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Las opiniones y puntos de vista expresados en este artículo pertenecen al autor únicamente, y no necesariamente reflejan la opinión de BahaiTeachings.org o de alguna institución de la Fe Bahá'í. El sitio web oficial de la Fe Bahá’í es Bahai.org y el sitio web oficial de los bahá’ís de los Estados Unidos es Bahai.us.
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Cultura

El Brillo de la Juventud

Cynthia Barnes-Slater | May 13, 2018

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Cynthia Barnes-Slater | May 13, 2018

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Una vez un amigo me dijo: “Todos somos cautivos del tiempo”. Ahora, con “sesenta años y algo”, me pregunto y reflexiono sobre mis días pasados con “veinte años y algo”.

El reflexionar sobre estas cosas es parte de hacerse mayor y, con suerte, más sabios; en eso a menudo hay más tiempo y energía para pensar en la vida, las decisiones tomadas, las acciones tomadas y sus consecuencias.

Estas reflexiones no siempre se ven bien en mi mente. Existieron momentos en que actué mal y audazmente, recuerdos de huidas y alegrías indescriptibles, de procrastinar y prolongar cosas amenamente, y luego soportar consecuencias con disgusto y gratitud.

Hace poco, durante el ayuno Bahá’í anual, vi un video de las charlas del fallecido, sabio y maravillosos Sr. A.Q. Faizi, durante su visita a San Francisco, California en 1974. Los recuerdos de aquellas charlas me hicieron remontar a mis 21 años cuando no hace mucho me había convertido en miembro de la Fe Bahá’í.  Los escritos dicen que el periodo de la juventud es un periodo especial y poderoso de la vida. De hecho, ‘Abdu’l-Bahá, el hijo mayor de Bahá’u’lláh, el fundador de la Fe Bahá’í, oraba:

¡Oh Señor! Fortalece a estas frágiles plantitas para que cada una de ellas llegue a ser un árbol fructífero, verde y floreciente. -Abdul-Bahá, Oraciones Bahá’ís, p. 159.

Cuando era joven, ciertamente era frágil y tenía una gran necesidad de encontrar un marco espiritual que tenga sentido en mi vida. Había dejado atrás los dictados de la iglesia de mis padres donde había recibido la confirmación a los 13 años. Durante mis estudios en la Universidad de Cornell, comenzaron a surgir muchas preguntas dentro de mí sobre las dicotomías de la religión, política e historia. Al regresar a mi ciudad natal de San Francisco, mis padres esperaban que consiga un “buen empleo”, que trabajara, sea financieramente independiente y cuidara de mí misma. A mediados de 1970, a los “veinte años y algo” de mi vida, la vida de fiestas, dormir en cualquier lugar y de materialismo no me llamaba la atención, ni tampoco se encontraban dentro de mi interés espiritual. Siempre estaba haciendo preguntas y buscando iluminación, solía preguntarme: “¿Cuál es el propósito de mi vida?  ¿En qué debo comprometerme en la vida? ¿Por qué estoy aquí?”.

Mis papás siempre me inculcaron una firme creencia en un Ser Supremo y en sentir orgullo en mis ancestros africanos. Mi familia me dio la habilidad de discernir y sobreponerse de los singulares desafíos que enfrenté como “joven, dotada y negra”. Sin embargo, la iglesia en la que crecí esperaba lealtad sin discernimiento y obediencia sin preguntas. Yo buscaba una comunidad espiritual que guiara mi camino espiritual y valorara mi pensamiento crítico. Siendo mis padres cristianos, ellos alentaban sabiamente a sus seis hijos en los caminos espirituales que eligieron. Yo, como la mayor, guié el camino al cuestionar nuestras raíces espirituales.

Los escritos de Bahá’u’lláh sirvieron como una luz de guía para mí como una joven inquisitiva. Algunos pasajes como los siguientes tuvieron un marcado efecto en mí:

“Estad unidos en el consejo, sed uno en pensamiento. Que cada amanecer sea mejor que su víspera y cada mañana más rica que su ayer.  El mérito del hombre reside en el servicio y la virtud, y no en la pompa de las riquezas y la opulencia. … No disipéis la riqueza de vuestras preciosas vidas en pos de una inclinación perversa y corrupta, ni dejéis que vuestros esfuerzos se empleen en promover vuestro interés personal.  Sed generosos en vuestros días de abundancia y pacientes en la hora del quebranto.  A la adversidad le sigue el éxito y el regocijo viene tras la pena”. – Tablas de Bahá’u’lláh, p. 233.

La forma en que Bahá’u’lláh estableció claramente su identidad en el Libro de la certeza, utilizando las Escrituras de la Biblia y el Corán para exponer el concepto de que Dios ha revelado sus enseñanzas a la humanidad progresivamente a través de la historia a través de una serie de mensajeros divinos, tenía tanto sentido para mí, alguien que amaba las canciones cristianas como «Jesús me ama, esto lo sé, porque la Biblia así lo dice», y alguien que creía profundamente en el Mesías. Mientras investigaba los principios de la Fe bahá’í, leí las oraciones y meditaciones de Bahá’u’lláh y descubrí que uno de los 19 meses del calendario Bahá’í se llama «Preguntas».

Durante los años tumultuosos de mi juventud, las enseñanzas de Bahá’u’lláh sobre tener confiar en Dios, amar y servir a la humanidad infundieron mi vida. Bahá’u’lláh también se refirió a mí, una descendiente africana, como “la pupila del ojo”. Su perspectiva divina me ayudó a ver por encima de la discriminación racial que experimenté y perseverar en su exhortación que siempre debemos volvernos hacia Dios y “[aferrarse] al borde del manto al cual se han adherido todos, en este mundo y en el venidero”. – Bahá’u’lláh, Oraciones Bahá’ís, p. 239.

El amor brillante, la paciencia y el perdón de las palabras de Bahá’u’lláh fueron como un «camino recto” que yo podía seguir. Fueron una fuente de consuelo, bienestar y resolución espiritual para mí durante mi juventud. Son parte de un marco diseñado para ayudar a los jóvenes a alcanzar su máximo potencial y prepararse para una vida de servicio a la humanidad. En sus escritos, Bahá’u’lláh reiteró la naturaleza de Dios como el Todopoderoso, el Todo-Amoroso, el Todomisericordioso y el Perdonador, y enseñó que todo ser humano tiene nobleza inherente:

¡Oh hijo del Espíritu! Te he creado noble, sin embargo, tú te has degradado.  Elévate pues, a la altura de aquello para lo cual fuiste creado. -Bahá’u’lláh, Las Palabras Ocultas, p. 70.

Al leer los escritos de Bahá’u’lláh cuando era joven, me di cuenta de que mi vida humana tenía un propósito divino, y que era mi elección dedicar mi tiempo a desarrollar la capacidad espiritual de vivir una vida fructífera basada en valores espirituales, o vivir una vida material basada en valores evanescentes.

Como joven, el tiempo era relativo. Parecía que siempre había tiempo para crecer y aprender. Creía que tenía la capacidad divina de ser mejor. En una de sus oraciones par a los jóvenes, ‘Abdu’l-Bahá escribió:

¡Oh Señor! Haz radiante a este joven y confiere Tu generosidad a esta pobre criatura. -‘Abdul-Bahá, Oraciones Bahá’ís, p. 145.

Para mí ser una joven Bahá’í fue más una bendición que una prueba. A pesar de los altibajos, desde que me hice bahá’í a los 21 años, mi vida se ha visto enriquecida por amistades profundas y duraderas con un grupo diverso de seres humanos de todo el mundo. A medida que envejezco, la certeza de las palabras de Bahá’u’lláh sobre el viaje eterno del alma a través de los mundos de Dios me da consuelo. Habiendo experimentado la muerte de mis queridos padres, queridos seres queridos y amigos, saber que el amor y la amistad que compartimos en este mundo es eterno es motivo de consuelo y alegría. Sé que las risas, la música y los profundos lazos espirituales que forjamos como jóvenes trascenderán este mundo material. Como dice Bahá’u’lláh:

“He aquí que toda la gente está aprisionada en la tumba del yo y yace enterrada en las más bajas profundidades del deseo mundano.  Si llegaras a lograr una gota de las cristalinas aguas del conocimiento divino, fácilmente te darías cuenta de que la verdadera vida no es la vida de la carne, sino la vida del espíritu.  Pues la vida de la carne es común a hombres y animales, mientras que la vida del espíritu la poseen solamente los puros de corazón, quienes han bebido del océano de la fe y han probado el fruto de la certeza. Esta vida no conoce muerte; y esta existencia está coronada por la inmortalidad.  Así se ha dicho: «Aquel que es un verdadero creyente vive en este mundo y en el venidero».  Si con «vida» se quiere indicar esta vida terrenal, es evidente que la muerte necesariamente la alcanzará”. -Bahá’u’lláh, El Libro de la Certeza, pp. 98-99.

Hoy siento gran empatía por la juventud y honro su capacidad, resistencia e ingenio. Tengo la bendición de ser la madre de dos hombres jóvenes, soy muy consciente de los muchos retos importantes que desafían la vida de los jóvenes: la calidad o el costo de una buena educación; encontrar un empleo desafiante y bien remunerado; navegando identidades de raza, género y clase; encontrar una compañera de vida; criar niños sanos y resistentes; y vivir libre de violencia, materialismo rampante y los efectos del cambio climático. La juventud está a la vanguardia y en sus hombros está nuestra evolución como seres humanos en ente planeta. En cualquier lugar en que nos encontremos, sin importar la edad que tengamos, debemos orar constantemente por asistencia a los jóvenes. Aquí hay una oración de ‘Abdu’l-Bahá que personalmente me gusta con respecto a esto:

 Otórgale conocimiento, concédele más fuerza al romper el alba cada mañana y resguárdalo al amparo de Tu protección para que se libre del error, pueda consagrarse al servicio de Tu Causa, pueda guiar a los descarriados, encaminar a los desventurados, liberar a los cautivos y despertar a los desatentos, para que todos sean bendecidos con Tu recuerdo y Tu alabanza.  -‘Abdul-Bahá, Oraciones Bahá’ís, p. 157.

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