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Cultura

División, desunión, destrucción: superando la política partidista

Rodney Richards | Ago 8, 2019

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Rodney Richards | Ago 8, 2019

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La política, por definición, significa dos cosas: la gobernanza de un país y el anhelo de alcanzar poder, sea individual o partidista. Los bahá’ís ven a estos dos puntos como antitéticas: como el agua y el aceite, estas no se mezclan bien.

Necesitamos gobernanza, la cual es muy importante para el desarrollo de la sociedad y la civilización, pero la búsqueda del poder socava y destruye dicho desarrollo. Perseguir el poder político para el bienestar propio, más que para el bien de la gente, puede causar división, ira y odio, y a menudo resulta en los peores gobernantes y legisladores, no en los mejores. Las noticias demuestran este hecho cada hora.

Esa es solo una de las razones por las que los bahá’ís evitan la política partidista:

«Aunque leales a Sus respectivos gobiernos, aunque profundamente interesados en cuanto afecte a su seguridad y bienestar, aunque ansiosos por participar en todo aquello que promueva sus mejores intereses, la Fe con la que los seguidores de Bahá’u’lláh están identificados, lo creen firmemente, es algo que Dios ha elevado muy por encima de las tempestades, las divisiones y las controversias del campo político. Conciben su Fe como esencialmente apolítica, de carácter supranacional, estrictamente no partidista, y enteramente disociada de ambiciones, fines y propósitos nacionalistas. Esta Fe no conoce división de clase ni de partido. Subordina, sin vacilación ni equívoco, todo interés particular, ya sea personal, regional o nacional, a los supremos intereses de la humanidad, firmemente convencida de que, en un mundo de pueblos y naciones interdependientes, la conveniencia de una parte se logra mejor por la conveniencia del todo, y que no puede otorgarse beneficio permanente alguno a las partes componentes si se pasan por alto o se desatienden los intereses generales de la propia entidad.» –  Shoghi Effendi, El Orden Mundial de Bahá’u’lláh , pág 346.

Sin embargo, muchos, muchos bahá’ís son servidores públicos. Yo mismo fui uno por 39 años, trabajando para el Estado de Nueva Jersey. Primero fui contratado como un almacenista, subí de rango, e hice todo lo posible por aplicar los ideales bahá’ís de sabiduría, lealtad, independencia, consideración, franqueza y amabilidad en todos mis tratos. Estaba lejos de ser perfecto, pero sin un espíritu de cooperación y reciprocidad, no podría haber completado ninguna de mis tareas asignadas.

Coherentes con evitar la política partidista, los bahá’ís tienen cargos designados para servir a la humanidad, pero no trabajan en cargos de elección popular, a menos que sean estrictamente no partidistas. ¿Por qué? Bueno, si has pasado por un ciclo de elecciones políticas modernas, has visto los anuncios que atacan, las distorsiones de historiales, los desprecios e incluso las mentiras directas sobre los candidatos opositores. Toda esa disputa partidista viola el espíritu de unidad bahá’í. Al elegir sus propios organismos administrativos elegidos democráticamente a nivel local, nacional e internacional, los bahá’ís evitan las nominaciones y las campañas electorales debido a este tema divisorio:

«Que se abstengan de relacionarse, de palabra u obra, con los empeños políticos de sus respectivas naciones, con las políticas de sus gobiernos y los planes y programas de partidos y bandos. En tales controversias, no deberían censurar, ni tomar parte, ni promover ideas, ni identificarse con ningún sistema que perjudique los mejores intereses de la Camaradería mundial que es su objetivo proteger y fomentar.» – Ibíd., pág. 109.

Esta postura de no participación en política partidista no significa que los bahá’ís, lejos de mantenerse distantes de los problemas que rodean la gobernanza de su nación, no logren involucrar activamente a sus conciudadanos en la comprensión y resolución de los problemas del día. Los bahá’ís hacen esto a través del discurso, una postura humilde de aprendizaje y participación en todos los niveles de la sociedad, con individuos y organizaciones. Por ejemplo, sirvo como miembro de la Comisión de Medio Ambiente de mi municipio, y ofrezco mi voz y voto acerca de las solicitudes de uso de la tierra. Esa Comisión, preocupada por la protección del medio ambiente, también sopesa los beneficios o daños de los nuevos proyectos de construcción para la comunidad.

Los bahá’ís también están comprometidos con la reforma social global. En todo el mundo, los bahá’ís participan, con otros grupos progresistas, en actividades que promueven los objetivos de paz, trabajando por mejores relaciones raciales, mejor educación de los niños y mejor unidad en los barrios.

Lo que vemos hoy en la política es más que desafortunado: se ha vuelto absolutamente perjudicial para el progreso de las gentes y de gobiernos estables en todo el mundo. La división política y la incapacidad para llegar a un consenso sobre los problemas que afectan a millones de ciudadanos demuestran ampliamente que las estructuras actuales ya no funcionan:

«Si los ideales albergados durante largo tiempo e instituciones consagradas por la tradición, si ciertas convenciones sociales y fórmulas religiosas han dejado de fomentar el bienestar de la mayoría de la humanidad, si ya no satisfacen las necesidades de una humanidad en continua evolución, que se descarten y queden relegadas al limbo de las doctrinas obsoletas y olvidadas. ¿Por qué éstas, en un mundo sometido a la inmutable ley del cambio y el desgaste, iban a estar exentas del deterioro que debe necesariamente alcanzar toda institución humana? Porque las normas legales, las teorías políticas y económicas han sido diseñadas únicamente para defender los intereses de toda la humanidad y no para que ésta sea crucificada por la conservación de la integridad de alguna ley o doctrina determinada.» – Ibíd., pág. 77.

Necesitamos grandes cambios, dicen las enseñanzas bahá’ís, no solo en la estructura de nuestros sistemas gubernamentales, sino también en los corazones y las mentes de nuestros líderes locales, estatales, nacionales e internacionales. Bahá’u’lláh, quien reveló nuevas leyes y sistemas espirituales para el beneficio de la humanidad, nos ha dado esos cambios. Depende de nosotros, en este punto, implementarlos:

«Implica un cambio orgánico en la estructura de la sociedad actual, un cambio tal como el mundo jamás ha experimentado. Constituye un desafío, audaz y universal a la vez, a las gastadas consignas de los credos nacionales, credos que han vivido su día y que, en el trascurso normal de los sucesos, según lo formar y controla la Providencia, deben abrir paso a un nuevo evangelio, fundamentalmente diferente de lo que el mundo ha concebido hasta ahora e infinitamente superior a ello. Requiere nada menos que la reconstrucción y la desmilitarización del conjunto del mundo civilizado, un mundo orgánicamente unificado en todos los aspectos esenciales de su existencia, maquinaria política, aspiraciones espirituales, comercio y finanzas, escritura e idioma, y con todo, infinito en la diversidad de las características nacionales de sus unidades federadas.» – Ibid, pág. 79.

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