección más profunda y de más difícil acceso de tu mente, donde residen tus verdaderos pensamientos y donde se originan tus acciones.
Las acciones hablan más fuerte que las palabras, porque las acciones hablan el mismo lenguaje que esa parte interna de nosotros que influye más fuertemente en nuestras acciones. Demuestran concretamente algún conocimiento definido sobre cómo actuar. Esa idea es una parte de la sabiduría detrás de este memorable pasaje de los escritos de Bahá’u’lláh:
«¡OH HIJ O DE MI SIERVA! La guía ha sido dada siempre con palabras, y ahora es dada con hechos. Todos deben manifestar acciones puras y santas, pues las palabras son propiedad de todos por igual, en tanto que acciones como éstas pertenecen sólo a Nuestros amados. Esforzaos, pues, con alma y corazón para distinguiros por vuestras acciones. Así os aconsejamos en esta santa y resplandeciente tabla».
Esta reflexión me hizo recordar lo importante que es que nuestras palabras sean filtradas a través de la experiencia de las acciones.
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