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Él murió por los pecados del mundo

Steve McLean | Sep 23, 2019

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Steve McLean | Sep 23, 2019

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Cuando era niño, recuerdo vívidamente a mi padre descansando de rodillas junto a la cama en oración antes de irse a dormir, una imagen como esa se queda grabada para siempre en la mente de un pequeño niño que adora a su padre.

Adoraba a mi padre y ese día me di cuenta de que él adoraba a alguien o algo mucho más grande que él.

No es sorprendente que mi papá fuera mi héroe. Era un hombre grande con un cuerpo atlético poderoso, grandes manos expresivas y una voz distintiva. Papá nunca fue a la iglesia en todos mis años de infancia, pero esa imagen de mi papá arrodillado junto a la cama en oración ha permanecido conmigo toda mi vida.

No pude entender exactamente lo que estaba diciendo mientras hablaba en voz baja. Accidentalmente lo había observado desde la vista del pasillo adyacente a la habitación. Como un pequeño niño, me había despertado y había subido las escaleras, fue entonces cuando vi esta escena sorprendente.

Nunca le pregunté a mi papá con quién estaba hablando exactamente. Sucedió hace tanto tiempo que no puedo recordar si acaso tenía intención de hacerle esa pregunta, si acaso fue Dios o Cristo a quien se dirigía. De alguna manera en mi generación, no hacías ese tipo de preguntas espirituales íntimas. Creíamos que el tema era algo sagrado que cada persona debía decidir por sí mismo.

Muy poco después de ese episodio, la hermana de mi madre, la tía Ruthie, vino de visita desde los Estados Unidos. Ella causó un gran revuelo en la familia debido a que trajo consigo un mundo de nuevas ideas. Ruthie se había convertido en bahá’í y, no mucho después, más hermanas de la familia se unieron a ella en su nueva creencia. Posteriormente, mi madre me dio un libro de oraciones bahá’ís y algunos otros libros de cuentos que aún recuerdo bien. Dios y sus mensajeros, esta era una forma simple de enseñar sobre las diferentes religiones de nuestro mundo. Aún recuerdo su cubierta roja con escenas pastorales.

La idea en el libro era simple: un mismo Dios había enviado todas las religiones del mundo a la humanidad y desde el principio lo creí porque tenía mucho sentido. Sin embargo, fueron las palabras en el libro de oraciones estremecieron mi corazón «Oh Dios mío y mi Maestro, el Objeto de mi deseo«, en una oración de la tarde, o en la oración de la mañana, «Me he levantado esta mañana por Tu gracia, oh mi Dios, y he dejado mi hogar confiando plenamente en Ti”. -Bahá’u’lláh, Oraciones Bahá’ís, pág. 184.

Estas palabras me dieron un camino por el cual andar. Las sagradas palabras en las oraciones bahá’ís tocaron algo muy profundo en mí. Esta conversación que pude tener con el Creador me elevó a un nivel más alto. Las historias de los mensajeros de Dios fueron fascinantes, pero conversar personalmente más allá de nuestra pequeña realidad abrió un mundo emocionante ante mí. El flujo de imágenes me abrazó con el siguiente párrafo:

He despertado bajo Tu amparo, oh mi Dios, y corresponde a quien busca tal amparo permanecer dentro del Santuario de Tu protección y la Fortaleza de Tu defensa. Ilumina mi ser interior, oh mi Señor, con los resplandores de la Aurora de Tu Revelación, así como iluminaste mi ser exterior con la luz matinal de Tu favor. – Ibid., pág. 116.

Las oraciones de los escritos bahá’ís se convirtieron en una experiencia personal vívida. Comencé a aprender esas oraciones y las memoricé. Nadie me lo pidió, pero lo hice. Me encantó la forma en que me hacían sentir. Más tarde, sorprendí a mi madre al recitarle varias oraciones con la actitud correcta, al menos pensé que era la forma correcta, en mi mente joven.

Entonces me convertí en un adolescente. Pasar por la adolescencia significaba codearse con ideas diferentes. Durante esa etapa turbulenta de crecimiento, mis ideales bahá’ís tuvieron que pasar la prueba del tiempo y los períodos de apatía o rebeldía, y tuve que encontrar una manera de reconciliarlos con las creencias cristianas de mi familia y de mi país.

Vivíamos en una cultura fuertemente cristiana, y algunas de las enseñanzas que comenzaron a aparecer en los tableros de las iglesias suburbanas me llamaron la atención: «Él murió por los pecados del mundo», o «El cordero de Dios, quita los pecados del mundo». Tuve que pensar seriamente en ese punto de vista, y lo hice.

Me di cuenta de que esos mensajes no sonaban exactamente como la historia principal de aceptación y unificación de Dios y sus mensajeros. En cambio, esas ideas parecían bastante exclusivas y divididas, ya sea estás con nosotros o contra nosotros, salvados o condenados, dentro o fuera. Entonces me pregunté: ¿alguien más murió por los pecados del mundo? ¿Fue sacrificado el Bab como un cordero de rescate mientras su túnica se manchaba con su propia sangre, víctima de una ejecución del gobierno por enseñar su nueva Fe? ¿Sufrió Bahá’u’lláh encarcelamiento, enfrentando cadenas, palizas y exilio durante 40 años para abrir la oportunidad para que las personas pudieran alcanzar un «nido celestial»? ¿Han sufrido todos los profetas a manos de una población incrédula? Sentí que había encontrado una muy buena pregunta para examinar.

Después de buscar en los escritos bahá’ís, descubrí que Bahá’u’lláh había respondido a esta pregunta en una carta que escribió en respuesta a un obispo cristiano:

Sabe que cuando el Hijo del Hombre exhaló su último suspiro y se entregó a Dios, la creación entera lloró con gran llanto.  Sin embargo, al sacrificarse a sí mismo, una nueva capacidad fue infundida en todas las cosas creadas… Atestiguamos que cuando Él vino al mundo, derramó el esplendor de su gloria sobre todas las cosas creadas… Es Él quien purificó al mundo. Bendito el hombre que con el rostro radiante se ha vuelto hacia Él. – Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, pág. 45.

Así que los bahá’ís están totalmente de acuerdo con el mensaje de la Biblia: que Cristo murió por los pecados del mundo y sirvió como un rescate para la creación entera.  Dio nueva vida a todas las personas, infundiendo una nueva capacidad en todas las cosas creadas. Claramente Cristo nos redimió: «Mediante su poder, nacido de Dios Todopoderoso, los ojos del ciego fueron abiertos y el alma del pecador fue santificada«. – Ibid., pág. 45.

A medida que crecía y mi propia capacidad de comprensión también crecía, y pude ver un camino hacia adelante en las enseñanzas bahá’ís, una manera de poder unir a las religiones.

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