Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Las enseñanzas bahá’ís muestran a la humanidad cuáles serían los beneficios personales, sociales y culturales de la unidad, y, además, proveen los medios para alcanzarla.
Desde el fallecimiento de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe Bahá’í, en 1892, la palabra unidad ha adquirido nuevos significados y connotaciones.
Por esta razón, aclaremos lo que significa aquí y lo que no. En su uso coloquial, las personas a menudo definen tácitamente la unidad como un movimiento hacia la igualdad. Los bahá’ís no creen que la unidad sea uniformidad; en cambio, representa la cohesión orgánica de diversos elementos que, según señalan las enseñanzas bahá’ís, deben abarcar y adaptarse a la diversidad:
Considera las flores de un jardín: aunque son diferentes en tipo, color, forma y aspecto, sin embargo, por cuanto son refrescadas por las aguas de una sola fuente, son vivificadas por el soplo de una sola brisa, son vigorizadas por los rayos de un único sol, esta diversidad aumenta su encanto y realza su belleza. Así, cuando surte efecto esa fuerza unificadora que es la penetrante influencia de la Palabra de Dios, la diferencia de costumbres, actitudes, hábitos, ideas, opiniones y disposición embellece el mundo de la humanidad. Esta diversidad, esta diferencia es como la disimilitud y la variedad creadas por naturaleza en los miembros y órganos del cuerpo humano, ya que cada uno de ellos contribuye a la belleza, la eficacia y perfección del todo. Cuando estos diferentes miembros y órganos se someten a la influencia del alma soberana del hombre y el poder del alma penetra las extremidades, los miembros, las venas y arterias del cuerpo, entonces la diferencia refuerza la armonía, la diversidad fortalece el amor y la multiplicidad es el más grande factor de coordinación.
¡Qué desagradable sería para la vista si todas las flores y plantas, todas las hojas y capullos, los frutos, las ramas y los árboles de ese jardín fueran todos de la misma forma y color! La diversidad de tonos, de forma y aspecto enriquece y adorna el jardín, y realza su efecto. De la misma manera, cuando se reúnen diferentes matices de pensamiento, de temperamento y carácter, y se someten al poder y la influencia de un único organismo central, se revelarán y pondrán de manifiesto la belleza y la gloria de la perfección humana. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág.217-218.
A fines del siglo XIX, Bahá’u’lláh identificó el logro de la unidad en la diversidad como nuestra mayor necesidad social. Esto sigue siendo cierto actualmente en los albores del tercer milenio. De hecho, la vida y las enseñanzas de Bahá’u’lláh son un testimonio de las urgentes necesidades de esta época. Afortunadamente, los historiadores contemporáneos presenciaron y escribieron acerca de los incomparables eventos de la vida y el ministerio de Bahá’u’lláh; sin embargo, a menudo se quedaban sin palabras al tratar de describirlo. Quizás el mejor intento ocurrió dos años antes de su fallecimiento, cuando el propio Bahá’u’lláh se reunió con uno de los pocos occidentales que llegaron a conocerlo. El visitante fue Edward Granville Browne, un joven estudioso de la cultura oriental y futuro profesor de la Universidad de Cambridge. En palabras del profesor Browne:
El rostro de aquel a quien contemplé nunca lo podré olvidar y, no obstante, no puedo describirlo. Esos ojos penetrantes parecían leer mi propia alma; en su amplia frente había poder y la autoridad… ¡No era necesario preguntar en presencia de quién me encontraba al inclinarme ante aquel que es objeto de una devoción y un amor que los reyes envidian y por los cuales los emperadores suspiran en vano! – EG Browne, citado en Edward Granville Browne, de Hasan Balyuzi, y Baha’i Faith , pág. 56.
En sus memorias, el profesor Browne cuenta que Bahá’u’lláh, con voz suave y digna, lo invitó a sentarse y se dirigió a él:
¡Alabado sea Dios por haber llegado hasta Mí!… Has venido a ver a un prisionero y un desterrado… Nosotros solo deseamos el bien del mundo y la felicidad de las naciones; sin embargo, nos consideran causantes de sedición y de rivalidades, merecedores de la prisión y el destierro… Que todas las naciones tengan una fe común y todos los hombres sean hermanos; que se fortalezcan los lazos de afecto y unidad entre los hijos de los hombres; que desaparezca la diversidad de religiones y se anulen las diferencias de raza. ¿Qué de malo hay en esto?… Pero, esto se cumplirá; estas luchas sin objeto, estas guerras desastrosas desaparecerán, y la «Paz Más Grande» reinará… ¿Vosotros, en Europa, ¿no necesitáis esto también? ¿No fue esto mismo lo que anunció Cristo?… Sin embargo, vemos a vuestros reyes y gobernantes disipando sus tesoros más en medios de destrucción de la raza humana que en aquello que proporcionaría felicidad a la humanidad… Estas luchas, este derramamiento de sangre y esta discordia cesarán, y todos los hombres serán como miembros de una sola familia. – Bahá’u’lláh, citado por EG Browne, Ibid., pág. 57.
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