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En su estela: mujeres caminando por un sendero espiritual

Andréana Lefton | Mar 26, 2024

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Hace varios años en Akka, Israel, una mujer me enseñó una lección sobre cómo caminar.

Una compañera peregrina bahá’í, una bailarina, me tomó del brazo mientras caminábamos hacia el mar. «El caminar comienza en la cadera. No la rodilla. Así». Se balanceaba delante de mí, flexible y libre. Su falda azul y blanca le rozaba los tobillos, como si fuera espuma.

Akka es una ciudad antigua, que cubre la costa norte del Mediterráneo. El fundador de la fe bahá’í, Bahá’u’lláh, fue exiliado aquí en 1868, prisionero del Imperio Otomano. Fue desterrado de su Persia natal por declarar una nueva religión. Enseñó que todas las personas, de todos los credos, tienen un origen común; y que la diversidad es parte integral de la unidad humana. También estableció la igualdad absoluta de hombres y mujeres.

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En la vida de las primeras mujeres bahá’ís, existe una poderosa postura de amor y servicio. Estas mujeres fueron educadoras, periodistas, madres y artistas de orígenes tanto privilegiados como humildes. Pero un singular fervor, una llama ansiosa, une sus historias.

May Maxwell

May Maxwell siempre lo supo. Cuando era niña en Nueva Jersey, soñaba con una luz cegadora, soñaba con una sola palabra que uniera la tierra. Pero a los 21 años, pasó de ser una joven sana y activa a una inválida pálida y postrada en cama. Durante años, ningún médico pudo diagnosticar la causa de su enfermedad. Entonces, en 1898, un amigo compartió con ella el mensaje de paz de la fe bahá’í. Al año siguiente, May abordó un barco con destino a Palestina.

Visitó Akka, acogida por la familia de Bahá’u’lláh. Durante este peregrinaje, May fue recibida con profunda amabilidad y claridad. Cuando partió, sintió que «todas las cuerdas de la vida se estaban rompiendo», una abrumadora sensación de pérdida y liberación. Había adquirido una nueva sensación de su presencia y propósito en el mundo. ¿Podría mantener el equilibrio una vez que dejara Tierra Santa? Aunque su debilidad física permanecía, aquella pesada carga de May se transformaba en un alegre servicio. Mucha gente fue atraída por su tierno corazón. Su casa se convirtió en la primera escuela Montessori de Montreal y en el centro de la actividad comunitaria. Murió en Buenos Aires, Argentina, hasta el final compartiendo la creencia de que la unidad divina fluye «a través de las realidades más íntimas de todas las cosas».

Dorothy Baker

Dorothy Beecher Baker nació en 1898, el año en que May Maxwell aceptó la fe bahá’í. Pariente por parte de su padre de la famosa escritora Harriet Beecher Stowe, Dorothy era una niña brillante y estudiosa. A la edad de 22 años, trabajó como maestra en un barrio bajo de Newark. Ella llevaba un gran carisma a sus clases. Ella «simplemente estalló sobre nosotros», recuerda un antiguo alumno. «Era poética, era pintoresca, era gráfica… Solíamos sentarnos a sus pies hechizados por ella».

Pero aquellos pies cubrieron mucho terreno y soportaron muchas pruebas, incluyendo la pérdida de una hija y brotes de tuberculosis. Para compartir las prácticas enseñanzas bahá’ís sobre justicia y paz, Dorothy viajó por América del Norte, el Caribe, México, América Central y del Sur, Europa, África e India. Ella también visitó la Tierra Santa. Pero sin importar cuán global fuera su alcance, la norma rectora de Dorothy era «convertir en algo alegre los pequeños servicios, porque uno nunca sabe cuál es pequeño y cuál es grande a los ojos de Dios…».

Patricia Locke

Su nombre Lakota era Tawacin Waste Win, que significa «mujer compasiva». Criada en la reserva de indios de Fort Hall en Idaho en los años 30, Patricia Ann McGillis Locke fue una líder y educadora. Tenía un profundo amor por la familia, su familia humana. A menudo se la llamaba Unchi, la abuela. Podría enumerar los muchos logros de Locke: la preservación de las lenguas tribales, el establecimiento de colegios e institutos de idiomas Lakota, el haber sido delegada en la Conferencia de Mujeres de Beijing en 1995, el haber sido premiada con una beca MacArthur. Pero me siento atraída a su historia por un hilo diferente.

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En la tradición espiritual Lakota, la Mujer Búfalo Blanco es una profetisa con los poderes de salvación y perspicacia en el corazón humano. Ella enseñó a los Lakota sus ceremonias sagradas, prometiendo que volvería. Baha’u’llah, también, describe el recibir su misión a través de una encarnación femenina del Espíritu Santo, explicando en términos físicos la experiencia mística de la revelación divina:

Estando sumido en tribulaciones oí una voz por demás maravillosa y dulce que llamaba por encima de Mi cabeza. Al dar vuelta el Rostro, vi a una Doncella que era la encarnación del recuerdo del nombre de Mi Señor…

Patricia vio paralelismos entre esta Doncella celestial y la Mujer Búfalo Blanco. Como los pueblos indígenas han sabido desde hace tiempo, nuestro mundo estará enfermo y desequilibrado hasta que las experiencias y contribuciones de las mujeres estén completamente integradas. La voz de Patricia impactó en la política, la cultura y el pensamiento. Su activismo ayudó a que se aprobara la Ley de Libertad Religiosa de los Indios Americanos, mientras que sus programas educativos llevaron los valores de la ciudadanía global y el empoderamiento espiritual a los jóvenes de todo el país.

En las vidas de May Maxwell, Dorothy Beecher Baker y Patricia Locke, veo una poderosa integridad en acción. A pesar de la enfermedad y la injusticia, aprendieron a canalizar la llama que arde en su interior. Fluyeron con, en lugar de luchar contra, la corriente electrizante de la fe. Estas mujeres caminaban con atención y fuerza, siempre listas para captar la luz y magnificarla.

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