Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
A medida que pasa el primer aniversario de los ataques de París, uno casi podría desesperarse al pensar que los actos posteriores de terror en Orlando y en Niza, sin mencionar la guerra a gran escala que todavía estalla en Siria, han servido para ampliar el sentido de horror del mundo sentido en este momento el año pasado. ¿Cómo respondemos a actos repetidos de violencia perpetrados en nombre del odio? ¿Cómo podemos mantener viva la llama de la esperanza por un mundo más pacífico?
Recuerdo el ejemplo de ‘Abdu’l-Bahá, que viajó a París en los primeros años del siglo XX cuando el mundo se tambaleó al borde de la guerra. Llegó en el crepúsculo de sus años y en salud frágil, después de pasar cuarenta años en la cárcel por su fe. Hablaba poco inglés, menos francés, y confiaba en un traductor para comunicarse. Permaneció nueve semanas en un apartamento de la avenida de Camoens, no lejos de la Torre Eiffel. En una charla que dio allí en octubre de 1911 a una sala llena de gente de diversas religiones, razas y clases, dio esperanza a todos los presentes cuando pronunció estas palabras:
Os exhorto a todos para que cada uno de vosotros concentréis vuestros pensamientos y sentimientos en el amor y la unidad. Cuando se os presente un pensamiento de guerra, oponedle uno más fuerte de paz. Un pensamiento de odio debe ser destruido por uno más grande de amor.
Los pensamientos de guerra traen consigo la destrucción de toda armonía, bienestar, tranquilidad y felicidad.
Los pensamientos de amor son los forjadores de hermandad, paz, amistad y felicidad…
Si realmente deseáis amistad con todas las razas de la tierra, vuestro pensamiento, espiritual y positivo, se difundirá; se convertirá en el deseo de otros, fortaleciéndose cada vez más, hasta alcanzar la mente de todos los seres humanos. – La sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá, páginas 37-38
Perseguido toda su vida por clérigos y funcionarios musulmanes, incluyendo al Shah de Irán, ‘Abdu’l-Bahá sabía de lo que estaba hablando. A la edad de ocho años, fue apedreado por un grupo de niños musulmanes cuando Su madre lo envió a buscar comida para la familia. Ese mismo año, los clérigos musulmanes de Irán persuadieron al Shah de enviar a la familia del muchacho al exilio. Caminó a través de las montañas de Irak en medio del invierno y sufrió los efectos de la congelación para el resto de su vida. Pero no devolvió odio con odio. Para ‘Abdu’l-Bahá, el perdón no significaba simplemente dar la otra mejilla para recibir otro golpe. El perdón significaba transformación interior, usando la mente para extinguir los sentimientos negativos del corazón. Significaba el dominio consciente del odio.
‘Abdu’l-Bahá vino a París para ofrecer un camino a la paz, y todos los que se reunían en el apartamento de la calle de Camoens se iluminaron a la luz de las palabras que afirmaban la unicidad de todas las religiones en una progresiva revelación de las verdades entregadas a diferentes sociedades en diferentes momentos de la historia. Como lo señaló ‘Abdu’l-Bahá en muchas de sus charlas en París, esas revelaciones incluyeron el islam, cuyos clérigos habían ejecutado a miles de bahá’ís precisamente debido a su creencia de que Dios había enviado y seguiría enviando Maestros Divinos para educar a la humanidad, aún después de Muhammad.
En estos oscuros días de luto y desconcierto ante la condición de nuestro frágil planeta y su gente, me aferro a las palabras de ‘Abdu’l-Bahá y las recuerdo cada vez que me siento inclinada a desesperarme por los actos perpetrados en nombre del odio.
A raíz de tales actos viciosos de asesinato y terror como hemos presenciado en el año pasado, no sucumbamos al miedo y al odio. Odiemos estos actos, pero tratemos de dominar esa reacción instintiva y visceral que nos dice que devolvamos el odio a aquellos cuyos corazones han sido superados por el odio.
En estos tiempos oscuros, las palabras que ‘Abdu’l-Bahá dirigió en ese apartamento en París hace poco más de cien años, palabras que trajeron luz en otro tiempo oscuro, nos ofrecen no sólo una manera de vencer al odio, sino un camino hacia un paz firme y duradera, una paz fundada en la conciencia de una verdad que parece, para muchos, tan dolorosamente evidente: todos pertenecemos a un solo pueblo – la raza humana.
Fereshteh