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Religión

El curioso caso de los misterios gemelos: la humanidad y nuestro Creador

Arvind Auluck-Wilson | Feb 5, 2024

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¿No es curioso que un «desconocido» o «incognoscible» pueda ayudar a encontrar la clave de otro misterio?

Al fin y al cabo, ésa es la forma en que solemos adquirir conocimientos: partiendo de algo conocido, examinamos un misterio desconocido con la ayuda de lo que ya sabemos.

Utilicemos este enfoque para abordar el caso de los misterios gemelos: la humanidad y nuestro Creador.

Empezaremos por el conocimiento de la realidad, vista y no vista, utilizando el lenguaje y la terminología de las enseñanzas bahá’ís, que reconocen los conceptos místicos de «Dios», «espíritu», «alma» y «mente», al tiempo que defienden la ciencia como «el más alto logro en el plano humano».

Aquí, debemos aceptar que se trata de realidades que no pueden definirse de forma rigurosa, como se intentaría definir los términos de las matemáticas o incluso de la filosofía. Este plano más místico del conocimiento utiliza la poesía, la analogía, la metáfora y la paradoja; en lo que la Casa Universal de Justicia bahá’í llamó «un reino en el que las Manifestaciones Mismas hablan con muchas voces”.

Este pasaje de un discurso pronunciado en 1912 por Abdu’l-Bahá en la Universidad de Columbia de Nueva York explica claramente las enseñanzas bahá’ís sobre la realidad conocida:

Si miramos con vista perceptiva al mundo de la creación, encontramos que todas las cosas existentes pueden ser clasificadas como sigue: primero, el mineral – es decir – la materia o sustancia que aparece en varias formas de composición -; segundo, el vegetal – que posee las virtudes del mineral más el poder de aumento o crecimiento, indicando un grado más alto y más especializado que el mineral-; tercero, el animal – que posee los atributos del mineral y el vegetal más el poder de la percepción sensorial-; cuarto, el humano, el más alto organismo especializado de la creación visible, encarnando las cualidades del mineral, del vegetal, y del animal más un don ideal absolutamente ausente en los reinos inferiores – el poder de la investigación intelectual de los misterios de los fenómenos exteriores. El producto de este don intelectual es la ciencia, la cual es una característica específica del hombre. Este poder científico investiga y comprende los objetos creados y las leyes que los rodean. Es el descubridor de los ocultos y misteriosos secretos del universo material y es peculiar al hombre solamente. Por tanto, la más noble y encomiable realización del hombre es el logro y conocimiento científico.

En otra charla que dio en Nueva York, Abdu’l-Bahá profundizó en lo que crea esa investigación intelectual:

Dios ha conferido y adicionado al hombre un poder distinto – la facultad de investigar intelectualmente los secretos de la creación, la adquisición de un conocimiento superior – cuya máxima virtud es la ilustración científica. Esta dote es el más encomiable poder del hombre, porque mediante su empleo y ejercicio se logra el mejoramiento de la raza humana, el desarrollo de las virtudes de la humanidad se hace posible y el espíritu y los misterios de Dios se hacen manifiestos.

No hay nada en toda la creación natural como el alma humana, con sus capacidades intelectuales y sus habilidades inventivas, para ayudar al mejoramiento de la humanidad. Las enseñanzas bahá’ís concluyen que la realidad factual de la aparición del alma humana señala la presencia de reinos sobrenaturales, además de los cinco reinos naturales enumerados anteriormente.

Como sabemos, todo efecto debe tener una causa, y la causa del alma humana, dicen las enseñanzas bahá’ís, es sobrenatural, un Creador incognoscible.

Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, dijo que el alma humana es «una joya celestial… cuyo misterio ninguna mente, por aguda que sea, podrá esperar jamás desentrañar», y «uno de los signos de Dios, un misterio entre Sus misterios». De este modo, los misterios gemelos del alma humana y de su Creador, Dios, se reflejan mutuamente. Ambos son misteriosos, es decir, desconocidos e incognoscibles en sus esencias, pero cognoscibles en sus manifestaciones.

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Abdu’l-Bahá, en una charla el 10 de noviembre de 1912 en Washington D.C., abordó directamente las fuentes de tales misterios cuando planteó y luego respondió esta pregunta: «¿Cuál es la realidad de la Divinidad, qué es lo que entendemos por Dios?».

Cuando consideramos el mundo de la existencia, encontramos que la realidad esencial subyacente en cualquier fenómeno dado es desconocida. Las cosas fenomenales o creadas sólo son conocidas por nosotros mediante sus atributos. El hombre sólo discierne las manifestaciones o atributos de los objetos en tanto que su identidad o realidad permanece oculta… Todo lo que abarca el entendimiento humano es finito y en relación con ello nosotros somos infinitos porque lo entendemos. Ciertamente, lo finito es menor que lo infinito; lo infinito ese siempre más grande. Si la realidad de la Divinidad pudiese contenerse dentro del alcance de la mente humana, después de todo sólo poseería una existencia intelectual – sería un mero concepto intelectual sin existencia exterior, una imagen o semejanza que ha sido comprendida por el intelecto finito. La mente del hombre lo trascendería. ¿Cómo podría ser que una imagen que sólo tiene existencia intelectual sea la realidad de la Divinidad, la cual es infinita? Por tanto, la realidad de la Divinidad y su identidad están más allá del alcance de la intelección humana, porque la mente humana, el intelecto humano, el pensamiento humano son limitados siendo ilimitada la realidad de la Divinidad. ¿Cómo puede lo limitado siempre comprende lo ilimitado? Lo limitado jamás puede comprender, abarcar ni admitir lo ilimitado. Por tanto, todo concepto de Divinidad que acude al intelecto de un ser humano es finito, o limitado y es un puro producto de la imaginación, en tanto que la realidad de la Divinidad está santificada y consagrada por encima y está más allá de todos esos conceptos.

Qué extraordinaria conclusión: que solo el misterio del alma humana puede contemplar el misterio del Creador.

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