¿Es posible amar a toda la humanidad?

Todos empezamos la vida con amor por nuestra madre y nuestro padre. En los niños sanos, ese amor se expande a los hermanos, a los amigos, a los profesores. Finalmente, la persona espiritualmente madura aprende a amar a la humanidad.

Para demostrar este amor, debemos comprender nuestra verdadera naturaleza, que somos creados nobles y a imagen espiritual del Creador. Cuando reconocemos la misma imagen en los demás, nos sentimos atraídos por ellos en un vínculo de amor.

Finalmente, nos damos cuenta de que somos gotas del mismo océano. Cuando esta idea se convierte en una conciencia global, el concepto de «el otro», de «nosotros y ellos» se evapora, y es reemplazado, como señalan los escritos bahá’ís, por una conciencia de la unidad de la humanidad. Abdu’l-Bahá lo expresó así en una charla que dio en la Universidad de Columbia en Nueva York:

El principio más importante de la filosofía divina es la unidad del mundo de la humanidad, la unidad de la raza humana, el vínculo que confedera al Este y al Oeste, el lazo de amor que unifica los corazones humanos.

Por lo tanto, es nuestro deber hacer nuestros mayores esfuerzos y convocar todas nuestras energías para que los lazos de unidad y acuerdo puedan establecerse entre la humanidad.

Amar y ser amado por los demás y tratarlos como nos gustaría ser tratados es la regla de oro de toda religión. Este principio es tan poderoso que nuestro amor por nuestros semejantes puede transformar nuestro mundo actual en el paraíso, en la prometida «Edad de Oro de la humanidad», que podemos llevar a cabo reuniendo «todas nuestras energías» para construir esos «lazos de unidad y acuerdo» que Abdu’l-Bahá nos animó a desarrollar.

Una vez un hombre pobre reprendió a su hija de tres años por desperdiciar un rollo de papel de regalo dorado. El dinero era escaso y se irritó cuando la niña intentó decorar una caja. Sin embargo, la niña llevó la caja envuelta a su padre a la mañana siguiente y le dijo: «Esto es para ti, papá».

Avergonzado por su anterior reacción exagerada, abrió la caja y vio que estaba vacía. Irritado de nuevo, le dijo: «¿No sabes que cuando das un regalo a alguien, se supone que debe haber algo dentro?». La niña le miró con lágrimas en los ojos y dijo: «Oh, papá, no está vacía. He soplado besos dentro de la caja, todo para ti».

El padre estaba destrozado. Envolvió a su hija con sus brazos, la sostuvo con ternura y le pidió perdón. Guardó esa caja de oro junto a su cama durante años. Cada vez que se sentía desanimado, sacaba un beso imaginario y recordaba el amor de la niña que la había puesto allí.

En un sentido muy real, cada uno de nosotros ha recibido un recipiente de oro lleno de amor incondicional y de besos. No hay posesión más preciosa que pueda tener alguien.

El amor humano tiene muchos matices. Existe el amor romántico, el amor por tu país y el amor por tu religión. El amor impulsa la pasión en nosotros, pero también puede ser ciego. Puede traicionarnos y llevarnos por el camino de la destrucción. Lo peor de todo es que cuando el amor se convierte en una obsesión, crea un obstáculo en el camino espiritual. Este tipo de amor equivocado ha llevado a muchos al desacuerdo, la desunión e incluso la violencia. La pasión es algo bueno, pero debe moderarse con la bondad y la sensibilidad del verdadero amor y la compasión.

¿Cuál es la máxima expresión del amor? Tal vez sea el sacrificio, el acto de renunciar a algo valioso en aras de algo que tiene una pretensión más elevada o más digna. El mayor deseo de un amante es sacrificarse por su amada. Cuando este anhelo se cumple, el «insistente yo» se evapora ante un Ser superior. Esto es la dicha. El amor y el sacrificio que los mensajeros de Dios demuestran a su Creador son los mejores ejemplos que la historia puede ofrecer.

La Fe bahá’í tiene como objetivo lograr la unidad de todos los pueblos, algo que, como dijo Abdu’l-Bahá, solo puede ocurrir a través del poder del amor: 

Cuanto más se exprese el amor entre la humanidad y más fuerte sea el poder de la unidad, mayor será esta reflexión y revelación, porque el mayor don de Dios es el amor. El amor es la fuente de todos los dones de Dios. Hasta que el amor no se apodere del corazón, ninguna otra generosidad divina podrá revelarse en él. – [Traducción provisional].

Esta fuerte conexión entre el amor y las obras significa que el amor de cualquier tipo, ya sea por nuestros padres, familia, país, amigo y cónyuge, debe llevarnos a la acción. Nunca basta con decir «te quiero». La crianza de los hijos es un buen ejemplo. Criar una familia con éxito significa hacer muchos sacrificios. La calidad del cuidado y el sacrificio muestran la profundidad del amor que se tiene por los miembros de la familia.

Muchos caminos pueden llevarnos a la elevación humana, pero uno de los más difíciles es amar a toda la humanidad. En cambio, cuidar de nuestra familia o grupo étnico es mucho más fácil. ¿Cómo podemos amar a todos los habitantes del planeta hasta el punto de preocuparnos profundamente por su bienestar? Algunos podrían pensar que ese amor universal no es alcanzable, pero los bahá’ís creen que es posible, y tratan de demostrarlo en sus acciones cada día.