Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
El duodécimo día de Ridván llegó por fin el momento de la partida de Bahá’u’lláh y su exilio de Bagdad. Para la mayoría, el exilio habría sido una desgracia, pero para Bahá’u’lláh representó una victoria.
Expulsado de la ciudad por decreto gubernamental, debido a que la Fe bahá’í había continuado su rápida difusión entre la población del Imperio Otomano, Bahá’u’lláh y su familia se enfrentaron a un peligroso y agotador viaje de cuatro meses durante la época más calurosa del año hacia un destino desconocido.
Esa mañana Bahá’u’lláh y su séquito de familiares y seguidores cruzaron el río Tigris hacia tierra firme. Al mediodía del duodécimo día de Ridván, Bahá’u’lláh montó en su caballo, un noble semental ruano rojo. Inmediatamente rodeado de gente que le suplicaba sus bendiciones y le imploraba que no los dejara atrás, partió hacia el noroeste, hacia el Mar Negro y Constantinopla, revestido de majestad.
El historiador Nabil, testigo presencial de la partida de Bahá’u’lláh aquel día, describió la desgarradora escena:
«Numerosas fueron las cabezas que por todos lados se postraron hasta el polvo, a los pies de Su caballo, prestas a besar sus cascos, e innumerables fueron los que se adelantaban para abrazar sus estribos. ¡Cuán grande fue el número de aquellas personificaciones de fidelidad que, lanzándose ante ese corcel, ¡declaraban preferir la muerte antes que separarse de su Bienamado! Diríase que la bendita montura cabalgó sobre los cuerpos de aquellas almas de corazón puro
Numerosas eran las cabezas que, por todos lados, se inclinaban hacia el polvo a los pies de Su caballo, y besaban sus cascos, e incontables eran los que se adelantaban para abrazar Sus estribos.
Uno de los seguidores de Bahá’u’lláh, llamado Mirza Asadu’llah Kashani, no pudo evitarlo y corrió tras el grupo:
Aunque Bahá’u’lláh había ordenado a los amigos que no les siguieran, me resistí tanto a perderle de vista que corrí tras ellos durante tres horas.
Él me vio, y bajando de Su caballo, me esperó, diciéndome con Su hermosa voz, llena de amor y bondad, que volviera a Bagdad, y que con los amigos, nos pusiéramos a trabajar, no con pereza, sino con energía:
No te sientas abrumado por la tristeza: dejo a los amigos que amo en Bagdad. Seguramente les enviaré noticias de nuestro bienestar. Sed firmes en vuestro servicio a Dios, que hace todo lo que quiere. Vivan en la paz que se les permita.
Los vimos desaparecer en la oscuridad con el corazón hundido, pues sus enemigos eran poderosos y crueles. Y no sabíamos a dónde los llevaban. Un destino desconocido.
Llorando amargamente, volvimos nuestros rostros hacia Bagdad, decididos a vivir según Su mandato.
Una entrevista posterior con la hija de Bahá’u’lláh, Bahiyyih Khanum, reveló que su grupo llegó a ser de aproximadamente 75 personas, con una compañía de soldados junto a los exiliados:
Muchos de los seguidores [de Bahá’u’lláh] decidieron abandonar también Bagdad y acompañarle en sus exilios. Cuando la caravana se puso en marcha, nuestra compañía contaba con unas setenta y cinco personas. Todos los hombres jóvenes, y otros que sabían montar, iban a caballo. Las mujeres y [Bahá’u’lláh] recibieron carros. Nos acompañaba una escolta militar.
El segundo destierro de Bahá’u’lláh comenzó ese día. Seguirían otros dos destierros sucesivos, el último a la pestilente ciudad-prisión de Akka en Palestina, donde pocos sobrevivieron a las terribles condiciones de confinamiento. Estos crueles exilios, impulsados por gobernantes que temían la rápida difusión de las enseñanzas de Bahá’u’lláh, no suprimieron ni dañaron la Fe bahá’í, sino que, según escribió Shoghi Effendi en Dios Pasa, reconocieron su poder y la hicieron victoriosa:
Aclamando esa ocasión histórica como «el Grandísimo Festival«, «el Rey de los Festivales«, «el Festival de Dios«, [Bahá’u’lláh] lo ha caracterizado como el Día en que «todas las cosas creadas fueron sumergidas en el mar de la purificación«, mientras que en una de Sus Tablas específicas, se ha referido a él como el Día en que «las brisas del perdón fueron agitadas sobre la creación entera«. «¡Alegraos, con gran alegría, oh pueblo de Bahá!», ha escrito Él, en otra Tabla, «al recordar el Día de la suprema felicidad, el Día en que la Lengua del Anciano de los Días ha hablado, al partir de Su Casa hacia el Lugar desde el que derramó sobre toda la creación los esplendores de Su Nombre, el Todomisericordioso…«.
RELACIONADO: ¿Qué es una Alianza y por qué los bahá’ís tienen una?
Ahora, el período de 12 días de Ridván sirve cada año como el momento en que los bahá’ís de todo el mundo eligen las instituciones democráticas que administran y guían su Fe. Los bahá’ís no tienen clero, por lo que las comunidades bahá’ís se gobiernan a sí mismas con cuerpos democráticamente elegidos de nueve personas llamados Asambleas Espirituales, elegidas anualmente a nivel local y nacional durante los doce días de Ridván. Cada cinco años, los bahá’ís eligen a la Casa Universal de Justicia mundial durante este mismo periodo.
La salida victoriosa de Bahá’u’lláh hacia Constantinopla en el duodécimo día de Ridván proporciona un simbolismo apropiado para los bahá’ís que se reúnen anualmente para orar y emitir silenciosamente sus votos para estas instituciones democráticas únicas. Cuando eligen a sus representantes administrativos en una atmósfera de espiritualidad y reverencia, afirman las enseñanzas de Bahá’u’lláh sobre la unidad mundial; celebran simbólicamente el jardín de la humanidad en toda su diversidad y belleza; y recuerdan su poderosa declaración en el Jardín de Ridván, que estableció la Fe de la unidad y la paz.
Comentarios
Inicia sesión o Crea una Cuenta
Continuar con Googleo