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La realidad humana: nuestro pensamiento, no nuestro cuerpo

Deborah Clark Vance | Jul 27, 2021

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Deborah Clark Vance | Jul 27, 2021

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Todos hemos rellenado esos formularios con listas de comprobación de descriptores personales: nacionalidad, religión, sexo, raza, etnia. A veces incluso se nos pide que indiquemos nuestra pertenencia a organizaciones o partidos políticos.

Se supone que estas categorías reflejan realmente quiénes somos.

¿Qué parte de todo esto nos describe realmente de manera significativa? ¿Qué pasa si has nacido en algo -un lugar, una cultura, una religión- pero reniegas de ello como parte de tu identidad? ¿Por qué seguimos metiéndonos en estas cajas como si nos dieran a nosotros mismos y a los demás una idea de quiénes somos?

Las enseñanzas bahá’ís dicen que el acto de dividirnos en categorías rígidas puede crear problemas. Abdu’l-Bahá, en una charla que dio en 1912, dijo: Debido a esta división y separación de la humanidad en grupos y ramas se engendra el prejuicio, el cual se convierte en una fructífera fuente de guerras y lucha.

Abdu’l-Bahá también dijo que esta tendencia es todo menos imaginación, ya que «… el prejuicio y la discriminación racial no son otra cosa que supersticiones».

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Las enseñanzas bahá’ís piden a la humanidad que se unifique, lo que significa trascender intencionadamente nuestros «grupos y ramas» particulares para encontrar lo que comparten todos los seres humanos. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, escribió:

¡Oh vosotros, hijos de los hombres! El propósito fundamental que anima a la Fe de Dios y a Su Religión es salvaguardar los intereses de la raza humana, promover su unidad y estimular el espíritu de amor y fraternidad entre los hombres. No dejéis que se convierta en fuente de disensión y de discordia, de odio y de enemistad.

Sí, cada uno de nosotros formamos naturalmente nuestro sentido del yo y nuestra visión del mundo por haber nacido en un contexto cultural con una perspectiva particular, filtrada por el idioma que aprendemos y la educación que recibimos. Pero, ¿hasta qué punto podemos decir que las personas del lugar donde crecimos se parecen más a nosotros que cualquier otra? ¿Cómo podría esta clasificación ayudarnos a conocer nuestro verdadero yo espiritual?

Si supiéramos realmente todas las formas en que los demás nos clasifican, podríamos asombrarnos al saber cómo nos perciben y estereotipan. Sin embargo, todavía tendemos a clasificarnos, aferrándonos al lugar donde nacieron nuestros antepasados y llamándolo nuestra «cultura», como si la cultura fuera algo prístino, como un plato de cerámica o un edificio. Pero la cultura, como la lengua, cambia y evoluciona junto con la experiencia humana. Además, la variedad humana en cualquier lugar es ilimitada. Más aún, nuestra realidad no puede encontrarse en el mundo de la materia. En un discurso que pronunció en París, Abdu’l-Bahá señaló que «la realidad del ser humano es su pensamiento, no su cuerpo material».

Últimamente, todos hemos visto un uso creciente del término «identidad», que tiene que ver con la intensidad con la que alguien se identifica con los valores de un grupo, en lugar de cómo nos vemos a nosotros mismos como individuos únicos. Obsérvese el extraño emparejamiento de identidad -que significa distinción o yo- e identificación -que significa afinidad o conexión-. Si se ataca al grupo con el que nos identificamos, también nos sentimos atacados personalmente y reforzamos en nuestra mente la frontera entre «nosotros» y «ellos».

Este tipo de construcciones mentales pueden engendrar prejuicios. Las clasificaciones en grupos tipo «nosotros» y «ellos» despiertan celos, odio, antagonismo y miedo. Cuando se ataca a alguien que reivindica una identidad específica -nacional, política, religiosa, etc. -, la pertenencia al mismo grupo se hace más fuerte al defenderse sus miembros. Pero aferrarse a las identidades puede obstruir nuestra comprensión de los demás, como explicó Abdu’l-Bahá:

Cada nación se ha aferrado a sus propias imitaciones y como ellas difieren, el resultado es la guerra, el derramamiento de sangre y la destrucción de la base de la humanidad… pero el hombre ha echado las bases de prejuicio, el odio y la discordia con sus congéneres al considerar las nacionalidades separadas en importancia, y las razas, diferentes en derechos y privilegios.

Principalmente pensamos en los prejuicios con respecto a algunas de las descripciones obvias, como la nacionalidad, el color de la piel y el sexo. Pero existen otros tipos de prejuicios más sutiles: el acento de alguien, su ropa, su aspecto, incluso sus ideas. Abdu’l-Bahá señaló que:

…deben abandonarse todos los prejuicios religiosos, raciales, nacionalistas y políticos, pues ellos destruyen la verdadera base de la unidad… los prejuicios y fanatismos que hoy existen entre las religiones son injustificables puesto que se oponen a la realidad… Considerad el prejuicio del nacionalismo. Este es un solo globo, una tierra, un país. Dios no lo divide en fronteras nacionales. Ha creado todos los continentes sin divisiones nacionales. ¿Por qué deberíamos hacer tales divisiones? Estas no son sino líneas y fronteras imaginarias.

Encontrar intereses y asociaciones mutuas en sí no es algo malo, pero la práctica necesita ser entendida en una perspectiva adecuada. En sus Tablas del Plan Divino, Abdu’l-Bahá escribió:

En el mundo contingente hay muchos centros colectivos que conducen a la asociación y unidad entre los hijos de los hombres. Por ejemplo, el patriotismo es un centro colectivo; el nacionalismo es un centro colectivo, la identidad de intereses es un centro colectivo; la alianza política es un centro colectivo; la unión de los ideales es un centro colectivo, y la prosperidad del mundo y del género humano depende de la organización y promoción de centros colectivos. Sin embargo, todas las instituciones mencionadas son, en realidad, la materia y no la esencia, accidentales, no eternas, temporales y no sempiternas.

Estas palabras de Abdu’l-Bahá sugieren que deberíamos aprender a vernos unos a otros como seres espirituales que piensan y sienten, en lugar de juzgarnos por las apariencias externas. Si actuamos así, también podríamos empezar a aprender a entendernos como seres que se esfuerzan por ser más cariñosos, amables, corteses, devotos y amistosos. De hecho, dado que los conocemos tan bien, es posible que ya consideremos a los amigos cercanos y a la familia según estas normas. Lo contrario es mantener a los demás a distancia, apartados por una barrera emocional o conceptual, y pasamos por alto su verdadera identidad.

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