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La salud pública o el mercado: ¿cuál es la prioridad?

David Langness | Mar 20, 2021

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David Langness | Mar 20, 2021

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En la pequeña ciudad californiana en la que vivo, mi comunidad ha sido testigo de un intenso debate sobre las duras restricciones derivadas de la pandemia durante el pasado año, exactamente igual que en muchos otros lugares del mundo.

A nadie le gusta tener que llevar mascarilla, cerrar negocios y mantener el «distanciamiento social» -un oxímoron nocivo como pocos-, que la mayor parte de la comunidad ha cumplido a regañadientes.

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Sin embargo, la semana pasada leí en nuestro periódico local una cita sucinta de una sola frase que resumía todo el debate. Un conocido gastrónomo que ha mantenido su establecimiento abierto a pesar de las nuevas normas y restricciones dijo a los funcionarios electos del condado: «No voy a cooperar con mi propia destrucción».

Comprendo su renuencia. El negocio que le ha costado construir, que mantiene a su familia, da empleo a muchas personas y beneficia a la ciudad no solo con su excelente comida sino con sus impuestos, se enfrenta a un cierre permanente si las restricciones del COVID-19 se prolongan mucho más. Estas restricciones por la pandemia tienen consecuencias reales para algunos, y probablemente obligarán a muchos negocios a cerrar permanentemente, dejando a empleados sin trabajo y devastando ciertos segmentos de nuestra economía.

Esta fractura en nuestra estructura social por las medidas pandémicas se ha producido en todo el planeta. En casi todas las naciones y en todas las ciudades y pueblos, hemos visto surgir el conflicto entre los miembros de la comunidad empresarial que quieren hacer todo lo posible para mantener el comercio a flote, y los de la comunidad de la salud pública que quieren cerrar gran parte de él para detener la marea de la enfermedad y salvar vidas.

Pero demos un paso atrás y consideremos todo el asunto desde una perspectiva más amplia y espiritual.

Numerosos estudios científicos han demostrado que el coronavirus se propaga con mayor rapidez en espacios interiores muy concurridos y sin suficiente ventilación, donde personas sin mascarilla comen, beben y se relacionan. Estas reuniones tienen las repercusiones antisociales más extremas que se puedan imaginar: matan a la gente.

Ahora sabemos, después de más de un año de esta terrible pandemia, que las medidas de salud pública para detener la transmisión de la enfermedad funcionan. A estas alturas todo el mundo ha memorizado el guion: lavarse las manos con frecuencia, llevar una mascarilla (o dos), evitar juntarse con personas ajenas al hogar inmediato, mantener esos dos metros de separación que todos despreciamos. Si lo hacemos, salvaremos vidas.

¿Salvamos vidas o salvamos empresas?

Entonces, ¿qué es más importante? ¿Salvamos vidas o salvamos empresas? Algunos pueden discutir los detalles, pero esa es la ecuación básica a la que se reduce este acalorado debate. En última instancia, esa ecuación plantea una poderosa cuestión moral, y para orientarse en cuestiones de moralidad la civilización suele recurrir a las enseñanzas espirituales y las leyes de la religión en busca de respuestas.

En las enseñanzas bahá’ís, estas profundas respuestas fueron reveladas por Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe:

¡Por la rectitud del Señor! Habéis sido creados para mostrar amor unos por otros, y no perversidad y rencor. No os enorgullezcáis en el amor a vosotros mismos, sino en el amor a vuestros congéneres.

Es nuestra esperanza y deseo que cada uno de vosotros se convierta en fuente de toda bondad hacia los hombres y un ejemplo de rectitud para la humanidad. Cuidaos, no sea que os prefiráis sobre vuestros semejantes.

Al igual que todos los grandes profetas y maestros espirituales a lo largo de la historia, Bahá’u’lláh nos aconsejó amarnos unos a otros y preferir a los demás por encima de nosotros mismos.

Estas enseñanzas no son solo bonitos conceptos o ideales abstractos; para los bahá’ís, las leyes espirituales de Bahá’u’lláh proporcionan a la humanidad un marco para la arquitectura de una nueva era en la historia de la humanidad. Aconsejan a todo el mundo que haga todo lo posible por cuidar de los demás. En lugar de operar según la idea de la supervivencia del más fuerte -la ley de la selva, en la que todos luchamos contra todos los demás por lo que podemos conseguir-, las enseñanzas de Bahá’u’lláh nos aconsejan construir una cultura global de empatía y bondad, de unidad y unicidad, de cooperación y preocupación y una mayor consideración por el bienestar de los demás.

Así que parecería que las enseñanzas bahá’ís privilegian la salud pública sobre los negocios privados, ¿verdad?

No tan rápido. Bahá’u’lláh también enseñó que “Lo más amado de todo ante Mi vista es la Justicia…” Lo que plantea esta pregunta: ¿cómo es justo dejar que algunos sectores de nuestra economía sufran, soportando el peso y el dolor de la pandemia y sus restricciones de salud pública, mientras otros sectores florecen? ¿Por qué los restaurantes, los teatros, los músicos y otros negocios de cara al público tienen que elegir entre su sustento y la salud pública?

Las enseñanzas bahá’ís dicen que la equidad y la justicia en este plano físico de la existencia son responsabilidad de los dirigentes y los gobiernos del mundo. En una charla que dio en París en 1911, Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, dijo “Los gobiernos de los distintos países deberán ajustarse a la Ley Divina, que otorga igual justicia a todos”.

Así que la solución de la justicia equitativa en este caso, al parecer, implica no solo seguir y hacer cumplir las serias medidas de salud pública basadas en la ciencia, sino también, mediante la intervención gubernamental, apoyar a las empresas y a los trabajadores a los que esas medidas han afectado negativamente.

Algunos de los países más ilustrados del mundo ya han tomado medidas en este sentido, proporcionando a las empresas e instituciones públicas y a sus empleados recursos suficientes para sobrellevar la crisis. En Estados Unidos y en varias otras naciones eso no ha ocurrido todavía, o solo ha ocurrido parcialmente en algunos casos. Está claro que tenemos que hacer más como sociedad para apoyarnos unos a otros.

He aquí una idea de inspiración bahá’í: ¿qué tal si logramos ese objetivo gravando temporalmente a las empresas que han prosperado durante la pandemia, y utilizando esos ingresos para ayudar a los más afectados por las restricciones?

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Por ejemplo: las megacorporaciones basadas en la web han florecido ciertamente durante las cuarentenas de la pandemia porque el comercio en línea ha suplantado en gran medida las compras presenciales, así que ¿por qué no imponer una tasa temporal sobre esos beneficios excesivos relacionados con el Covid, y luego distribuir esos fondos a las empresas más afectadas y a sus propietarios y empleados?

Soluciones creativas como ésta podrían dar a todos la sensación de que ya no necesitan vivir según la ley de la selva, de que realmente estamos todos juntos en esto.

Para alcanzar los niveles de amor y justicia que piden las enseñanzas bahá’ís, la humanidad en su conjunto debe buscar soluciones conjuntas a estos problemas compartidos, para que todos podamos recuperarnos, tanto material como espiritualmente, de los estragos de este virus.

Estas sencillas acciones nos protegerán, como demuestra el hecho de que los países que las aplican con mayor rigor han logrado evitar las peores consecuencias de la pandemia.

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