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¿Cuál es nuestro papel individual en la creación de la paz?

David Langness | Ago 23, 2018

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David Langness | Ago 23, 2018

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El motor del progreso humano, dicen las enseñanzas bahá’ís, funciona con el combustible de nuestra preocupación colectiva por los demás.

Sin esa desinteresada y altruista dedicación al continuo desarrollo espiritual y material de los demás y de cada cultura, no podemos lograr la unidad y la armonía que el mundo tan desesperadamente necesita. Sin amor por cada persona, expresado no solo en palabras sino también en hechos, el mensaje esencial de los profetas y fundadores de las grandes religiones del mundo no se alcanzará:

«El propósito de la religión, tal como ha sido revelado desde el cielo de la Santa Voluntad de Dios, es establecer la unidad y la concordia entre los pueblos del mundo; no la convirtáis en causa de lucha y discordia. La religión de Dios y su ley divina son los más potentes instrumentos y el más seguro de todos los medios para hacer que la luz de la unidad alboree entre los hombres. El progreso del mundo, el desarrollo de las naciones, la tranquilidad de los pueblos y la paz de todos los que habitan en la tierra se hallan entre los principios y ordenanzas de Dios». –  Las Tablas de Bahá’u’lláh, p. 86.

Nuestra preocupación por la comunidad y por el bien colectivo es lo que realmente mide nuestra espiritualidad. El desarrollo espiritual interno siempre comienza en el nivel del individuo, pero si engendra amor por los demás, este círculo se expandirá inevitablemente para incluir a toda la humanidad:

Cuando hay unidad en una determinada familia, observad con qué facilidad se conducen los asuntos de esa familia, cómo progresan sus miembros, cómo prosperan en el mundo. Sus asuntos están en orden, gozan de comodidad y tranquilidad, están seguros, su posición está afianzada, llegan a ser la envidia de todos. Tal familia no hace sino acrecentar su situación y su honor perdurable con cada día que transcurre. Y si ampliamos un poco la esfera de la unidad para incluir a los habitantes de una aldea que tratan de ser amables y unidos, traban amistad entre ellos y son bondadosos unos con otros, qué grandes avances se verá que logran, cuán seguros y protegidos estarán. Luego ampliemos algo más la esfera y tomemos a los habitantes de una ciudad, a todos conjuntamente: si establecen entre ellos los más sólidos lazos de unidad, hasta dónde han de progresar, incluso en un breve período, y qué poder han de ejercer. Y si se amplía aún más la esfera de la unidad, es decir, si los habitantes de un país entero desarrollan corazones pacíficos y, de todo corazón y alma anhelan cooperar mutuamente y vivir en unidad, y si llegan a ser bondadosos y amables unos con otros, ese país obtendrá gozo sempiterno y gloria imperecedera. Tendrá paz, abundancia y enorme riqueza.

Observad entonces: si todos los clanes, tribus, comunidades, naciones, países y territorios de la tierra se reunieran bajo el pabellón unicolor de la unicidad de la humanidad, y por los deslumbradores rayos del Sol de la Verdad proclamaran la universalidad del hombre; si hicieran que todas las naciones y todos los credos abriesen ampliamente los brazos unos a otros, que establecieran un Consejo Mundial y procedieran a unir unos con otros a los miembros de la sociedad por sólidos vínculos recíprocos, ¿qué sucedería entonces? No cabe duda de que el divino Amado, en toda Su tierna hermosura, y con Él una numerosa hueste de confirmaciones celestiales y de bendiciones y dádivas humanas, aparecerían ante la congregación del mundo en Su gloria más plena. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, p. 209.

Piénselo de esta manera: ¿cuáles son sus esperanzas más profundas para con sus congéneres? ¿Quieres paz, prosperidad y progreso? La mayoría de nosotros respondería que sí a esa pregunta. La siguiente pregunta lógica sería: «¿qué estás dispuesto a hacer personalmente para alcanzar aquellas esperanzas?»

Desde una perspectiva bahá’í, el progreso humano depende de la aplicación de los principios que Bahá’u’lláh y Abdu’l-Bahá ilustraron, que delinean una visión para un planeta unificado y pacífico. ¿Le gustaría ver crecientes lazos de unidad en el mundo? ¿un espíritu en desarrollo que albergue la posibilidad real de alcanzar la paz; y un sistema colectivo global que proteja nuestro medio ambiente? ¿Sería feliz si el mundo pudiera aumentar la armonía racial, la comprensión religiosa y el desarme militar? ¿Apoya la igualdad de mujeres y hombres, la eliminación de los prejuicios, el acuerdo esencial de la ciencia y la religión? ¿Puedes imaginar el progreso que alcanzaríamos al defender los derechos humanos de cada persona?

Si respondiste sí a esas preguntas, entonces las enseñanzas bahá’ís te aconsejan que primero debes ponerlas en práctica a nivel individual:

“Debes convertirte en un instrumento de iluminación para el mundo de la humanidad. ¡Esta es la prueba y señal infalible! Todo progreso depende de dos cosas: el conocimiento y la práctica. Primero adquiere conocimientos, y, cuando alcances la convicción, ponlo en práctica». – Abdu’l-Bahá en Londres, p. 108.

Una vez que haya comenzado ese proceso individual, inevitablemente llegará a un punto donde crecerá su propia felicidad, paz y satisfacción internas. Entonces, el próximo paso se vuelve claro, entonces comienzas a preguntarte: «¿cómo puedo traer luz al mundo de la humanidad? ¿Qué puedo hacer para hacer de este mundo un lugar mejor?”.

Las enseñanzas bahá’ís describen nuestra responsabilidad individual en este sorprendente pasaje de Abdu’l-Bahá:

«Que os volváis sabios en las ciencias, adquiráis las artes y oficios, demostréis ser miembros útiles de la sociedad humana y ayudéis al progreso de la civilización. Ojalá seáis la causa de la manifestación de las dádivas divinas – cada uno de vosotros una 109 estrella brillante irradiando la luz de la unidad de la humanidad hacia los horizontes del Este y del Oeste. Quiera Dios que os dediquéis al amor y unidad de la humanidad, y que a través de vuestros esfuerzos la realidad depositada en el corazón humano pueda encontrar su divina expresión». – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pp. 108-109.

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