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Ciencia

Contestando a dos grandes problemas científicos a la religión

Vahid Houston Ranjbar | Ene 5, 2023

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Vahid Houston Ranjbar | Ene 5, 2023

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La mayoría de las religiones tienen dos creencias comunes que la comprensión popular de la física parece cuestionar. ¿Cómo responden las enseñanzas bahá’ís, que apoyan la armonía entre ciencia y religión?

La primera creencia implica un tipo de existencia eterna que trasciende lo físico. La segunda es la existencia de un tipo de «voluntad» que actúa como agente activo y causal en el orden de nuestro universo.

Ambas ideas constituyen la base conceptual de un alma eterna y una deidad, los principales pilares en torno a los cuales la mayoría de las religiones, incluida la fe bahá’í, construyen su sistema de creencias.

Abdu’l-Bahá, el hijo e intérprete designado de la revelación de Bahá’u’lláh, abordó el reto de comprender una existencia eterna frente a la naturaleza transitoria de la existencia natural en varias de sus charlas y escritos. Por ejemplo, en una charla que dio en París hace más de un siglo explicó:

La creación física, en su totalidad, es perecedera. Estos cuerpos materiales están compuestos de átomos; cuando estos átomos comienzan a separarse, se produce la descomposición, y entonces sobreviene lo que llamamos muerte. Esta composición de átomos, que constituye el cuerpo o elemento mortal de todo ser creado, es temporal. Cuando el poder de atracción que mantiene unidos a estos átomos cesa de actuar, el cuerpo como tal deja de existir.

Con el alma ocurre algo diferente. El alma no es una combinación de elementos, no se compone de muchos átomos, sino de una sustancia indivisible y, por consiguiente, eterna. Está completamente fuera del orden de la creación física. ¡Es inmortal!

La filosofía científica ha demostrado que un elemento simple («simple», en el sentido de «no compuesto») es indestructible, eterno. El alma, al no ser una composición de elementos es, por naturaleza, un elemento simple y, por consiguiente, no puede dejar de existir.

Curiosamente, Abdu’l-Bahá citó el ejemplo de una cosa no compuesta (en lenguaje científico moderno, una partícula fundamental) para ilustrar la posibilidad de que una existencia sea eterna. De este modo, identifica el alma eterna como una existencia elemental. Una interpretación más contemporánea de la naturaleza de las partículas o fuerzas elementales indica que representan relaciones matemáticas eternas que pueden entrar y salir de la existencia, pero que siguen siendo eternamente verdaderas y las mismas, del mismo modo que una realidad matemática es eternamente verdadera, como la existencia de Pi o el número 3, que siguen siendo los mismos independientemente de cuándo se escriban.

En un discurso que dio a la Sociedad Teosófica en Boston en 1912, Abdu’l-Bahá relacionó esta conexión entre la comprensión del alma y las partículas elementales con otra idea fundamental:

Todos los organismos de la creación material están limitados a una imagen o forma. Es decir, todo ser material creado posee una forma: no puede poseer dos formas al mismo tiempo. Por ejemplo, un cuerpo puede ser esférico, triangular o cuadrado, pero le es imposible tener dos de estas formas simultáneamente. Puede ser triangular, pero si ha de convertirse en cuadrado debe primero desprenderse de la forma triangular. Es absolutamente imposible para él poseer ambas formas al mismo tiempo. Por tanto, es evidente en la realidad de los organismos materiales que no pueden poseerse simultáneamente formas diferentes. En la realidad espiritual del hombre sin embargo, todas las figuras geométricas pueden ser concebidas simultáneamente, mientras que las realidades físicas una imagen debe desecharse para que otra pueda ser posible. Esta es la ley de cambio y transformación y el cambio y la transformación son precursores de la mortalidad. Si no fuese por este cambio de forma, los fenómenos serían inmortales; pero debido a que la existencia fenomenal está sujeta a transformación es mortal. La realidad del hombre, no obstante, posee todas las virtudes; para él no es necesario abandonar una imagen por otra como hacen los meros cuerpos físicos. Por tanto, en esta realidad no hay cambio o transformación; es inmortal y sempiterna.

La idea de que el alma humana puede concebir múltiples formas contradictorias es curiosamente muy similar al concepto científico moderno llamado «superposición». Uno de los aspectos fascinantes de las partículas fundamentales que operan en el régimen de la mecánica cuántica es el hecho de que pueden poseer múltiples atributos contradictorios al mismo tiempo. Esta superposición de estados persiste hasta que se mide el atributo.

RELACIONADO: Ciencia y religión: ¿pueden trabajar juntas?

Tomar al pie de la letra un concepto espiritual

Hace más de dos milenios Pitágoras y más tarde Platón registraron un enfoque de la conceptualización de la materia que exponía una propiedad trascendente y eterna, a saber, que la forma o las relaciones matemáticas que subyacen y describen la observación de la materia son eternas y trascienden su expresión física individual. Esta comprensión básica de la materia y la forma subyace implícitamente a toda la física matemática, y su éxito desenfrenado en la construcción de teorías modernas precisas de la física es una prueba de la exactitud de esta visión de la naturaleza.

A partir de los propios escritos de Platón, los conceptos de las formas se volvieron algo confusos y oscuros, como revela una lectura del desafiante diálogo de Parménides. En él, Platón presenta a un Parménides anciano refutando la presentación de la teoría de las formas de un Sócrates mucho más joven. Tras demostrar los defectos de la concepción de Sócrates sobre la teoría de las formas, se adentra en una larguísima y difícil de entender serie de argumentos lógicos para defender la teoría de las formas. Hasta el día de hoy, los filósofos debaten el significado de estos argumentos lógicos presentados en el diálogo de Platón. Así pues, la teoría de las formas nunca llegó a comprenderse del todo, ni siquiera en sus inicios.

Esos problemas de comprensión provienen de cómo algunas personas tienden a materializar el concepto de formas, cuando en realidad representa la pura abstracción de las relaciones. Esto puede verse especialmente en la teología, cuando los paganos y posteriormente las creencias abrahámicas intentaron utilizar estos conceptos filosóficos. Por ejemplo, los teólogos paganos tendían a relacionar las formas universales superiores con sus dioses. Más tarde, los teólogos cristianos utilizarían ángeles en su lugar, tratando de hacer físicos los temas espirituales.

Estos intentos de hacer físicas las abstracciones platónicas condujeron a una comprensión literal de las Escrituras. Por ejemplo, la idea de la resurrección espiritual expresada en los primeros escritos cristianos del apóstol Pablo, que explicaba que «la carne y la sangre» no van al cielo, sino los «cuerpos espirituales», se materializó más tarde en los escritos de San Agustín de Hipona. Aunque San Agustín era un admirador de la filosofía de Platón, todavía no estaba preparado para abrazar el concepto de una resurrección puramente espiritual y por ello materializó el concepto de «cuerpos espirituales.»

La cuestión de una voluntad divina

A la cuestión de la «voluntad» como agente causal, muchos físicos contemporáneos y materialistas filosóficos argumentan que la voluntad es una ilusión, que de hecho todo es descriptible por eventos causales. Así pues, todo está determinado y no hay lugar posible para la voluntad.

Señalan que tenemos leyes físicas bien probadas que describen las relaciones causales con gran precisión, y que también existe un componente de aparente aleatoriedad. En ninguna de ellas admiten que exista el atributo aparentemente humano de la voluntad.

Sin embargo, una exploración más cuidadosa de esta «aleatoriedad» expone una brecha muy grande en nuestra visión de la causalidad. 

La naturaleza de esta aleatoriedad es probablemente irresoluble: ¿se trata de verdadera aleatoriedad o de mecánica determinista que solo parece aleatoria? Además, el enfoque filosófico del concepto de aleatoriedad en estadística matemática lleva implícito el sentido de que es conocido o incluso predecible. Esto enmascara la realidad de que, por definición, asignar algo como «aleatorio» significa que no podemos hacer predicciones basadas en la ciencia y que no tenemos modelos para explicar su comportamiento. Si los tuviéramos, dejaría de ser aleatorio.

Así, esta aleatoriedad, junto con los aspectos deterministas conocidos de las leyes físicas, forman algo parecido a lo que podría atribuirse a la expresión de la voluntad de una deidad.

Es decir, la Voluntad Divina nos trata de acuerdo con leyes físicas bien establecidas, pero aun así tiene voluntad y el poder de determinar algo arbitrariamente si así lo desea. Como ejemplo, Bahá’u’lláh describió todo el complejo de la naturaleza como una expresión de la «Voluntad de Dios»: «En su esencia, la Naturaleza es la encarnación de mi Nombre, el Hacedor, el Creador» explica en su fascinante Tabla de la Sabiduría.

Obviamente, pues, estos dos desafíos de la ciencia a la religión, que constituyen la espina dorsal de todas las afirmaciones que caracterizan a la ciencia como opuesta a la religión, son potencialmente solucionables, siempre y cuando se entiendan de un modo nuevo tanto las escrituras religiosas como las implicaciones filosóficas de la ciencia moderna. 

Este nuevo enfoque es a la vez muy antiguo y coherente con la física moderna. Las ideas espirituales y científicas que aportan las enseñanzas bahá’ís resultan muy esclarecedoras y proporcionan una base importante para comprender y reconciliar la religión tradicional con la ciencia moderna.

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