Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Me gusta hablar con amigos y conocidos, y me resulta especialmente apasionante cuando, en el transcurso de la conversación, nos planteamos cuestiones fundamentales sobre la vida.
En toda filosofía de la vida, la cuestión de la existencia de un Creador ocupa todavía hoy un lugar importante. Así, un creyente, independientemente de su concepto de Dios, suele evaluar y configurar su vida de forma diferente a como lo hace un no creyente.
Dado que esta «cuestión de Dios» nos condiciona más de lo que a menudo pensamos, las discusiones al respecto pueden tener una gran carga emocional. Con frecuencia he experimentado, cuando surge la cuestión de un Creador, cómo una situación de discusión relajada puede dar un vuelco de un momento a otro. Alguien se siente rápidamente ofendido porque, por ejemplo, lo que él cree es tachado de superstición anticuada. Si entonces se defiende, surge una disputa y difícilmente es posible una discusión objetiva.
Según mi experiencia, la forma más acertada de abordar la compleja cuestión de Dios es hacerlo paso a paso.
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¿Se puede refutar la existencia de Dios?
¿Es posible refutar de forma convincente la existencia de un Ser Supremo? Los cinco argumentos más conocidos contra la idea de un Creador son:
1. Dios no es visible
2. Dios no es más que un deseo del hombre
3. las Sagradas Escrituras contradicen la realidad
4. el argumento del «Dios de los vacíos»
5. el problema del mal (teodicea)
Las cuatro primeras tesis se revelan rápidamente insostenibles. No obstante, contienen información importante y valiosa para profundizar en la cuestión del Creador.
El primer argumento subraya que Dios no es un «objeto» físico en el sentido habitual. Dios no puede ser percibido directamente con los sentidos físicos. En consecuencia, los efectos que emanan de Dios sólo pueden ser de naturaleza indirecta. Esta circunstancia debe tenerse en cuenta a la hora de buscar pruebas empíricas de la existencia de Dios…
El segundo argumento apunta a una debilidad típicamente humana: a los humanos nos gusta creer lo que nos resulta atractivo y agradable. En la búsqueda del conocimiento, la ilusión es una trampa que se observa con frecuencia. Debemos ser siempre conscientes de ella porque puede llevarnos por mal camino.
En el tercer caso, se nos advierte acertadamente contra una interpretación superficial e ingenua de las Sagradas Escrituras. Por lo tanto, en todos los escritos de los grandes fundadores de la religión, es importante considerar cuidadosamente qué pasajes deben ser literales y cuáles deben interpretarse simbólicamente o como parábolas.
Por último, pero no por ello menos importante, el argumento del «Dios de los vacíos» nos muestra que no todo lo supuestamente inexplicable puede utilizarse como argumento a favor de la existencia de un poder superior. En muchos casos hay explicaciones bastante naturales para fenómenos que se han atribuido prematura y erróneamente a la acción directa de una deidad sobrenatural.
Teodicea: El problema del mal
El llamado problema de la teodicea representa la objeción comparativamente más peliaguda a la existencia de Dios. El término «teodicea» deriva del griego y significa aproximadamente «justicia de Dios» o «justificación de Dios». Este argumento se refiere a la supuesta incompatibilidad entre el poder y la benevolencia divinos, por un lado, y la existencia del mal, reconocible en los numerosos males del mundo, por otro.
Un Dios benevolente con el poder correspondiente, suele argumentarse, nunca permitiría condiciones en las que personas inocentes tuvieran que sufrir enormemente –por lo que, concluyen algunos, no puede existir un Dios que sea a la vez benevolente y omnipotente.
La principal razón por la que este argumento no es válido se debe al libre albedrío humano. El libre albedrío implica automáticamente que todos podemos –consciente o inconscientemente– actuar de forma dañina que genere sufrimiento en nosotros mismos y en los demás. Por tanto, el mal en el mundo depende principalmente de la madurez de los seres humanos individuales, así como de la comunidad mundial en su conjunto.
Además, la existencia de una vida después de la muerte también invalidaría el argumento de la teodicea, porque permite compensar con justicia el sufrimiento excesivo experimentado en este mundo. De hecho, en los escritos bahá’ís Bahá’u’lláh describe precisamente esa vida después de la muerte:
Y ahora, referente a tu pregunta acerca del alma del hombre y su supervivencia después de la muerte, has de saber que, ciertamente, el alma después de su separación del cuerpo continuará progresando hasta que alcance la presencia de Dios, en un estado y condición que ni la revolución de las edades y siglos, ni los cambios o azares de este mundo pueden alterar.
… días de inmensa alegría, de delicia celestial, hay de seguro en abundancia para vosotros. Mundos santos y espiritualmente gloriosos serán descubiertos a vuestros ojos. Habéis sido destinados por Él a participar, en este mundo y en el próximo, de sus beneficios, compartir sus alegrías y obtener una porción de su gracia sostenedora.
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¿Es demostrable la existencia de Dios?
El hecho de que no exista ninguna refutación válida de la existencia de Dios no significa, por supuesto, que Dios exista realmente. Por eso, Richard Dawkins, ateo convencido, afirma con razón: «Lo que importa no es si Dios es refutable (no lo es), sino si su existencia es probable. Ésa es otra cuestión».
Como la más joven de las religiones del mundo, la Fe bahá’í confirma la existencia de Dios y la importancia central del Creador para una vida plena.
Sin embargo, las enseñanzas bahá’ís no consideran la existencia de Dios como una mera cuestión de fe, sino que se basan en la razón y en la investigación independiente de la verdad por parte de cada persona. Abdu’l-Bahá, en un discurso que ofreció en la ciudad de Nueva York en 1912, dijo:
Debéis esforzaros día y noche para adquirir los significados del reino celestial, para percibir los signos de la Divinidad y adquirir la certeza del conocimiento comprendiendo que este mundo tiene un Creador, un Vivificador un Proveedor, un Arquitecto. Debéis conocer esto a través de pruebas y evidencias y no mediante los sentidos, no, más bien por medio de argumentos decisivos y visión real…
Por tanto, vale la pena considerar seriamente los diversos argumentos a favor de la existencia de Dios. Sobre todo, los dos enfoques clásicos –el argumento cosmológico y el teleológico– adquieren una persuasión objetiva totalmente nueva si también se tienen en cuenta los descubrimientos de la ciencia moderna.
La apuesta de Pascal: una evaluación del riesgo
Si ahora te preguntas cómo abordar el tema de Dios –siempre que aún no hayas formado una opinión propia bien fundada–, puedes beneficiarte de las reflexiones del matemático y filósofo francés Blaise Pascal. Pascal era agnóstico (de «a-gnoein» o no saber) y suponía que la cuestión de Dios no podía responderse de manera indubitable.
En consecuencia, desarrolló un enfoque pragmático para hacer frente a la incertidumbre de la cuestión de Dios, ahora famoso como «la apuesta de Pascal». A Pascal se le ocurrió la idea de que todo ser humano podía «apostar» por la existencia de Dios con la totalidad de su vida en aras únicamente de la razón.
Para comprender mejor esta ecuación, conviene tener en cuenta que Pascal pensaba en un Creador según la concepción cristiana imperante en la época. Su razonamiento era más o menos el siguiente:
Si Dios existe realmente, la ganancia para quien apuesta por Dios y, en consecuencia, elige un modo de vida piadoso sería inimaginablemente grande. Si se equivocara en su apuesta debido a que Dios no existe realmente, la pérdida sería comparativamente pequeña.
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Si, por el contrario, se apostara que Dios no existe, aunque se acertara, la ganancia sería insignificante. Si, por el contrario, el apostante se equivocara porque, contrariamente a su suposición, Dios sí existe, la pérdida del paraíso prometido de la otra vida sería enorme, y equivaldría a una catástrofe indescriptible para él personalmente.
Según Pascal, la ponderación lógica y razonada del beneficio y la pérdida conduce, por tanto, a la invitación asombrosamente clara de vivir como si Dios existiera realmente, a pesar de cualquier incertidumbre potencial.
Es evidente que no existe ninguna prueba válida que demuestre de forma concluyente la inexistencia de Dios. Sin embargo, dilucidar si Dios existe realmente no es tarea fácil, y requiere un examen serio del tema. A este respecto, sugiero seguir el consejo pragmático de Blaise Pascal. Según esa concepción, uno debe suponer la existencia de Dios y llevar una vida amable, amorosa y humana que sea agradable a Dios. La razón es muy sencilla: Si uno se equivoca en esta suposición, la pérdida sería muy pequeña. Si, por el contrario, Dios existe realmente, la ganancia sería inconmensurable.
Versión original de este artículo en Perspektivenwechsel-Blog.
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