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Nunca impedirán la emancipación de la mujer

Linda Ahdieh | Updated Oct 28, 2021

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Linda Ahdieh | Sep 27, 2022

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Una copiosa efusión de revelación divina bendijo a la nación de Irán a mediados del siglo XIX.

En 1844, en la ciudad de Shiraz, un joven comerciante declaró su misión como el más reciente mensajero de una progresión de educadores divinos de Dios. Su nombre era Siyyid Ali Muhammad, y es conocido por la historia como El Báb, que significa «La Puerta».

La misión del Báb era proclamar una nueva Fe y dar paso a la revelación de Bahá’u’lláh, cuyo título significa «la Gloria de Dios».

Durante los seis cortos y trascendentales años de la revelación del Báb, miles de individuos reconocieron su misión y se levantaron para proclamar su nueva revelación como una medicina curativa para los males que afligían a sus instituciones y pueblos. Los que aceptaron su Causa reconocieron que la revelación de Dios no es absoluta sino progresiva y que se basa en las necesidades de la humanidad y en las exigencias de la época.

Muchos permanecieron indiferentes, y algunos se opusieron con vehemencia, oprimieron y persiguieron a los seguidores del Báb. Él hizo una enorme aseveración, al decir:

¡Yo soy, Yo soy, el Prometido! Yo soy Aquél cuyo Nombre habéis invocado por mil años, a Cuya mención os habéis puesto de pie, Cuyo Advenimiento habéis añorado atestiguar y la hora de Cuya Revelación habéis orado a Dios para que la apresure. – Citado por Nabíl en Los rompedores del alba.

La verdad y la realidad suelen emerger finalmente, sin importar el tiempo que tarden. Una y otra vez, en todas las épocas y en todos los rincones de la Tierra, se producen episodios que ilustran, incluso ante una tremenda opresión y tiranía, que la chispa de la realidad y el brillo de la verdad acaban por hacerse evidentes. Pero siempre hay unos pocos individuos visionarios que reconocen y articulan la realidad de forma temprana y en profundidad. Entonces, décadas o incluso generaciones más tarde, somos testigos de un verdadero cambio social a medida que un número cada vez mayor de personas se convence de la abrumadora evidencia de la realidad que los pioneros vieron incluso cuando era solo una chispa.

Las almas humanas que reconocen la verdad a tiempo suelen verse impulsadas a compartir este reconocimiento con otros, y buscan una cohorte de individuos que compartan una visión común. Esto lleva a la amistad, a la colaboración e incluso a la revolución social. A veces, estas asociaciones son conversaciones y comunicaciones informales, y otras veces, los individuos que buscan ampliar la apreciación de una verdad por parte de su comunidad se reúnen en entornos más formales, como convenciones y conferencias. Estos encuentros reúnen a personas con una preocupación o un propósito común. Los participantes pueden o no darse cuenta de su lugar en la historia, y solo cuando miramos atrás nos damos cuenta de que sus acciones representan un momento decisivo en el tiempo.

Elizabeth Cady Stanton

En 1848, dos mujeres, procedentes de lugares opuestos del planeta y que desconocían la existencia de la otra, asistieron a conferencias que se celebraron con semanas de diferencia. La poetisa babí Tahirih asistió a la Conferencia de Badasht, en el pueblo de Badasht, en la provincia de Khurasan, Irán. Elizabeth Cady Stanton asistió a la Convención de Seneca Falls en un pequeño pueblo del norte de Nueva York. Tanto Tahirih como Elizabeth Cady Stanton lo sacrificaron todo, y con celo y entusiasmo promovieron la verdad de la igualdad de la mujer. Ambas mujeres lucharon, se esforzaron y se sacrificaron por su visión y por la verdad. Al hacerlo, cambiaron el curso de la historia de la humanidad.

Ochenta y una personas asistieron a la Conferencia de Badasht en julio de 1848, que duró 22 días. Los participantes eran todos seguidores del Báb, cuya declaración en 1844 había encendido miles de almas. Tahirih, una de las primeras bábíes y muy respetada por sus correligionarios, se unió a otros en la conferencia. Bahá’u’lláh, el fundador de la fe bahá’í, quien 15 años después, en 1863, declaró su fe, dirigió los procedimientos de la conferencia y sirvió de anfitrión a todos los presentes.

Durante la Conferencia de Badasht, Tahirih apareció en público sin velo.

En aquella época y en aquella cultura, llevar velo se consideraba obligatorio para todas las mujeres, por lo que el acto revolucionario de Tahirih escandalizó a muchos y enfureció a algunos, pero Tahirih mantuvo la calma y no se inmutó. Pidió a sus colegas que rompieran con las tradiciones del pasado y adoptaran las leyes de la nueva revelación del Báb.

Aunque solo algunas de sus palabras quedaron registradas para la posteridad, sabemos que Tahirih era elocuente, alegre y radiante. Después de la conferencia, seguiría proclamando la verdad de la llegada del nuevo mensajero de Dios, creyendo que era necesario abandonar las tradiciones y los dogmas que ya no se ajustaban a la época y debían dejarse atrás.

Pocos años después, Tahirih fue brutalmente martirizada por sus creencias. Hasta el final, habló de su amor y devoción a Dios y de su absoluta disposición a morir por lo que creía. Sus últimas palabras fueron: «Podéis matarme cuanto queráis, pero nunca detendréis la emancipación de la mujer».

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