Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La pandemia del COVID-19 ha visto un aumento aterrador de la violencia contra las mujeres en esas prolongadas cuarentenas de quedarse en casa, propiciando la «tormenta perfecta» para la violencia doméstica y ha puesto de relieve los grandes desafíos que enfrentamos en términos de igualdad.
En una sociedad con diversas barreras estructurales, las mujeres ya enfrentamos ciertas desventajas, desde sortear las barreras del prejuicio en los distintos espacios del ámbito político y social, hasta tener que demostrar a cada paso que somos aptas, capaces y competentes.
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Continuamos porque sabemos que la participación de las mujeres trae consigo muchos beneficios sociales y económicos; por ejemplo, el aumento de nuestra participación en la fuerza de trabajo produce un crecimiento económico más rápido. Esto quiere decir que cuando el número de mujeres ocupadas aumenta, las economías crecen.
Abdu’l- Bahá, el hijo mayor y sucesor de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, dijo: «El mundo de la humanidad consta de dos alas: el hombre y la mujer. En la medida en que las dos alas no posean igual fortaleza, el ave no podrá volar. Hasta que la mujer no alcance el mismo grado que el hombre, hasta que no disfrute de los mismos campos de actividad, no se conseguirán frutos de gran valía para la humanidad, ni podrá ésta remontarse a las alturas de logros reales. Cuando las dos alas (…) sean equivalentes en fuerza y disfruten de las mismas prerrogativas, el vuelo de la humanidad será inmensurablemente excelso y extraordinario».
Para alcanzar esa equivalencia en fuerza y oportunidades se necesitan cambiar las estructuras sociales y económicas desde las bases. Las diferencias de género en la legislación afectan tanto a las economías en desarrollo como a las desarrolladas. Casi el 90% de las economías en el mundo registra al menos una diferencia legislativa que restringe las oportunidades económicas para las mujeres. Entre ellas, 79 economías poseen leyes que limitan el tipo de empleo que las mujeres pueden ejercer; y en 15 economías, los esposos pueden oponerse a que sus esposas trabajen e impedirles que acepten un empleo.
La discriminación estructural contra la mujer ocasiona que su participación se concentre en actividades de baja remuneración y que se le atribuyan actitudes y roles que limitan su ascenso. Uno de los fenómenos que sintetiza la desigualdad en el mercado laboral es el hecho de que las mujeres ganan menos que los varones; las mujeres perciben el equivalente al 71,5% del ingreso laboral masculino. Por otra parte, las mujeres representan casi el 60% de la economía informal y corren un mayor riesgo de caer en la pobreza.
Si de manera histórica, la sociedad hubiera tenido leyes y normas justas que beneficien tanto a mujeres y hombres en términos de igualdad, seguramente de forma natural ya tendríamos una sociedad libre de esas barreras.
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Creo que, en este momento de crisis, deberíamos armarnos de valor para trabajar hacia aquellos cambios estructurales que tan desesperadamente necesita nuestro mundo, sin importar nuestro género. No solo adelantar nuestros pasos hacia la verdadera igualdad entre hombres y mujeres, sino también trabajar por todas aquellas vulnerabilidades y fragilidades que se han evidenciado durante esta pandemia: la enorme falta de inversión en salud y protección social; las grandes desigualdades mundiales y locales; la progresiva tendencia a destruir la naturaleza y la amenaza climática; la degradación de las estructuras democráticas que son básicas para proteger los derechos y garantizar la cohesión social. Muchos de estos problemas tienen raíces en la desigualdad, y al elevar el rol de la mujer en estos espacios, podríamos comenzar a vislumbrar una civilización más justa y compasiva.
Las demandas de hoy reclaman individuos que sean capaces de comprenderse el uno al otro, de involucrarse y comprometerse en la transformación espiritual del mundo sin perderse en él. El papel que juegan las mujeres empoderadas ha influenciado en mejoras sin precedentes en la reducción de la pobreza y desigualdad en el mundo, y continuaremos descubriendo los maravillosos frutos que pueden surgir en el futuro mientras avanzamos hacia la verdadera igualdad.
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