Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
A pesar de que Cristo vino de Nazaret, que era un lugar conocido, también vino del Cielo. Su cuerpo nació de María, pero su Espíritu vino del Cielo. La espada que portaba era la espada de Su lengua, con la que separó el bien del mal, lo verdadero de lo falso, los fieles de los infieles, y la luz de la oscuridad. ¡Su Palabra era, sin duda, una afilada espada! El Trono que ocupó es el Trono Eterno, desde el cual Cristo reinará eternamente; un trono celestial, no terrenal, pues las cosas de la tierra pasan, mientras que las del cielo son eternas. Él interpretó y completó la Ley de Moisés y cumplió la Ley de los Profetas. Su palabra conquistó Oriente y Occidente. Su Reino es eterno. Él exaltó a aquellos judíos que Le reconocieron. Éstos fueron hombres y mujeres de humilde cuna, pero su asociación con Él les hizo grandes y ganaron dignidad imperecedera. Los animales que habrían de vivir los unos con los otros representaban las diferentes sectas y razas que, después de haber estado en guerra, deberían vivir en adelante unidas por el amor y la caridad, bebiendo juntas el Agua de Vida de Cristo, la Fuente Eterna.
– ‘Abdu’l-Bahá, La sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá, páginas 76-77
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